Hasta donde le alcanza la memoria, Yerai Sanmartín siempre ha sentido que su identidad de género no se correspondía con el sexo asignado al nacer. En el colegio donde estudiaba no se sentía él con la falda del uniforme.
Llevaba, además, el pelo muy corto, lo que provocaba comentarios bastante desafortunados por parte de algunos de sus compañeros. “¡Mira, el chico de la falda!”, decían. Sin embargo, no descubrió por qué no se ajustaba a la etiqueta que se le otorgaba hasta años después. “No me molestaba que cuando iba con mi ropa, me confundieran con un chico."
"Una tarde le dije a la chica con la que estaba saliendo que no me sentía bien conmigo mismo y que si ese día podía tratarme en masculino para aclararme. Fue el día más feliz de mi vida y a partir de entonces comencé a pensar de otra manera”
Ahora, a sus 17 años, Yerai tiene reconocida su identidad –nombre y sexo– en su DNI, lo que para él supone presentarse por lo que es al mundo. Su caso es excepcional, porque ha logrado este reconocimiento antes de haber cumplido los dos años de tratamiento hormonal –este mismo mes ha hecho un año– y psicológico que exige la actual ley. El registro admitió como prueba el tratamiento masculino que recibía en sus redes sociales.
"No sabía cómo decirle que yo no era su niña, sino su niño"
Sin embargo, el camino hasta aquí no ha sido sencillo. Para ninguna persona trans lo es. Decírselo a su familia fue lo que más difícil le resultó. Ya lo fue decirles, con once años, que le gustaban las chicas. En esta ocasión, primero se lo dijo a su novia de entonces, después a sus amigas y luego al padre, quien ya lo intuía. Todo en la misma semana de diciembre de 2019. La última fue su madre. “Por entonces estaba enferma (falleció el 19 de enero) y no quería disgustarla. No sabía cómo decirle que yo no era su niña, sino su niño. Iba a ser un palo para ella. Lo aceptó, pero me dijo que no se lo contara a mis abuelos. Al final lo hice porque fingir ser una chica delante de ellos me iba a volver loco. Y tengo que decir que hoy presumen de nieto y se sienten orgullosos de mí y esto me hace muy feliz”, comenta.
Una vez que se lo contó a su entorno, decidió hacerlo público. ¿Por qué no? Ahora, emplea sus redes sociales para visibilizar la transexualidad y para ayudar a otros chicos y chicas trans. “Intento guiarlos. Yo siempre recomiendo que acudan a Arelas (asociación de familias de menores trans de Galicia). Yo lo hice porque creo que es importante tener el acompañamiento de una asociación que puede asesorarte en el proceso”, afirma.
Para Yerai, es importante que se modifique la ley trans porque no todos los menores tienen el mismo apoyo que él de sus familias. “Esto hace que no puedan hacer la transición hasta que son adultos, lo que hace que tengan una infancia y una adolescencia muy infelices”, advierte. Además, es necesario eliminar tanta burocracia. “Tenemos que pasar por mil filtros. Yo me considero una persona emocionalmente estable, pero aun así tengo que seguir un tratamiento psicológico. ¿Para qué? ¿Para justificar que no es una etapa? Porque no lo es”, se pregunta.
Yerai contaba con someterse a una mastectomía este año, aunque por el COVID-19 no va a poder ser.
“Mi endocrino me dijo que entre uno y dos años más y me he llevado un chasco porque es a lo que más disforia tengo. De momento, me siento a gusto con mi vagina”
Y es que la operación de cambio de sexo no es un requisito indisoluble de la transexualidad. Muchas personas transgénero no sienten la necesidad de cambiar su cuerpo para sentir su auténtica identidad.
Yerai es un estudiante de sobresalientes, delegado de clase por segundo año consecutivo, y muy popular gracias a las redes sociales. “En la red tengo más apoyos que críticas, aunque también reconozco que hay gente que se aprovecha del anonimato para soltar cualquier barbaridad. Pero hace tiempo que decidí que eso no iba a afectarme. Es necesario ser positivo y tener fuerza porque si no, no consigues nada”, asegura.
La falta de información sobre la transexualidad y la diversidad sexual hace que muchos niños trans sean blanco del acoso escolar y promueve la transfobia. “Una educación en la diversidad nos ahorraría mucho sufrimiento. No solo porque la gente sería más tolerante, sino también porque la propia gente trans podría ser consciente de su identidad antes”, afirma María Fernández (nombre ficticio). Precisamente por no exponerse a la transfobia, esta joven de 19 años prefiere mantenerse en el anonimato.