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Virus con efectos muy retardados

El actor Bill Paxton, que de niño tuvo daño cardiaco por una fiebre reumática y murió a los 61 años. | // M.A.

El conocido actor Bill Paxton (“Titanic”, “Terminator”, “Twister”) contó en enero de 2017 que la fiebre reumática que había padecido siendo niño había dañado una válvula de su corazón, y que por ello debía someterse a una cirugía. La fiebre reumática, que hace décadas era relativamente frecuente en España, puede surgir si una infección de garganta por la bacteria estreptococo no se trata adecuadamente. Durante la operación, Paxton sufrió un derrame cerebral y falleció días después. Tenía 61 años.

La temprana muerte de este famoso actor es un ejemplo extremo de los graves efectos que pueden causar ciertos patógenos, bien por sí mismos o por reacciones inmunes, años o décadas después de una infección. También gracias a Hollywood conocemos la encefalitis letárgica, que causó medio millón de muertos en todo el mundo entre 1917 y 1928, coincidiendo en su inicio con la pandemia de gripe española. Un siglo después aún se discute si el subtipo de la influenza H1N1 u otro virus fue responsable o coadyuvante en esta misteriosa enfermedad que sumía a los enfermos en una especie de letargo y que inspiró la película “Despertares” (1990), con Robert De Niro y Robin Williams.

Película Despertares, con Robin Williams y Robert De Niro

No pocos virus dejan “bombas de tiempo” en nuestro organismo: una forma mutante del virus del sarampión provoca la panencefalitis esclerosante subaguda, una enfermedad rara y de curso fatal que afecta de forma progresiva al sistema nervioso central. La mononucleosis infecciosa causada por el virus de Epstein-Barr se considera un factor de riesgo para padecer esclerosis múltiple. Y la mayoría de casos de cáncer de cuello uterino tienen su origen en ciertos tipos del virus del papiloma humano (VPH), para el cual, afortunadamente, hay vacuna.

¿Podría el SARS-CoV-2 producir efectos graves a largo plazo que aún desconocemos, además del COVID persistente? La neurocientífica gallega Sonia Villapol, que investiga los daños neurológicos del coronavirus, ha alertado en varias ocasiones que la infección por este patógeno reduce las conexiones entre las neuronas. “La COVID-19 puede aumentar el riesgo de desarrollar enfermedades neurodegenerativas”, afirmaba en una entrevista a FARO ya en noviembre de 2020.

La organización Alzheimer’s Disease International (ADI), que agrupa a más de cien asociaciones de alzhéimer en todo el mundo, advirtió la semana pasada que la pandemia de COVID-19 podría hacer que se disparen los casos de demencia en el futuro. “Muchos expertos en demencia de todo el mundo están seriamente preocupados por el vínculo entre la demencia y los síntomas neurológicos del COVID-19”, señaló Paola Barbarino, directora ejecutiva de ADI.

Según un estudio del hospital alemán Charité publicado en primavera en “Nature Neuroscience”, el coronavirus entra en el cerebro a través de la nariz. De ahí que muchas esperanzas estén puestas en las vacunas intranasales como la que desarrolla el virólogo español Luis Enjuanes. Hasta que se aprueben, lo mejor para evitar supuestos efectos futuros es vacunarse con los fármacos existentes.

La vacuna reduce la posibilidad de padecer COVID persistente

Cada vez hay más estudios sobre COVID persistente. Uno de ellos, en el que participó Sonia Villapol y que adelantó FARO en febrero, identificó más de 50 síntomas. Ahora la gallega y su equipo trabajan en un estudio sobre COVID persistente en niños. La mayoría de los que lo desarrollan son asintomáticos. Un reciente trabajo del University College de Londres concluyó que uno de cada siete niños positivos de COVID mantenían síntomas a las 15 semanas. La buena noticia es que otro estudio, esta vez del King’s College, acaba de determinar que la vacunación reduce claramente el riesgo de COVID persistente en caso de tener síntomas. Además, entre un 40% y un 70% de los pacientes con COVID persistente mejoran después de vacunarse.

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