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Si te persigue algo, corre

La saga de los dinosaurios vuelve a sus orígenes con un entretenimiento tan previsible como espectacular

El almuerzo está servido.

Empieza Jurassic World con una escena que parece uno de esos finales trampa de tantas películas de terror en los que se prepara al espectador para una secuela. Luego llegan esas escenas de familia estereotipada que tanto le gustan a Spielberg (apariencia feliz, interior con grietas, hermanos de carácter opuesto) y a los cinco minutos se suelta el meollo del asunto: la gente se ha aburrido de los dinosaurios de siempre y ahora necesitan emociones nuevas. Más fuertes. Sin límites. Y ahí entra la ciencia y la conciencia. Una atracción que llene la curiosidad (momentánea) de la audiencia. ¿Qué tal un dinosaurio que pueda camuflarse? Los peligros no importan. La pela es la pela. Como metáfora de los tiempos que vivimos (en el cine, en las tecnologías, en...) es un tanto rudimentaria pero sirve. Y otra reflexión de andar por casa: monstruo es un término relativo, para un canario, un gato es un monstruo. Pues vale.

El primer parque jurásico era otra cosa, dice un secundario, y qué razón tiene. Jurassic World está (re)cargada de guiños (peloteo al productor, para qué andarnos con rodeos: ¡Tiburón incluido!) a la primera entrega, que, no lo olvidemos, Spielberg hizo con desapasionada eficacia para que le dejaran rodar La lista de Schindler. Pero, siendo aquel un título de méritos muy limitados, puede presumir de haber marcado un antes y un después en el uso de los efectos digitales para crear criaturas vivientes creíbles (las de ahora están más detalladas y tienen más variedad de registros pero no hay unas diferencias abismales en el acabado) y de tener dos momentos antológicos: la primera aparición de los animales (sorpresón de los grandes que ahora no se da) y la escena del acoso en la cocina. Aquí es todo reciclaje y solo hay un elemento novedoso: la aparición de Chris Pratt con modos de estrella (sol al fondo para hacer más llamativa su entrada), sin duda allanándole el camino para ser el próximo Indiana Jones, incluido el entrenamiento en moto. No es Harrison Ford, claro está (tiene una pinta un poco... estándar), pero puede dar el pego .

¿Tienen derechos los animales extinguidos? Buena pregunta. No es que la película se haga muchas. El progreso siempre gana, dice uno. Tal vez el progreso debería perder, replica otro. Hasta ahí llegan los dilemas de una cinta que tarda más de veinte minutos en meter una escena de tensión que se prolonga a la relación tensa (estos chicos se gustan aunque finjan lo contrario) entre el salado y agreste Pratt y la remilgada científica (muy salerosa Bryce Dallas Howard) con un fugaz pasado en común. A los 40 minutos llega el primer estallido de terror y la velocidad de ingesta de palomitas se ralentiza. Buena señal. De ahí al final, con sus bajones de blandenguería y previsibilidad (todos sabemos lo que les pasará a determinados personajes), Jurassic world entretiene de sobra con su menú de sobras, exhibe músculo económico en su aparatoso desenlace e incluso suelta momentos ingeniosos como el ataque a los niños "encapsulados" o el malvado homenaje al alimón a "Los pájaros" de Hitchcock y, ñam, ñam, de nuevo a "Tiburón".

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