Son dos de los gallegos marcados por la talidomida, un fármaco que se recetó entre finales de los cincuenta y principios de los sesenta a las embarazadas para combatir las náuseas matutinas y que provocó graves malformaciones en los fetos. Por ellos y otros enfermos y por sus familias, María Jesús Raposo y José Benito Calvo, dos de los veinte gallegos integrados en la Asociación de Víctimas de la Talidomida (AVITE), quisieron vivir en primera persona el primer juicio contra la farmacéutica Grünenthal celebrada esta semana en Madrid, un juicio histórico porque es la primera vez que afectados por este medicamento sentaban en el banquillo a los responsables de la compañía alemana.

"Mi madre aún se echa a llorar cada vez que oye la palabra talidomida porque se siente culpable", afirma María Jesús Raposo (A Coruña, 1962), a quien los efectos teratogénicos de esta medicina provocarpn una malformación en la mano derecha. "No tengo dedos -explica-, solo el dedo gordo y una masa de la que sale el meñique. y mi madre tomó esas pastillas solo una semana". Esto hizo de ella una niña introvertida, que ocultaba siempre su mano dentro del bolsillo de la ropa para pasar inadvertida, hasta que ya en la Universidad -estudió Magisterio-, conoció a su marido. "Es mayor que yo y su círculo de amigos también y tal vez por su edad, comencé a sentirme arropada y fui abriéndome a la gente. Hoy soy una persona afable", explica María Jesús. Lejos quedaron los días de colegio en que una monja tenía que cerrar el círculo cuando jugaban al corro de la patata porque ningún compañero quería cogerle la mano. "Los niños son crueles", afirma.

Sin embargo, reconoce que cuando se quedó embarazada de su hija, su única obsesión era verle las manos a la niña. "Mi ginecólogo me insistía en que tenía dedos y que estaba todo correcto, pero yo en la ecografía no le veía las manos", relata la única gallega reconocida como víctima de la talidomida por el Estado. A pesar de que tiene reconocido un 41% de incapacidad, María Jesús se sacó el carnet de conducir y se mueve con uno todoterreno no adaptado, aunque no puede, sin embargo, preparar algo tan simple como una tortilla de patata.

Pero el daño moral no se olvida y eso es lo que quiere que la farmacéutica alemana admita públicamente. "Ya admitió su culpa cuando nos ofreció dinero en el acto de reconciliación, que nosotros rechazamos porque hay víctimas que necesitan de terceras personas para moverse y también tenemos que pensar en su futuro", afirma esta gallega, que critica la actitud que tuvo la defensa de la farmacéutica durante el juicio. "Nos ofendió con ciertos comentarios. Se puede defender los intereses del cliente sin herir a las víctimas", se lamenta.

En Madrid coincidió con José Benito Calvo, (Noia, 1962) otro rostro de la talidomida, a pesar de que cuando él nació, ya se había prohibido en casi toda Europa. Las secuelas del fármaco en José Benito son una pierna derecha 28 centímetros más corta que la otra, sin rótula y con tres dedos, y una mano con un dedo de menos. Cuando cumplió 20 años, decidió cortarse el pie y ponerse una prótesis. "Me dijeron que era lo mejor que podía hacer porque si no podría partirme la rodilla", explica.

Aunque su minusvalía le ha permitido llevar una vida normal, hace tiempo que arrastra problemas de espalda derivados de la prótesis. "Desde los cuarenta, siempre estoy con problemas de columna y yendo a fisioterapia, poniéndome calor... Y las molestias van a más", explica este afectado.

José Benito fue de los que defendió siempre llevar a la farmacéutica alemana a juicio por haberles ninguneado durante cincuenta años y por haber ocultado los efectos de la talidomida para que continuase comercializándose en España. "Fuimos ovejas. Mientras que en el resto de Europa se prohibió en 1961, aquí continuó recetándose hasta 1970. Además, hay un informe sellado por la farmacéutica en Düsseldorf en el que dice que no se informe a los médicos españoles de que se retiraba el fármaco del mercado", añade José Benito, para quien con esta actitud Grünenthal ocasionó cientos de víctimas que se podían haber evitado y a las que nunca ha reconocido.

"Una sola pastilla es suficiente para provocar graves malformaciones. Imagínese las secuelas en los casos en que se recetó tomar dos al día, una por la mañana y otra por la tarde", afirma José Benito, a quien le molesta que la compañía continúe argumentando que el delito había prescrito muchos años antes de que Avite consiguiera reabrirlo al lograr el reconocimiento de una veintena de víctimas por parte del Gobierno español en 2010. "Durante la dictadura, a quien se quejaba se le pegaba un tiro", afirma este afectado, para quien tanto el Estado español como la farmacéutica son responsables. "El Gobierno ya lo ha admitido; ahora le toca a Grünenthal ".