La ¿sagrada? familia

La Navidad no siempre es sinónimo de unión familiar: puede no ser plato de gusto reunirse con familiares o amigos con los que no se mantiene una buena relación

Detalle de la Familia Santa en
 el pesebre más viejo en el
 mundo, de Arnolfo di Cambio, 
en la Santa Maria Maggiore, 
en Roma. // Giulia Muir

Detalle de la Familia Santa en el pesebre más viejo en el mundo, de Arnolfo di Cambio, en la Santa Maria Maggiore, en Roma. // Giulia Muir / M. González

M. González

M. González

Llega la Navidad, una ocasión para compartir y celebrar en familia. Sin embargo, no siempre es plato de gusto reunirse con familiares o amigos con los que no se mantiene una buena relación. Durante estas fechas no siempre es fácil aparcar las tensiones familiares y, en ocasiones, pueden surgir conflictos o situaciones poco agradables. “La familia debe ser el primer lugar donde poder acudir cuando nos sentimos mal o donde poder refugiarnos de quienes nos han hecho daño. Pero lo que no puede ser la familia es un infierno y un tormento”, expone la psicóloga Paula Rodríguez.

Del mismo modo lo considera la presentadora e influencer Inés Hernand, conocida por presentar el Benidorm Fest durante dos años consecutivos y que actualmente conduce junto a Mercedes Milá el programa de RTVE “No sé de qué me hablas”, ha lanzado en varias ocasiones, y en diferentes medios, un discurso “sanador” contra las relaciones familiares tóxicas. “Las relaciones familiares pueden ser negligentes”, apunta la comunicadora, que afirma que, a día de hoy, no mantiene ningún tipo de relación con sus padres. De hecho, ha desvelado que el último verano que recuerda con sus progenitores fue cuando tenía seis años, y en Navidad “ellos se iban” y la dejaban sola desde los 14: “Yo hablo de que las relaciones pueden ser tóxicas de muchas maneras y en diferentes momentos... y considero que naturalizarlo de esta manera es positivo y ayuda a construir una sociedad sana y saludable”.

“Casi todas las personas hemos escuchado alguna vez eso de que “la familia es lo primero”, como si fuese siempre maravillosa y, si no lo es, da igual, porque ante nuestros intereses siempre prevalecen unos: los de la familia primero”, apostilla Paula Rodríguez. Y se muestra crítica ante esta situación. “Bajo ese concepto de la “sagrada familia” se han cometido y perpetrado toda clase de atrocidades, abusos y maltratos que, muchas veces, no sólo se silencian, sino que además revictimizan a la víctima, forzando y obligando a perdonar a la persona que le ha hecho daño por el simple hecho de ser familia”, afirma. “Porque la toxicidad también existe en la familia”, advierte: “Las familias tóxicas son aquellas en las que prevalecen dinámicas y comportamientos negativos que afectan el bienestar emocional y psicológico de sus miembros”, expone. En las familias tóxicas, además, “las dinámicas y relaciones son perjudiciales para el bienestar de los miembros”.

Algunas características comunes incluyen “la ausencia de respeto a la individualidad de cada persona, ya sea por sobreprotección o desinterés total. Además, en estas familias suele existir una regla implícita de no hablar sobre los problemas o conflictos, lo que dificulta la comunicación abierta y saludable”, expone Rodríguez. El “abuso emocional” es una característica distintiva de las familias tóxicas, “donde puede haber desde demostraciones continuas de desprecio, desinterés e infravaloración de la persona hasta insultos, humillaciones, manipulación y control por parte de algunos miembros hacia otros”. Se trata de conductas que “generan un ambiente cargado de tensión y estrés constante”.

“No debemos olvidar, que el abuso y el maltrato es abuso y maltrato, se produzca donde se produzca, dentro o fuera de la familia y, si en gente externa nos parece un acto intolerable, mucho más debería parecernos si quien lo lleva a cabo es uno de los nuestros. En el seno familiar hay conflictos, peleas y desacuerdos; pero, por muy disruptivas que sean sus dinámicas, no debería tener cabida el abuso o el maltrato”, sostiene la experta.

Rodríguez indica que “muchas veces nos encontramos en terapia con personas que han llevado años lidiando con problemas familiares y aún están pagando las consecuencias de haber crecido en un hogar tóxico”: “Este tipo de paciente, aunque sea consciente de la toxicidad de su entorno, no es capaz de apartarse de él, precisamente por la concepción social de la familia, que de alguna manera nos hace aguantar lo inaguantable por el simple hecho de serlo”. En otras ocasiones, “nos encontramos con pacientes que están tan sumidos en la toxicidad familiar que la han normalizado y no son capaces de identificar el abuso y el maltrato y, por lo tanto, tampoco son capaces de apartarse de este ambiente, por lo que su salud mental se deteriora incluso más”.

Las consecuencias de crecer en una familia tóxica pueden ser significativas y bloquear por completo en el presente a las personas. “La baja autoestima es común debido a la constante crítica y desvalorización; también se puede desarrollar una alta autoexigencia y autocrítica, ya que los miembros pueden internalizar los mensajes negativos recibidos. La elección de parejas poco saludables es otra consecuencia frecuente. Las personas que crecen en familias tóxicas pueden tener dificultades para establecer límites adecuados, reconocer comportamientos abusivos o buscar relaciones equilibradas y respetuosas. También tienen un mayor riesgo de desarrollar trastornos como depresión, ansiedad y trastorno de estrés postraumático e incluso una marcada y recurrente ideación suicida”.

Estabilidad mental

Independientemente del tipo de familia en el que uno haya crecido, lo más importante es “nuestra estabilidad mental y nuestra felicidad individual”. En algunos casos, se pueden lograr mejoras en la relación con la familia a través de cambios y límites establecidos. Sin embargo, en ocasiones “la única solución es alejarse de esa toxicidad”: “Superar una familia tóxica puede ser un proceso difícil, pero es posible. Establecer límites claros y saludables, buscar apoyo emocional y terapéutico, y trabajar en el desarrollo de una autoestima y autovaloración positiva son pasos importantes para sobrevivir y sanar de estas experiencias”.

Y aquí llega un punto fundamental: “Perdonar no siempre es terapéutico”, afirma Paula Rodríguez. “No perdonar no siempre es un problema no resuelto. Perdonar tiene que ser una elección personal y tiene que basarse en algo más que en una relación de parentesco genético; el simple hecho de ser familia no es suficiente razón para perdonar el abuso y olvidar el dolor que nos han ocasionado ya sean nuestras madres, padres, hermanos, tíos o abuelos”. La terapeuta sostiene que, para perdonar, “tiene que haber razones de peso más allá de la etiqueta social. Que nos obliguen a perdonar sin querer hacerlo no puede ser visto tampoco como un acto de bondad y de consideración y respeto. Que nos obliguen a perdonar es un acto más de crueldad que no va a arreglar nada. La familia no es lo primero. Lo que sí es lo primero es que en la familia podamos ser libres para expresarnos y sentir dentro del respeto al resto de los demás miembros”.

Y concluye con una importante reflexión: “Ni los lazos de sangre siempre unen, ni la Navidad tiene por qué ser sinónimo de unión familiar. Porque la familia no siempre es paz, protección y seguridad”.

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