Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Pedro Armada Díez de Rivera | Sacerdote, investigó la matanza de jesuitas de El Salvador

"El padre Ellacuría era subversivo por ponerse al lado de pobres y víctimas"

"El dolor causado por un crimen no se resuelve con el olvido, sino con el reconocimiento de la verdad, el arrepentimiento y la dignificación de las víctimas", asegura

Díez de Rivera. // Fdv

El juicio por el asesinato del jesuita Ignacio Ellacuría y otros cuatro religiosos españoles en El Salvador en 1989 arrancó el día 8 en la Audiencia Nacional. En el banquillo de los acusados, el excoronel y antiguo viceministro de Seguridad Pública salvadoreño Inocente Orlando Montano, y René Yushsy Mendoza, teniente del Ejército. Para la Fiscalía, ambos "participaron en la decisión, diseño o ejecución" del asesinato, el 16 de noviembre de 1989, del entonces rector la Universidad Centroamericana (UCA), Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Amando López y Juan Ramón Moreno. También asesinaron a tres salvadoreños: el sacerdote Joaquín López, la empleada doméstica Julia Elba y a su hija menor, Celina. Desde Extremadura lo sigue con atención el padre jesuita Pedro Armada Díez de Rivera. En 1989 fue a El Salvador, investigó los asesinatos y siguió el caso. Es coautor del libro "Una muerte anunciada en El Salvador".

- ¿Qué sentimientos le produjo el comienzo de este juicio?

-Muchos sentimientos y muchos recuerdos. Piense que me tocó vivir todo aquello muy de cerca. Y, además, por encargo del padre provincial, me tocó investigar y dar seguimiento a aquel caso hasta el juicio en San Salvador en el año 1991. Allí fueron juzgados nueve militares salvadoreños, los "autores materiales", pero no quienes dieron las órdenes. La Fuerza Armada salvadoreña se encargó de montar un dispositivo de encubrimiento que impidió cualquier intento del juez de investigar y descubrir la verdad. Al abrirse este nuevo proceso en España, esta vez en contra los autores intelectuales, se reviven los momentos de hace treinta años. Hay dolor y esperanza. Hay recuerdo agradecido a nuestros hermanos jesuitas y a la huella que dejaron en nuestras vidas y en las de tanta gente.

- ¿Qué papel juega la Compañía de Jesús en este proceso?

-Curiosamente, la Compañía de Jesús no ha intervenido judicialmente en este juicio ni en el que se celebró en San Salvador. Allí, la acusación particular la ejercieron las familias de los asesinados. Aquí, la acusación parte también, según me dicen, de algunos miembros de las familias, de la Asociación Pro Derechos Humanos de España y del Center for Justice & Accountability de Estados Unidos. Pero tiene lógica que todos miren hacia nosotros, pues seis de los asesinados pertenecían a la Compañía de Jesús. Y una de las dos mujeres estaba vinculada a ella por trabajo. La otra era su hija de 15 años. Y, también, de alguna manera, porque este caso dio visibilidad a algo terrible: por primera vez en El Salvador, después de años y años con miles de asesinatos sin que los asesinos fueran procesados, se llegaba a un juicio. De alguna manera teníamos que dar la cara no solo por las ocho personas asesinadas, sino también por aquellas otras 75.000 víctimas silenciadas.

- Uno de los acusados es Orlando Montano. ¿Qué le preguntaría si estuviera cara a cara con él?

-Lo que le preguntaría es si, después de tantos años, no le parece llegado el momento de decir la verdad y, si las fuerzas le alcanzan, pedir perdón. Por lo menos que nos dijera la verdad de todo lo que sabe sobre este caso.

- ¿Hay muchas cosas que sabe y que no ha dicho?

-Muchas, seguro. Y, además, como testigo directo, porque todos los que declararon en el proceso llevado a cabo en El Salvador, lo sitúan en la reunión del alto mando de la Fuerza Armada en la que se decidió el asesinato.

- ¿Se sabe quiénes estaban en esa reunión?

-Tenemos muchas declaraciones. Una, concisa y demoledora, posterior al juicio de San Salvador, del informe de la Comisión de la Verdad de la ONU tras los acuerdos de paz. Es del 15 de marzo de 1993 dice: "El entonces coronel René Emilio Ponce, en la noche del día 15 de noviembre de 1989, en presencia de y en confabulación con el general Juan Rafael Bustillo, el entonces coronel Juan Orlando Zepeda, el coronel Inocente Orlando Montano y el coronel Francisco Elena Fuentes, dio al coronel Guillermo Alfredo Benavides la orden de dar muerte al sacerdote Ignacio Ellacuría sin dejar testigos".

- Montano dice que era viceministro de Seguridad Pública y que, por tanto, no mandaba tropas, solo la Policía. ¿Es un eximente?

-Al revés, lo inculpa más todavía. Al tener bajo su mando los llamados "órganos auxiliares de la administración de justicia", podemos suponer que fue uno de los principales protagonistas del encubrimiento con el que los militares salvadoreños quisieron mantener su impunidad. Ninguna de las policías de El Salvador, sujetas, por cierto, al mando militar, investigó nada. Ni de oficio, ni cuando se lo pedía el juez. Y la llamada "Comisión de Investigación de Hechos Delictivos", la que entregó al juez a quienes luego fueron procesados, se encargó muy bien de que no se pudiera avanzar más allá. La Comisión de la Verdad de la ONU también nos describe cómo el entonces coronel Montano y otros presionaron a jefes y oficiales "para que no mencionaran órdenes superiores en sus testimonios ante la Corte".

- ¿Qué es el perdón para usted?

-Lo veo como un paso necesario, previo a la reconciliación. Muchas veces hablamos de un camino que sería "verdad-justicia-perdón-reconciliación". Conocer la verdad de lo que pasó en este y otros casos será un bien para El Salvador, contribuirá a la justicia para las víctimas, constituirá un paso trascendental en el proceso de reconciliación y dará paz incluso a los mismos victimarios.

- ¿Ve posible este camino?

-Sí, lo veo posible, pero muy difícil. El perdón y la misericordia están en la entraña de nuestro ser cristiano y en esa dirección nos queremos mover. El dolor causado por un crimen no se resuelve con el olvido, sino con el reconocimiento de la verdad, el arrepentimiento y la dignificación de las víctimas. Ese es el camino del perdón cristiano y la senda para la verdadera reconciliación. Lo que pasa es que, aunque uno esté dispuesto a perdonar de corazón, si la otra persona no se arrepiente y no quiere ser perdonada, poco se puede hacer.

- Se obligó a las víctimas a tumbarse boca abajo. ¿Tenían miedo los asesinos a sus miradas?

-No creo. Entre otras cosas porque, en plena noche y sin otra luz que la de la luna, no se apreciarían mucho los detalles. La respuesta la tenemos en las propias declaraciones de quienes les dispararon. Dicen que dos de ellos les dieron la orden de tirarse al suelo cuando se quedaron solos con los padres. Boca abajo los controlaban mejor.

- ¿Qué recuerda de Ellacuría?

-Conservo muchos recuerdos, aunque nunca coincidí con él en la misma comunidad. Él fue destinado a Centroamérica ya desde el noviciado y era mucho mayor que yo. Lo conocí en España, allá por 1971-1972. Nos dio un curso de Nuevo Testamento cuando yo estudiaba Teología, y me deslumbró. Tenía una inteligencia prodigiosa, una capacidad de reflexión excepcional y una lucidez como pocas veces encuentra uno en la vida. Lo que tú alcanzabas a pensar confusamente, él lo ponía en palabras con una precisión y una claridad únicas.

- ¿Y en El Salvador?

-Cuando fui destinado a Centroamérica pude tratarlo más. Y pude ver de cerca un milagro que casi realizaba el ideal utópico de una Universidad de la Compañía de Jesús. Ellacuría había logrado en la UCA lo que parece imposible. Él y sus compañeros que fueron asesinados con él aquel día. Había conseguido poner todo el potencial de docencia y de investigación de una institución de nivel superior estuviera al servicio de los pobres y de las víctimas. No he vuelto a ver en mi vida una cosa así. Y lo consiguió.

- ¿Eran realmente subversivos los jesuitas de la UCA?

-La verdad es que sí. En un país en el que el 2% de la población tiene casi toda la riqueza y la miseria es la condición de la mayoría, defender a los pobres y ponerse al lado de las víctimas es subversivo. Analizar esta realidad con rigor académico es subversivo. Y proponer soluciones a esta situación también. En fin, anunciar la Buena Noticia de Jesús es realmente subversivo. No fue una opción política, sino evangélica. Y si es una Universidad la que elige este camino, ya se puede imaginar. Las publicaciones de la UCA sobre la realidad salvadoreña decían la verdad. Todo el mundo lo sabía. Y eso tiene una fuerza enorme en el reino de las mentiras. Y la gente, no solo los campesinos, también los terratenientes o la embajada de los Estados Unidos, sabían que la verdad era esa. Como ve, eran tremendamente subversivos.

Compartir el artículo

stats