Los tiempos confusos son malos para hacer pronósticos. A partir de las dos de la madrugada se empezará a saber si Hollywood da una palmadita en la espada a quien abre en canal el pasado más oscuro de Estados Unidos, al espectáculo estelar o a las emociones en carne viva. Los "Oscar" se hacen los misteriosos en su 86 edición y los quinielistas no las tienen todas consigo. No es una cosecha tan mala como la del año pasado, en la que la flacucha Argo se llevó el premio gordo, pero tampoco pasará a la historia.

Aunque hay buenas películas (incluso excelentes: véanse las dos que tienen menos posibilidades, Her y Nebraska) y el resto tiene un nivel medio más que aceptable, no hay pesos pesados que garanticen un combate apasionante. De hecho, una de las principales candidatas, 12 años de esclavitud, es la obra menos punzante de Steve McQueen, de quien cabía esperar una visión menos académica y más peleona. Tiene en su contra que el realizador es británico, y no suele gustar por allí que vaya un extranjero a restregarles por la cara las miserias del pasado, pero el asunto tratado es importante y un lavado de conciencia colectiva en forma de estatuilla siempre tiene muchos votos a favor. A pesar de la corriente de simpatía que les acompaña, ni Chiwetel Ejiofor ni la muy promocionada Lupita Nyong'o tienen esperanzas importantes de subir al escenario.

No hay que descartar que David O' Russell sea finalmente encumbrado por sus colegas tras sus tentativas anteriores, aunque La gran estafa americana esté muy lejos de ser un peliculón. Interesante, claro, con buenos momentos, por supuesto, pero también con partes anodinas, alguna interpretación desajustada y la habitual flojera de su director cuando llega la hora de echar el resto.

Como cada edición, los Oscar tienen muchos salpullidos de contradicción en sus planteamientos. Por ejemplo, la vibrante Capitán Phillips está nominada a mejor película, pero ni su actor, Tom Hanks, ni su director, Paul Greengrass, están entre los elegidos. Es de esas cosas absurdas que enfangan la credibilidad de unos premios capaces de proclamar triunfadora a Argo pero darle el premio al mejor director al de La vida de Pi.

Dallas Buyers Club es la cuota habitual de cine independiente que bastante tiene con llegar al fiestón.Si gana su estrella, Matthew McConaughey, se puede dar con un canto en los dientes. Y no lo tiene difícil si tenemos en cuanto que a Hollywood le conmueven esas metamorfosis de galanes que demuestran ser buenos actores. Y si pierden veinte kilos para su papel, mejor. Sandra Bullock sabe mucho de ese tipo de recompensas, y este año podría hacer parejita si no tuviera enfrente a Cate Blanchett por su gran trabajo en Blue Jasmine, uno de esos alardes en los que se admite cierto desenfreno por las peculiaridades del personaje y que en cuanto se estrenan se les pega la etiqueta de "una interpretación de Oscar". Se puede quitar de la pelea final a Meryl Streep, pasada de rosca en Agosto y que ya tiene una amplia colección de Oscar, y a Amy Adams por estar correcta en La gran estafa americana. Bullock es (al igual que uno de los grandes olvidados, Robert Redford en Cuando todo está perdido) la que sostiene en casi completa soledad el factor humano de Gravity, otro título que asoma un poco la cabeza en la carrera final. El asombroso trabajo técnico de Alfonso Cuarón (si se contempla en 3D, claro) tiene en su contra algunas concesiones dramáticas que se hacen más evidentes cuando se ve por segunda vez: el truco facilón de la aparición falsa de George Clooney, el absurdo final feliz, los toques sentimentales que rompen la atmósfera creada en sus mejores momentos. ¿Se llevará los premios técnicos y, quizá, el guiño al mercado latino con una estatuilla al asimilado Cuarón por su titánico esfuerzo?

Otro olvido incomprensible afecta a Joaquin Phoenix, impresionante en esa maravilla que es Her, sobre todo cuando entra en la terna Christian Bale por un trabajo del montón en La gran estafa americana. Como mucho, a la joya de Spike Jonze le puede tocar la pedrea con el premio al mejor guión original. Parecida situación a la que vive Nebraska, formidable "road movie" de Alexander Payne que tiene en su calculada humildad una sus peores bazas: parece menos de lo que es. El veterano Bruce Dern es su punto fuerte por aquello del homenaje a una carrera y tal, pero no hay una corriente tan favorable como para darle impulso. A Philomena, aunque inferior a las dos anteriores, le ocurre otro tanto: salvo la siempre mayúscula Judi Dench, sus expectativas son cortas.

¿Y qué pasa con El lobo de Wall Street? Su presencia es la más perturbadora de todas. No siendo uno de los mejores trabajos de Martin Scorsese, y con evidentes errores de guión (demasiado largo y redundante) y filigranas visuales con las que el director se autoplagia sin rubor, es una película tan osada e insolente, tan descarnada en su retrato de la jungla de las finanzas (y aún hay quien no tiene claro si Scorsese ensalza o apedrea a sus amorales habitantes, sólo porque no riega de moralina la pantalla), tan desmesurada y en ciertos momentos salvaje, que no debería irse con las dos manos vacías. ¿Será Leonardo DiCaprio el beneficiado por su desmadre interpretativo? ¿Tendrá Scorsese una oportunidad de recibir el galardón por un trabajo muy superior al que le dio su "Oscar" por la anodina Infiltrados?

La categoría de actor secundario es imprevisible, aunque, siendo objetivos, el memorable Jonah Hill es El lobo de Wall Street saca mucha distancia a Bradley Cooper, Michael Fassbender, Jared Leto y Barkhad Abdi ("Capitán Phillips"). Su equivalente femenino también se las trae. Jennifer Lawrence está estupenda en "La gran estafa", Sally Hawkins tampoco está mal en "Blue Jasmine" y Lupita Nyong'o es todo un hallazgo en "12 años de esclavitud" pero Julia Roberts está espléndida en "Agosto" (y además vive momentos personales muy duros) y la veterana June Squibb está que se sale en "Nebraska".

Más sencillo es adivinar qué película extranjera se llevará el "Oscar" al agua (si no es la muy reverenciada y muy romana La gran belleza habría que llevarse las manos a la cabeza). Y queda el morbo de saber si Woody Allen, de nuevo en el ojo del huracán por asuntos privados, amargará la noche a su ex Mia Farrow gracias a su amargo guión de "Blue Jasmine".