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Elegía en el Eligio

Amigos, allegados y admiradores de Domingo Villar coincidieron ayer en la reapertura al público de la histórica taberna viguesa

Terraza del Eligio, ayer, donde se congregaron conocidos y admiradores de Domingo Villar Marta G. Brea

“La vida son dos días, y uno lo estamos gastando hoy”. La frase, pronunciada ayer por una clienta del Eligio, resume el ambiente que se vivió ayer en la histórica taberna viguesa en su apertura al público tras la muerte de Domingo Villar. Amigos, conocidos y admiradores del escritor vigués se debatían ayer entre la pesadumbre por la cruel pérdida y el orgullo de haberle conocido. Algunos personalmente, como la viuda de Carlos Álvarez, anterior dueño del local y amigo íntimo de Villar, y otros a través de sus novelas. Todos, envueltos en una nube de nostalgia, recordaron al novelista y a su inspector Leo Caldas con una copa de vino en la mano, como le hubiera gustado al “pesimista alegre” autor de “Ojos de agua”.

Elegía en el Eligio

Leopoldo Celard, “Polo”, que regenta la taberna Eligio desde 2020 y gozó de la amistad del escritor, está abatido pero al pie del cañón junto a su esposa, Tania. El jueves abrió el local para que los allegados de Mincho –así le llamaban sus amigos– le hicieran un homenaje, y por respeto a la familia prefiere no hacer declaraciones. No abrió por la tarde en un gesto de duelo por el funeral.

Elegía en el Eligio

Afuera, en una de las típicas mesas-barril que conforman la terraza, están Auxi González Soto y su hermana gemela Loli. Auxi es la viuda de Carlos Álvarez, el anterior dueño del Eligio. Tomó las riendas de la taberna en 1985 de manos de su suegro, el ourensano Eligio González, el cual fundó la taberna a partir de unas antiguas cocheras allá por 1920. Auxi conoció a Mincho desde niño. “El abuelo de Domingo Villar era notario y ya venía por aquí –comenta Auxi a FARO–. Mincho acudía con su padre, le encantaba el Eligio. Se ponía de palique con mi marido, que era su confidente y le decía: ‘¡tienes que escribir!’. Mi marido fue quien puso las placas de Leo Caldas en la taberna”, rememora.

Carlos Álvarez, también llamado Charlie o Boris por sus amistades, falleció hace ahora un lustro. Este íntimo amigo de Domingo Villar preservó la esencia del Eligio, que Poldo mantiene. Como reza en la placa del exterior, “taberna centenaria de Vigo desde 1920. Santuario de grandes pintores, xente das letras e ilustres bebedores”. Entre ellos, Cunqueiro, Celso Emilio Ferreiro, Castroviejo, Barreiro, Blanco Amor, Laxeiro, Maside, Lodeiro y Lugrís; y, más recientemente, Antón Lamazares, José María Fonseca y Alfonso Paz Andrade, entre otros.

Precisamente estaba en otra de las mesas exteriores otro intelectual, el escritor y crítico Estro Montaña, cliente del Eligio “desde hace cuarenta años, en los tiempos de Laxeiro, Lodeiro y El Cotorro”, otro lugar de chiquiteo cercano. Montaña, consternado por la pérdida de un “chico joven y saludable”, fue quien publicó la primera reseña de “Ollos de auga”, el debut literario de Domingo Villar, en el suplemento FARO DA CULTURA, el 6 de julio de 2006. “Estamos seguros de que a facilidade da súa lectura, a sinxeleza da prosa e a chispa e soltura dos diálogos de ‘Ollos de auga’ van interesar aos lectores”, sentenció Montaña en su artículo, titulado “Sangue e sorrisos”. Acertó de pleno.

“Que las disfruten extranjeros demuestra que son buenas tramas, al margen de que hablen de Vigo”

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A su lado, comparten mesa-barril Sofía y Sandrine. “Para la ciudad ha sido una pérdida enorme, y para los lectores, también”, comenta la primera, apenada porque no habrá más aventuras del inspector Leo Caldas. Sandrine, su amiga, es una ciudadana francesa y lectora de Domingo Villar que conoció el Eligio, el bar Puerto, la Escuela de Artes y Oficios y la playa de A Madorra gracias a una amiga que le llevó a todos estos escenarios narrativos de las obras del escritor vigués. “Que las disfruten extranjeros demuestra que son buenas tramas, al margen de que hablen de Vigo”, apunta Sofía.

José Antonio, cliente ocasional, leyó todos los libros de Villar en gallego. “Me sorprendió la muerte de una persona tan joven”, lamenta. Muy cerca, en otra mesa, Juan y José, habituales del Eligio y lectores de Domingo Villar, comparten la pesadumbre por el fin de una vida a los 51 años. “Con lo que le quedaba por vivir y por trabajar... –se lamenta Juan–. Hay muchos escritores que se dan a conocer sobre esa edad”. Juan recuerda la etapa antigua de la taberna bajo el mando de Eligio: “Antes había más ambiente que ahora, con pintores, escritores... Ahora viene gente más joven y hay menos habituales”, opina.

El personal de la taberna cuenta que acude cada vez más clientela del extranjero atraída por la obra de Domingo Villar, traducida a varios idiomas. También siguen acudiendo artistas, como recientemente el actor Pere Ponce y el elenco teatral de “Los Pazos de Ulloa”.

En el interior, los libros de Villar forman una especie de altar literario junto a la mesa preferida de Leo Caldas; una caricatura de Carlos Baonza y una copa de vino llena recuerdan a Domingo Villar en lo alto. En la pared, libros de Cunqueiro, Ferrín, Pedro Feijoo y Carlos Ruiz Zanón, otro gran novelista que tomó “El último barco” demasiado pronto, con 55 años. La nave partió, pero la singladura literaria de Domingo Villar no tiene fin.

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