Breaking Bad, la serie de televisión de éxito de la AMC y uno de los más ambiciosos dramas criminales modernos, nunca se ha alejado de la química. Es un producto tóxico tan desestabilizante como esclarecedor del mal. En el primer episodio, Walter White (Bryan Cranston) les dice a sus alumnos de Secundaria que la química es la ciencia del cambio, y a partir de ese momento su vida empieza a alterarse. Crecimiento, decadencia y transformación fagocitan la historia. Tres fases y una sola constante:el crimen no paga.

Los asesinos y los mentirosos, antihéroes de estos dramas shakesperianos, no padecen las consecuencias inmediatas de sus actos. En Los Soprano, Deadwood o Boardwalk Empire, un número abultado de malas acciones queda impune. Las series emitidas por cable tienen licencia para ser transgresoras, y eso significa burlarse de las costumbres que normalmente guían otros programas de televisión. Breaking Bad, que, junto a las tres anteriores y Treme, completa, a mi juicio, el "top" de calidad en cuanto a teleseries, supone además un retroceso a un código más elemental de la moralidad. Hay una lección puritana de la vida en Walter White: se convierte en un maestro asesino y despiadado, Heisenberg, sin sacarle apenas partido. Es capaz de pagar las facturas, suyas y de los demás, pero jamás experimenta el placer de las ganancias como harían otros. Tras el diagnóstico de cáncer y la decisión de asegurar el futuro de la familia fabricando metanfetamina, se siente catapultado a matar a los enemigos, pero se ahorra la diversión o la autocomplacencia que el dinero puede comprar. No es un monstruo, sino un ser atado a los billetes.En las cinco temporadas que dura la serie, jamás se toma unas vacaciones de lujo y duda si comprar una casa nueva.

Skyler (Anna Gunn), su mujer, le muestra las grandes reservas de dinero en efectivo que esconde en el tren de lavado donde blanquea el dinero, y Walter le promete que va a salir del negocio de la droga. Parece que mantiene su palabra. El que era su hombre de confianza, Jesse (Aaron Paul), acaba siendo la genuina representación del miedo. El abuso de las drogas y el remordimiento le llevan literalmente a tirar fajos de billetes por la ventana del coche. Saul Goodman (Bob Odenkirk), el abogado de dudosa reputación que ayuda a Walter White a blanquear los dólares y a solucionar sus problemas tomando atajos, no es partidario de abandonar el negocio. "Better call Saul" ("Mejor llama a Saúl") es su lema.

Si conocen a Walter White y han seguido sus pasos no querrán perderse el final de Breaking Bad, que ya se está emitiendo en EstadosUnidos y que pronto podrán ver enEspaña.

La segunda mitad de la quinta temporada arranca con un inquietante "flash forward". Un año después de que Hank (Dean Norris), el cuñado agente de la DEA,se tropezase con la verdad hojeando un ejemplar de Hojas de hierba, Walter se ha transformado de nuevo: tiene una identidad falsa. El pelo le ha crecido, su barba es espesa, lleva gafas de pasta negra y ha regresado a Albuquerque en un coche con una placa de New Hampshire ("Live free or die") y una ametralladora en el maletero.

No está claro lo que pasó con su esposa, sus hijos o su cáncer. La casa está en obras; la piscina, abandonada, utilizada por los adolescentes como una pista de skateboard, que viene a ser el preludio del apocalipsis. Cuando su vecina lo ve en el camino de entrada, le mira, entre pasmada por la incredulidad y congelada por el terror, mientras sostiene una bolsa de la compra. "Hola, Carol", la saluda. La bolsa se desliza de sus manos y los comestibles acaban en el suelo. Y entonces la historia se remonta a donde quedó hace poco más de un año.

Los finales sí importan, suscitan debates y tsunamis. Tony Soprano se mantuvo fiel a la volatilidad que gobernó su vida como mafioso y David Chase le dedicó un fundido. ¿Qué hará Vince Gilligan con Walter White?