No se le puede negar a "El hijo del otro" un punto de originalidad al aproximarse al doloroso conflicto palestino-israelí con un planteamiento de melodrama puro y duro a partir de un error que propicia un intercambio de bebés. Cuando se conoce la verdad, el lío está servido y el choque de sentimientos contradictorios pondrá a los personajes en callejones de difícil salida. El hecho de que la paternidad creativa proceda de Francia aplica paños calientes a la herida y la película no toma partido por nadie porque su declarado interés no es tanto hurgar en la herida y señalar culpables o inocentes como proponer soluciones humanistas, bienintencionadas, en cierto modo utópicas.

Nada que objetar al buenrollismo que subyace en la historia; pero en ocasiones, demasiadas para no dejarlas pasar por alto, la película convierte su mirada positiva en una especie de condescendiente manual de buenas intenciones que pierde su credibilidad a borbotones, especialmente en un tramo final que cuesta tomarse en serio. Un lastre agravado por la deficiente interpretación de algunos actores que no logran transmitir la autenticidad que Levy persigue desde el primer momento. Con todo, esos errores se compensan a veces con escenas que sí logran un grado de emoción y veracidad digno de elogio. Y, en cualquier caso, la llegada de títulos tan poco comerciales siempre es un plus a la hora de recomendar su visionado.