Este tipo de películas que basan todo su gancho en la vis cómica de sus protagonistas hay que verlas con saludables prejuicios: si el actor o actriz en cuestión te hace gracia, adelante. Si te repatea (pongamos que hablamos de Adam Sandler o Jim Carrey), lo mejor es poner pies en polvorosa. O sea, que si Melissa McCarthy te hizo reir en La boda de mi mejor amiga, Por la cara o Cuerpos especiales, adelante, corre el riesgo. De lo contrario, poco bueno se puede decir de una película tan previsible como Espías: se la ve venir incluso cuando intenta soltar algunas bombas fétidas marca de la casa (Paul Feig) y, sobre todo, cuando se saca de la manga al final una "sorpresa" que no sorprende a ni a un niño de cinco años.
Pero si se está en zona neutral respecto a su estrella, Espías puede buscarte las cosquillas con algún detalle que se escapa de la quema. No me refiero a las bromas a costa de James Bond, tan evidentes como pueriles, ni a la parodia de las escenas de acción (se supone que es una parodia, porque no se pueden rodar peor) ni a los chistes escatológicos ni a la violencia descarnada propia de otros géneros (la escena del cuchillo clavado en la mano es ciertamente chocante en su torpeza) sino al juego de demolición al que se somete a los personajes encarnados por Jude Law y Jason Statham.
Al primero se le regala un arranque típicamente bondiano en el que sí funciona esa mezcla de hilaridad y acción disparatada, con leves toques de Bridget Jones para reirse un poco de la relación entre el agente secreto y su enamorada ayudante, y al segundo se le entregan los momentos más divertidos en los que sabe carcajearse de sí mismo.