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Para echarse a temblar

Pavorosa resurrección del cine de catástrofes con avalancha de efectos digitales y un guion desastroso

Una de las escenas más espectaculares de la película.

Hay un momento en San Andrés que resume muy bien las cosas: las letras del famoso cartel de Hollywood desmoronándose a consecuencia del terremoto. Porque cuando allí se empeñan en hacer mal las cosas, todo se despeña. Más que cine de catástrofes estamos ante una muestra de cine catastrófico: dícese de aquellas películas en las que no funciona nada. Y eso incluye los efectos especiales, que son la razón de ser de este bodrio: todo está encaminado a hacer creíble los desastres que se suceden, pero por muy perfectas que sean las imágenes tras su paso por la batidora deluxe digital no te crees nada. Primero, porque cualquier experto en estos asuntos te puede explicar que lo que sucede en la pantalla, con esos derrumbes en cadena de rascacielos, es absurdo (de hecho, un terremoto de esa intensidad se considera imposible en esa zona, pero tampoco vamos a ponerle peros al colmo). Vale que lo hagan una vez, pero cuando no hay más que castillos de naipes derrumbándose como si se tratara de las Torres Gemelas, la cosa empieza a oler a tomadura de pelo. Y segundo porque cualquier intención de realismo se queda en nada cuando metes a los protagonistas en situaciones dignas de James Bond, como esa secuencia grotesca en la que Carla Gugino (ay, Carla, quién te ha visto y quién te ve) va sorteando obstáculos en un edificio que se va cayendo a cachos mientras su ex la espera en el helicóptero salvador. En fin, cuando un momento tan pretendidamente dramático arranca sonrisas al espectador es que algo no funciona. Y en San Andrés es todo así. El conflicto humano de un matrimonio roto por una tragedia que encontrará la redención en medio de la catástrofe podría ser válido sino estuviera escrito de forma tan chapucera y el encargado de poner cara masculina al asunto no fuera Dwayne "The Rock" Johnson, cuya musculatura es inversamente proporcional a su talento interpretativo. A todo eso añadimos que Alexandra Daddario no es precisamente Meryl Streep, que el director rueda escenas sin ton ni son y dejando que los chicos del digital le hagan el trabajo, y que el gran Paul Giamatti debió tener migrañas durante el rodaje de sus escenas por aquello de poner su nombre en semejante tinglado.

A Hollywood le encanta eso de ver cómo se destruyen el país en el cine (vía alienígena o por causas naturales) pero desde fuera este espectáculo vacío y torpe solo se puede contemplar con indiferencia y ganas de escapar del aire polar de las salas. Al menos, las antiguas pelis de catástrofes tenían el encanto de ver desfilar viejas glorias durante unos minutos, con sus caras amontonadas en el cartel. Aquí, ni eso. Vamos, que aquel Terremoto con Heston, Gardner y el ubicuo George Kennedy era una auténtica joya en comparación. Ah, por cierto: la escena de la "resurrección" es una copia descarada de otra infinitamente mejor rodada en "Abyss".

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