Rubia sostiene una teoría sobre "el éxtasis como probable origen de la religión". La espiritualidad es tan antigua como el ser humano y no es extraño que ya en los homínidos se dieran manifestaciones de una cierta espiritualidad, quizás de manera fortuita al descubrir por casualidad el potencial de alteración de la mente de plantas u hongos durante la exploración de su entorno en busca de alimento. Al ser definida de este modo, la primera constatación es que la espiritualidad es inherente al ser humano, pero que el origen de ella hay que buscarla en los "estados alterados de la consciencia".

El libro plantea muchas preguntas que surgen de estas observaciones. Una de ellas y muy importante es: ¿hizo Dios el cerebro y, por tanto, la espiritualidad y la realidad en la que ella se inserta de modo que el hombre llegara a conocerlo de algún modo? Y el autor responde que la pregunta en sí no es pertinente científicamente porque la idea de Dios no es demostrable ni falsable, es decir negable. Por tanto, desde un punto de vista estrictamente científico hay que decir que la espiritualidad -y consecuentemente la religión cuando se deriva de ella en determinadas circunstancias-- es un producto de la evolución.

¿Para qué sirve la espiritualidad?, se pregunta también Rubia ¿Cuáles han sido las modificaciones del entorno que han llevado a provocar su surgimiento en el ser humano? En líneas generales responde Rubia, con diversos autores, que la espiritualidad nació por tener un valor biológico para la supervivencia, pero entendida de un modo amplio: no solo la supervivencia primaria, sino también la secundaria, es decir, la necesidad de una vida placentera y segura".