Rosario Porto se ha integrado sorprendentemente bien a su vida en la cárcel. Tanto, que en el módulo de prisión donde convive de forma cordial y correcta con más de setenta presas ya se dirigen a ella como Charito. Pese a que solo han transcurrido tres semanas desde que ingresó en el centro penitenciario coruñés de Teixeiro acusada, junto a su exmarido, del crimen de su hija Asunta, la abogada de vida acomodada se ha acostumbrado sin problemas a la rutina monocorde del penal. Una pronta adaptación que encara con un estado de ánimo que no ha dejado de causar asombro debido a la reciente muerte de su hija y al hecho de que está presa por ese motivo. Salvo un pequeño cuadro de ansiedad que sufrió recién llegada, no se le ha vuelto a ver atisbo de depresión. "No llora, no está triste, no se lamenta...", describen fuentes consultadas por FARO. Una actitud que choca con la de Alfonso Basterra, interno en la misma prisión, donde todavía sigue en la enfermería. Él toma medicación -no ha trascendido el motivo- y se muestra retraído: tiene el trato justo con los presos con los que comparte espacio.

Mañana se cumple un mes desde que el cadáver de Asunta Basterra, que estaba a punto de cumplir 13 años, era hallado de madrugada en una pista forestal de Teo. Treinta días de una intensa investigación que desde el primer momento puso el foco en los padres adoptivos de la niña, a los que el juez José Antonio Vázquez Taín envió a prisión provisional, una decisión que, contra el criterio de los abogados defensores de Porto y Basterra, ha sido ratificada por la Audiencia Provincial de A Coruña. Y esta última semana el cerco de pruebas se cernió aún más sobre los progenitores, al confirmar los informes toxicológicos que la menor estaba siendo sedada con lorazepam desde julio y que el día de su muerte recibió una dosis prácticamente letal de este ansiolítico. Esto llevó a que el fiscal, en la comparecencia de este viernes en el juzgado a la que acudieron los imputados, elevase su calificación inicial de homicidio a la de delito de asesinato al apreciar alevosía: habría existido una planificación tendente a asegurar la muerte de la menor y ésta, fuertemente narcotizada, no tuvo posibilidad alguna de defenderse. La acusación pública también ve la agravante de parentesco.

Sin incidentes

Mientras la investigación avanza, Rosario Porto y el que fue su marido cumplen hoy 24 jornadas encarcelados. Ella tuvo al principio el estatus de "refugiada", que suponía su aislamiento del resto de internas del módulo donde ingresó para evitar que pudieran agredirla dada la gravedad del delito que se le imputa, el crimen de su hija. Ahora continúa con medidas de protección, como el estar siempre acompañada por una presa sombra de confianza, pero ya no está incomunicada con las demás mujeres. Hace vida normal con todas ellas y se ha adaptado a la perfección a la vida de prisión. El trato con las presas es cordial, sin incidentes. Y comenzó ya a trabar amistades: se la ha visto frecuentar la compañía de la coruñesa víctima de maltrato que fue condenada por matar a su marido con una pesa.

La perfecta integración de esta mujer con el día a día en Teixeiro y su actitud lejana a la tristeza o a la depresión -tiene antecedentes de crisis de ansiedad- no ha dejado de sorprender. "Hace vida completamente normal", dicen las fuentes consultadas. Nunca habla del caso que la tiene entre rejas -algo habitual en un delito de estas características-, pero sigue los avances de la investigación del crimen al detalle a través de los medios de comunicación: en la sala de televisión y en la de lectura, donde consulta los periódicos. Su abogado José Luis Gutiérrez Aranguren se reúne frecuentemente con ella en prisión. El jueves, un día antes de la comparecencia judicial, preparó la misma durante cuatro horas con el letrado y el martes ya habían estado reunidos toda la tarde.

Charito -así se dirigen a ella- es ya una más en Teixeiro. ¿Y cuál es su rutina diaria? Su jornada, como la del resto de internas, empieza a las ocho de la mañana, cuando se hace el recuento de presas. Tras arreglar su celda, desayuna con las demás y después sale al patio con otras mujeres, va a la sala de televisión o lectura o, como ya se la ha visto en alguna ocasión, acude a hacer la compra al Economato. A la una del mediodía es la hora de la comida y a las ocho de la tarde está fijada la cena. La jornada acaba a las 20.30 horas, cuando regresa a su celda.

Desde el principio, Rosario ha estado incomunicada de Basterra en prisión. Solo en una ocasión parece que se han visto a través de los barrotes: cuando ella fue a la enfermería, donde permanece él, a un control rutinario.