Cuando el dolor trasciende a la muerte

Los psicólogos gallegos explican que el duelo es un proceso normal, aunque si los síntomas se prolongan en el tiempo puede llegar a ser patológico y requerir ayuda

Como todos los 1 de noviembre –por ser festivo, aunque el Día de Difuntos es el 2 de noviembre–, los cementerios se llenan de flores en recuerdo de los seres queridos fallecidos. Es una forma de mantener vivo su recuerdo y de honrar su memoria. Pero antes de todo esto, hay que superar el duelo, un proceso de adaptación emocional ante una pérdida dolorosa –ya sea un ser querido, una ruptura sentimental o la pérdida del empleo– que requiere experimentar emociones negativas, recolocar emocionalmente el objeto de la pérdida y ser capaces de continuar con nuestra vida. Es, por tanto, una reacción normal.

Sin embargo, cuando la persona no es capaz de conseguir estas metas o los síntomas del duelo –nostalgia, tristeza, ira, culpa, amargura, ausencia de sentimientos de placer en la vida cotidiana, entre otros– tienen una intensidad y una duración prolongada, se produce lo que se denomina duelo prolongado, un trastorno que tiene un impacto negativo en la vida personal, familiar, social y laboral de la persona. Se calcula que la prevalencia del duelo prolongado es de entre un 2,4 y un 4,8%, y que es más frecuente en mujeres que en hombres.

Según el Manual de Diagnóstico y Estadística de los Trastornos Mentales en su versión 5 revisada, (DSM-5TR), publicado en marzo de este mismo año, para hablar de duelo prolongado tienen que haber pasado al menos doce meses desde la muerte de un ser querido, aunque la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11), que lo incluye en los trastornos específicos relacionados con el estrés, reduce este periodo en seis meses. En cualquier caso, lo que diferencia el duelo norma del patológico es su duración.

Aunque los especialistas en salud mental coinciden en que el trastorno por duelo prolongado puede ser una herramienta útil para asistir a personas que necesitan ayuda para aceptar la pérdida, su diagnóstico también introduce el riesgo de medicación del duelo. El psicólogo vigués Daniel Novoa es de los que opinan que muchas veces se patologizan aspectos de la vida que hasta ahora se consideraban procesos naturales mediante su inclusión como nuevo trastorno.

Se considera duelo prolongado cuando este se extiende más de seis meses

“La patologización de la diversidad nos lleva a utilizar el concepto de enfermedad mental con todo lo que implique un trastorno, y este caso lo es. Otro tema diferente es el concepto que tengamos de trastorno, porque a este paso todos tendremos varios trastornos a lo largo de nuestra vida, ya que los criterios son menos estrictos cada vez que se actualiza el manual”, afirma.

Los psicólogos coinciden en señalar que, aunque el proceso de duelo es inevitable, sí se puede evitar que el dolor por la pérdida de un ser querido se convierta en patológico. Diana Rodríguez asegura que es fundamental asumir la muerte como una parte más de la vida y no evitar el tema. “Hay que hablar de la muerte desde la infancia, que no sea un tema tabú; incorporarla como un tema educativo, y desarrollar nuestra esencia espiritual”, explica la psicóloga gallega, autora de ¿Qué pasa cuando te mueres?, un cuento que pretende normalizar la muerte y acercarla a los niños desde un prisma científico y espiritual.

“Hay que hablar de la muerte desde la infancia, que no sea un tema tabú”

Diana Rodríguez - Psicóloga

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A este respecto, Novoa pone el foco en la importancia de la educación emocional. “Hacer pedagogía de la muerte es un tema cultural y que además no afecta igual a todas las personas, por lo que habría que ser cuidadosos con el enfoque. Seguimos careciendo de una psicología aplicada para la vida. Hablar de la educación emocional, que viene muy bien para entender y gestionar la muerte y el duelo, sigue siendo asignatura pendiente”, opina.

Según Rodríguez, entre los síntomas que pueden aparecer en un duelo prolongado pasados 24 meses se encuentran la identificación con el fallecido (conductas, vestimenta, voz...); angustia (falta de aire, taquicardia, despersonalización); abulia; sensación de vacío; falta de sueño; hipersomnia; afectación cognitiva (falta de atención, problemas de concentración); mapas mentales confusos recurrentes (pensamientos rumiantes como: “Fue culpa mía”, “Tenía que haber sido yo”...); incredulidad; anestesia emocional (el tema se lleva con excesiva frialdad).

El duelo se manifiesta de formas distintas dependiendo de la personalidad de cada uno, la edad y la etapa vital. “Olvidarse rápidamente o enfadarse con la persona fallecida pueden ser ejemplos de respuestas que encontramos en niños y que difícilmente veremos en adultos”, explica Novoa.

A este respecto, Rodríguez añade que, en el caso de los menores, hay que dejarles claro que ellos no tienen la culpa de la muerte de la persona, una ideación bastante frecuente en los pequeños. Tampoco hay que mentirles. “Les contaremos lo sucedido adaptándonos a su edad. No se les debe mentir diciendo que la persona fallecida está de viaje o trabajando. Se tendrán en cuenta en los rituales de despedida”, apunta Rodríguez, quien añade que en el caso de los menores es muy importante que se sientan acompañados por otras figuras de apego para sentirse cuidados y protegidos.

“La patologización de la diversidad nos lleva a calificar de enfermedad todo lo que implique un trastorno”

Daniel Novoa - Psicólogo

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Los psicólogos apuntan que existen circunstancias que favorecen el duelo prolongado, como una pérdida múltiple (accidentes) o acumuladas (fallecen varios seres queridos en poco tiempo); enfermedad física o psiquiátrica previa o actual; falta de pertenencia a un grupo social o familiar; un duelo anterior no sanado; apego dependiente del ser querido; conflicto no resuelto con el fallecido.; muerte repentina o suicidio, y la muerte de un menor o persona joven.

En cualquier caso, para superar el duelo, el tiempo es imprescindible. “Cada duelo es muy personal; no hay una fórmula mágica. Permitirnos estar mal y tratar de no dejar cuentas pendientes es fundamental. Dejarnos ayudar por las personas que están a nuestro alrededor y explicarles qué nos viene bien es importante. Por último, aceptar el sufrimiento y dejarse ayudar por un profesional si nos está costando demasiado es otro punto importante en algo tan complejo como un duelo”, explica Novoa, que añade que la descarga emocional es una parte clave en todo este proceso. “Verbalizar los sentimientos, reflexiones e ideas es una parte importante”, afirma el psicólogo. Pedir ayuda si se precisa, también.

De la negación a la aceptación

Desde 1969, domina la teoría de las cinco fases del duelo desarrollada por la psiquiatra suizo-estadounidense Elisabeth Kübler-Ross en su libro “Sobre la muerte y el morir”, donde desarrolla qué emociones experimentan las personas en distintos momentos de su luto y cómo tienden a actuar. No se trata, si embargo, de un esquema lineal ni todo el mundo pasa por todas las fases.

Negación

Etapa inicial en la que la persona no está preparada para procesar la pérdida, por lo que la negación puede amortiguar el golpe de la muerte de un ser querido y aplazar parte del dolor. El pensamiento más habitual es: “No me lo puedo creer”. Según Diana Rodríguez, esta fase suele ser más corta si se convivía con la persona, ya que la realidad demuestra que ya no está.

Ira o enfado

Según Daniel Novoa, esta emoción puede aparecer en cualquier momento de dificultad y el duelo es uno de ellos. “Esta parte de la frustración nos lleva a buscar culpables, incluso en nosotros mismos”, afirma.

Negociación

En esta fase las personas fantasean con la idea de que se puede revertir o cambiar el hecho de la muerte. Es común preguntarse "¿qué habría pasado si...?" o pensar en estrategias que habrían evitado el resultado final, como "¿y si hubiera hecho esto o lo otro?".

Depresión

Tristeza profunda y sensación de vacío. Son característicos la desmotivación y el aislamiento. Suele ser la más larga, según Rodríguez, y cada persona lo vive a su manera: hay quien necesita sentirse acompañado y quien prefiere la soledad.

Aceptación

Cuando la persona acepta la pérdida, aprende a convivir con su dolor emocional en un mundo en el que el ser querido ya no está. Es el “dejar ir”. Con el tiempo recupera su capacidad de experimentar alegría y placer.

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