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Celso Arango López Presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría y jefe del servicio de Psiquiatría del Niño y del Adolescente del Gregorio Marañón

“Hay una eclosión de adolescentes que resuelven sus crisis asumiendo que son trans”

“Uno de cada cinco españoles va a tener algún tipo de trastorno mental a lo largo de su vida”

Celso Arango López. HOSPITAL GENERAL UNIVERSITARIO GREGORIO MARAÑÓN

Celso Arango López es director del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental y jefe del Servicio de Psiquiatría del Niño y del Adolescente del Hospital Gregorio Marañón, además de ser el presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría. Catedrático en la Universidad Complutense, es uno de los más reputados psiquiatras españoles y con esa autoridad ha tenido que coordinar distintas iniciativas a nivel internacional en la respuesta que se ha dado desde los Servicios de Salud Mental a la pandemia.

–¿Qué cifras dimensionan el problema de la salud mental?

–Le daría dos cifras: uno de cada cinco españoles va a tener algún tipo de trastorno mental a lo largo de la vida. Puede no ser grave, ya que la salud mental engloba desde los trastornos del sueño a los de disfunción sexual, las adicciones, los trastornos comportamentales (videojuegos, sexo, ludopatía)... No todo es esquizofrenia, trastorno bipolar o autismo. La mayor parte son problemas adaptativos, ansiosos y afectivos. Pero hay que ser consciente de ello: entre un 20-25% de la población, a lo largo de su vida va a cumplir con los criterios de la OMS para que se le diagnostique un trastorno mental. Y la otra cifra: uno de cada diez españoles a lo largo de la vida tendrá un cuadro depresivo.

–Con esas magnitudes se hace difícil entender cómo se le ha dado la espalda tanto tiempo a la salud mental.

–Se conjugan varios factores. Diría que tres. ¿Por qué los periodistas no hablaban de suicidio? Porque les dijeron en la carrera que podía resultar imitativo. Pero es mucho mejor informar bien que no hacerlo. Eludir ese tema es como hacer que el problema no exista, y lo que no existe no se aborda. Luego está el factor del estigma, el tabú que supone decir que se tiene un trastorno mental. Con los amigos, con la familia, con cualquiera yo podría comentar si esta mañana he estado en el endocrino y seguro que se generarán comentarios al respecto, me preguntarán qué me pasa... lo que sea. Pero si yo dijera que he estado en el psiquiatra para tratarme la esquizofrenia, o porque quería matarte, nadie sabrá qué decir y se generará un silencio incómodo. La incomprensión, la incertidumbre, el desconocimiento y esa cultura poco empática pesa mucho.

–¿Y el tercer factor?

–Que los trastornos mentales no han sido políticamente rentables, al menos hasta el último año. En los programas de todos los partidos siempre aparece la reducción de la lista de espera quirúrgica. Fenomenal. Pero, ¿me quieren decir que es más grave la demora para operarme de un juanete que tener un hijo con trastorno psicótico o intenciones suicidas esperando un año en un hospital de día? Hay la falsa percepción de que, políticamente, vende más lo que mata a corto plazo –quizá porque se ajusta más a los tiempos electorales–, que lo que requiere atención a largo plazo y parece que no salva vidas.

"Este año se han marcado récords de suicidios en adolescentes"

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–Pero sí que se salvan vidas.

–Sí, porque las personas con trastorno mental grave viven una media de 10 años menos que la población general. Y en el caso concreto de algunas patologías, como el autismo o la esquizofrenia, viven entre 15 y 20 años menos que la población general. O sea, que la carga de la enfermedad, la carga del rechazo y la reducción de la esperanza de vida son brutales. La enfermedad mental sí mata, y no solo mata con el suicidio.

–¿Qué ha destapado la pandemia respecto a la salud o respecto a la sanidad española?

–Ha destapado clarísimamente la importancia de la inversión en un buen sistema sanitario. Y ha destapado que los países mejor preparados, en situaciones de crisis tienen mejor respuesta que los que no estábamos preparados. Ha puesto de manifiesto que nos han tenido engañados con eso de que teníamos el mejor sistema sanitario del mundo. Cuando el niño estudia bien da igual el colegio al que lo lleve. El problema es cuando el niño tiene una discapacidad o tiene problemas.

–¿Y eso en la lectura concreta de la salud mental?

–Ahí la impresión nefasta que nos queda es que mientras en Europa se invierte un 7% del gasto total sanitario, aquí apenas se llega al 5,5%. Y eso genera más precariedad: menos psiquiatras, menos psicólogos clínicos, menos enfermeras… Y cuando hay una mayor demanda de atención, como está sucediendo ahora, un sistema que estaba muy saturado acaba colapsado.

–¿Ya pueden cifrar el aumento de la demanda asistencial?

–Esta pandemia ha incrementado el número de nuevos casos de personas que tienen un trastorno mental y también ha producido recaídas y desestabilización de muchos pacientes ya diagnosticados. Es lo mismo que ha pasado con la atención primaria. Ahora hay un 20%-25% más de casos de ansiedad, de depresión y de suicidios. Y el incremento es mayor en segmentos concretos de la población, como es en el caso de los jóvenes y adolescentes. No es algo que ocurra en un solo sitio. Pasa igual en Madrid, en Asturias, en Zúrich o Nueva Zelanda. Los servicios de atención urgente están llenos de adolescentes desbordados con crisis nerviosas, con ideación suicida, de adolescentes que se están produciendo lesiones, cortes...

–Parecía que la pandemia se había cebado en los ancianos y sin embargo, por lo que dice, es la salud mental de los jóvenes la que se ha quebrado.

–Ojo, hablo de los jóvenes porque los mayores, muchos, han muerto. Por eso en su grupo hay menos morbilidad psiquiátrica. En Madrid en la primera ola cada día se moría el 1% de los ingresados en residencias de ancianos. Y se han muerto de una forma que nunca podremos perdonarnos. La pandemia en los mayores ha causado muchos estragos, también de deterioros cognitivos. Quizás el grupo en el que ha tenido menos efecto es en el de adultos de mi edad, que teníamos que tirar del carro y tuvimos capacidad de racionalizar y pensar que ya pasará.

–¿Y qué pasa exactamente con los adolescentes? Porque lo que están contando es alarmante.

–Este país ha tenido históricamente una negligencia importante con la salud mental de los niños y los jóvenes. Era como si no tuvieran trastornos mentales, no se deprimieran, no tuvieran problemas de neurodesarrollo, ni traumas físicos y psíquicos… No ha sido hasta agosto del año pasado cuando se ha aprobado en España la especialidad de psiquiatría infanto-juvenil. Éramos el único país de la UE que no lo tenía. Ese era el nivel de interés que había.

–Hasta que llegó el COVID.

–Es triste que haya tenido que pasar esto para que se piense en dar el empujón que necesitaba la especialidad y para atender al desarrollo de los servicios de psiquiatría infantil. Porque, insisto, lo cierto es que hay una gran cantidad de patologías. No solo de discapacidad intelectual, autismo..., sino también de niños con cuadros de trastornos adaptativos, trastornos del vínculo, problemas relacionados con el trauma... Quisiera recalcar que una de cada 10 niñas ha sufrido abuso sexual. O sea, que hay un gran número de niños que carga con situaciones traumáticas, a parte de todos los condicionantes genéticos. Todo eso genera que haya una gran cantidad de adolescentes que requieren de atención especializada y eso en este país no ha estado desarrollado.

–Afirman que el suicidio en adolescentes se ha incrementado mucho.

–Sí. Este año se han marcado récords de suicidio en adolescentes en nuestro país. Tenemos que ser conscientes de que el suicidio es la primera o segunda causa de muerte en adolescentes en países desarrollados. Que a nadie se le olvide que entre los 10 y los 30 años, las enfermedades mentales acusan una mayor discapacidad que el resto de todas las enfermedades médicas juntas: cancerígenas, traumatológicas, respiratorias… de todo.

–Se habla mucho de que el inicio del abordaje de los problemas sea en el entorno escolar.

–Absolutamente. ¿Cómo se previene el suicidio? Hablando de la forma que hay que hacerlo en el colegio. ¿Como se quita el estigma de las enfermedades mentales? Enseñando con una educación socioemocional, empática, que respete la diversidad, donde los niños sean capaces de detectar quién lo pasa mal en su entorno y se planteen cómo se le puede ayudar; abordando las situaciones de acoso escolar, enseñando a gestionar las emociones y a gestionar la frustración. Porque si no gestionamos la frustración llega la pandemia y los niños se quiebran. Todo eso, de alguna forma, tiene que estar en el currículo porque esas son enseñanzas para la vida de las personas. En Finlandia o Dinamarca los niños de 6 años ya tienen en su currículo aspectos relacionados con la salud mental. Es ahí donde se forja la pérdida del estigma.

"La mortalidad causada por la pandemia no se puede medir solo por los muertos con PCR positiva"

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–¿Confía en lo que pueda implicar que ahora el foco de interés esté puesto en la salud mental?

–Ahora que se ha visto que es muy prevalente, están cambiando las cosas. Y eso es un arma de doble filo: si eso va a repercutir en los presupuestos para asimilarnos al resto de Europa sería una oportunidad. Pero si nos vamos a debates ideológicos y acabamos centrándolo todo en tener una ley de la salud mental será un riesgo. Una ley específica de salud mental solo estigmatizará más a las personas. Nos ha costado mucho que estén integrados en el sistema general de salud, que estén tratados de forma comunitaria y no apartados como estaban hace 30 años. Pasar a la acción es poner recursos, no promulgar leyes.

–Da la sensación de que también está explosionando la disforia de género. ¿Ha aumentado el número de jóvenes en conflicto con su identidad sexual?

–Toda la vida hemos visto casos excepcionales, pero reales, de niños que querían desde siempre ser niñas y niñas que querían ser niños. Para mí eso no es un trastorno psiquiátrico y no requiere tratamiento, aunque sí debe haber una valoración por si se tratara de otra cosa distinta. Lo que me preocupa mucho es que estamos viendo una eclosión de crisis de adolescentes que se resuelven con esos adolescentes asumiendo, de repente, que son “trans”. Jóvenes que nunca, a lo largo de su infancia, mostraron ningún signo de estar en el género contrario o equivocado y que ahora con 14-15-16 años dicen que se han dado cuenta de que son “trans” y esa es la solución a todos sus problemas. Se meten en procesos que son irreversibles, hormonales o quirúrgicos, y dos años después se dan cuenta del error. Buscar la solución a todos los problemas en el tema del género y tener acceso a tratamientos irreversibles en menores de edad es algo que no debería suceder y que tienen consecuencias catastróficas que ya estamos viendo. El que es “trans” nace “trans”, no se convierte a los 20 años, de repente.

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