Una contundente identificación por parte de la víctima frente a la versión exculpatoria de los tres acusados. Así arrancó ayer en la Audiencia viguesa el juicio por el secuestro de Saray Seoane, hija del que fuera administrador del astillero MCíes y directiva en la empresa: la mujer fue raptada en Vigo en 2009 y permaneció casi 24 horas maniatada en una cama y bajo continuas amenazas, en un galpón-vivienda de San Vicente do Mar (O Grove), antes de ser liberada en la vía rápida de O Salnés. En el banquillo se sentaron Francisco P.C. y su hijo Óscar P.A., excompañeros de trabajo de la mujer y cuya familia tenía acciones en el astillero, así como Carlos S.A., delincuente con antecedentes por tráfico de drogas y robos residente en el mismo barrio de Chapela que los anteriores. La que fuera jefa de Recursos Humanos de la empresa, que debido el trauma sufrido tiene reconocida una invalidez permanente y cobra una pensión, reconoció a los procesados como autores, ya que durante el secuestro los identificó "por la voz" y a uno "por la figura". "No tengo ninguna duda", dijo, añadiendo, sobre su relación laboral con padre e hijo, que "no era buena" ya que los amonestaba con frecuencia por faltar al trabajo.

El juicio se sigue por delitos de detención ilegal, robo con violencia y lesiones. El fiscal pide 12 años y 6 meses de prisión para Carlos S.A., al que la ejecutiva identificó como "el agresivo" y que sigue en prisión. Para padre e hijo demanda 7 años y 3 meses para cada uno. Y reclama que indemnicen a la mujer con 35.485 euros. La acusación particular eleva las penas de cárcel y las defensas piden la absolución.

Los acusados negaron su intervención en el secuestro ocurrido el 26 de noviembre de 2009. El más escueto fue Carlos S.A. Solo contestó a su abogado y especificó ser "drogadicto". Él fue presuntamente el que tuvo un papel más activo ya que interceptó con una furgoneta a la víctima en instalaciones del astillero en Sárdoma -con dos personas no identificadas- y fue según la Fiscalía quien la amenazó y la golpeó en el galpón. También fue el supuesto interlocutor con el padre de la mujer para el rescate. Su ADN fue hallado en el galpón, su voz fue reconocida y en su ordenador constan messengers en los que trató de vender el anillo y el reloj Bulgari robados a Saray Seoane -también le sustrajo tarjetas y retiró 900 euros-.

Los otros dos acusados contestaron a todos las partes. Francisco, que trabajaba en los astilleros en Compras, dijo que con Saray "tenía los típicos problemas de trabajo", pero negó su participación y la de su hijo en el rapto: "Nos quieren meter en esto y no tenemos nada que ver, no va con mis principios". La construcción de San Vicente donde estuvo retenida la directiva era de los suegros del acusado y la familia pasaba temporadas allí. "Pero ese día no fui", afirmó, aportando un certificado de que esa tarde fue al notario en Vigo. Por la mañana, alegó, durmió y fue a buscar a su hija al colegio. Su hijo Óscar trabajaba de soldador. Su ADN apareció en colillas y en unas tenazas. La herramienta y una colilla estaban al pie de la silla ubicada al lado de la cama donde estuvo raptada Saray. "Alguien los colocó allí", alegó, añadiendo que ese día no acudió a la casa de San Vicente, a la que iba temporadas con familia o amigos, uno de ellos Carlos S.A -aunque este último negó que fueran amigos-. "Fuimos a marisquear varias veces", dijo, matizando que allí había herramientas y bridas para trabajos en la casa, por lo que es normal que aparecieran sus huellas.

Víctima

Mientras, la víctima fue contundente y no pudo contener las lágrimas al contar los hechos más violentos. Una furgoneta "a toda velocidad" la interceptó en las instalaciones del astillero en Fragosiño la mañana del 26 de noviembre. Identificó a un encapuchado como Carlos S.A., al que se refirió como "el agresivo": semanas después reconoció su voz en una grabación policial. En el vehículo la ataron con cinta de pies y manos y le pusieron su pasmina en la cara. Ya en San Vicente, le pusieron una tinaja en la cabeza, pero ésta cayó y "vio" el galpón. Allí había "unas cuatro personas". Abrieron la puerta y la arrojaron al suelo. Después, con una capucha en el rostro, la llevaron a una cama:"Vinieron encima de mí, y me pusieron bridas de pies y manos y me ataron en posición fetal; tenían un bote y una jeringuilla y me dijeron que era el virus del sida y que me lo iban a inyectar". El líquido se lo llegaron a arrojar. Y le metieron una pistola en la boca. Las amenazas con la jeringuilla y la pistola las hizo "el agresivo": los otros "la agarraban". Ella estaba "aterrorizada".

A los empleados del astillero los identificó por su voz -dice que la conocía bien de cuándo los amonestaba y ellos replican que no les comunicaba las faltas ella directamente-. A Francisco lo reconoció cuando dijo la palabra "hostias" y por sus "carraspeos y tos" de fumador. Y vio su "figura" . Con Óscar, dijo, dialogó varias horas al final del rapto y él llegó a quitarle las bridas y "consolarla". "Supe quién era", señaló, añadiendo que él decía que venían de Barcelona, pero le habló del astillero, de su exmarido o de una empresa de ella y su hermano. La mujer sigue a tratamiento psiquiátrico: "No puedo dormir, tengo pesadillas...".

El padre de la víctima sospechó desde un principio de uno de los trabajadores por "problemas" con participaciones de la empresa

El padre de Saray Seoane y administrador entonces del astillero MCíes fue el que negoció el rescate de su hija con los captores. "Papá, me han secuestrado", escuchó Salvador Seoane por teléfono de boca de la víctima aquella mañana del 26 de noviembre. Empezaron pidiéndole dos millones de euros y, tras un "rosario" de llamadas y una tensa negociación, concertó con los raptores que les daría 82.000 euros: 60.000 que retiró él del banco y el resto del dinero prestado por amigos. "Amenazaban con matar a mi hija e inyectarle el virus del sida", recordó. Llegó a concertar dos puntos de entrega con los secuestradores, uno cerca del puente de A Barca de Pontevedra y otro en una gasolinera en la AP-9, pero los captores acabaron desistiendo cuando ya eran las cuatro de la madrugada del día 27. Dos horas después liberaban a la víctima dejándola en la vía rápida de O Salnés.

En cuanto supo que su hija estaba secuestrada, llamó a su hermano y le dijo que avisase a la Policía. Los agentes lo asesoraron en todo momento durante la negociación con los secuestradores. Ayer, en el juicio Salvador reconoció que contó a los investigadores en esos primeros momentos que desconfiaba de la participación del trabajador del astillero Francisco P.C. en el rapto. Al respecto de su relación con él, relató que la familia de este acusado -concretamente la madre- era accionista en el astillero, que en esa época pasaba ya por graves problemas económicos. "Intentaban vender la participación, pero pedían un precio alto, un disparate; solía hablar la madre", afirmó. "Como teníamos ese problema en la empresa, siempre dije que sospechaba de él".