Dean Devlin era conocido hasta ahora por ser la mano derecha del director Roland Emmerich a la hora de destrozar el planeta con saña en Independence day o Godzilla. Nada serio, como tampoco lo fueron su colaboración en la amartillada ciencia-ficción de "Soldado universal" y "Stargate". Con "Geostorm" se ha metido en un buen lío: estrenada con mucho retraso, fue reescrita y recibió material nuevo por valor de quince millones de dólares para intentar corregir las malas reacciones del público en los preestrenos de prueba. Nunca sabremos cómo era la "Geostorm" terminada por Devlin, pero viendo sus antecedentes no es probable que fuera mejor que el producto que llega a las pantallas.

Emparentada con aquel cine de catástrofes que inundó las salas en los años 70 con cintas repletas de viejas estrellas y efectos especiales entonces sorprendentes (y hoy tan entrañables), "Geostorm" lo fía todo al despliegue abusón de efectos digitales. Gracias a la tecnología no hay ciudad que se resista a la destrucción, como bien demostró el propio Emmerich en "El día de mañana" o "2012". Aquí se introducen ingredientes de otros géneros: las aventuras en el espacio, la intriga política, el suspense criminal, el drama familiar y el mensaje de denuncia sobre el cambio climático que nos amenaza. Un asunto demasiado serio para considerar a "Geostorm" como una propuesta valiosa por la torpeza de sus diálogos, el aluvión de lugares comunes que cae sobre la historia, las envaradas interpretaciones (imposible creerse a Gerard Butler como científico, al borde mismo de lo cómico) y el ritmo renqueante, buscando emociones de forma burda y dejando que sea la espectacularidad digital la que cargue con toda la responsabilidad de llevar público a las salas. Ardua tarea a la vista de los desastrosos resultados.