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Una españolizada "Carmen" de Bizet

Doce funciones con dos repartos ofrece este mes el madrileño Teatro de la Zarzuela para presentar una versión de la Carmen de Bizet traducida al español por Eduardo de Bray en 1890. En aquel tiempo eran normales las versiones traducidas, y aún lo son en algunos países y teatros -pocos, por suerte- cuyas audiencias quieren entender lo que se canta y habla sin valorar la prosodia ni la sonoridad acordada entre palabra original y música, que es norma de obligado cumplimiento por los buenos compositores de ópera. La recuperación historicista puede gustar más o menos al público de hoy, pero incide en la inquieta novedad que el actual director del veterano teatro (abierto hace 128 años), Paolo Pinamonti, imprime a la programación.

Esta producción en concreto, que ha despertado gran interés, agrega una novedad más significativa: la de su lectura femenina, con la directora taiwanesa Yi-Chen Lin (26 años) en el foso, y la española Ana Zamora en la escena (prestigiosa ésta en el ámbito del teatro clásico y barroco). Su concepto es quizás lo más débil del empeño. Entre los textos en grandes caracteres griegos que ubica en el telón de boca, hay uno, de Páladas de Alejandría (siglo IV d.C.) que explica irónicamente el propósito de la producción: "Toda mujer es hiel, pero tiene dos momentos buenos: uno en el tálamo y otro al morir". Semejante credo machista es punto de partida de la idea-eje de Zamora: "El drama de los hombres que no saben cómo actuar ante una mujer libre". La protagonista es paradigma de esa libertad, pero el relato escénico no está bien articulado y hace chirriar una batería de efectos gratuitos como el de las cigarreras sevillanas tansmutadas en milicianas, la identificación de Carmen y Micaela a modo de caras de la misma moneda o la coronación final de Carmen como imagen celestial bañada por pétalos de rosas. Una broma ultrafeminista.

En la función de estreno casi toda la luz estuvo en la la bellísima voz y el temperamento dramático de la gran mezzosoprano María Jose Montiel. Espléndida artista, generosa de sus facultades en una entrega extenuante, desde la sensual majeza de la habanera, las seguidillas y el tralalá hasta los acentos trágicos de la muerte pasando por las libertarias evoluciones del sentimiento y el capricho. La soprano Sabina Puértolas fue contrapunto de sensibilidad melódica y fineza de línea como muy emotiva Micaela. Y es justo citar a Isabel Rodríguez y Marifé Nogales como excelentes Frasquita y Mercedes. Tal vez sin intención, los caballeros no dieron la talla: José Ferrero en un inseguro y apurado Don José, y Rubén Amoretti como Escamillo de voz sorda. La Orquesta de la Comunidad de Madrid y el Coro de La Zarzuela siguieron la pauta precisa y maquinal de la maestra china, adecuada en momentos como el del quinteto en la taberna de Lilas Pastia (convertido por el traductor en un jocoso Curro Flores), pero yerta en lo demás.

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