>> Nació en 1931 en Melide. Llegó a Vigo en 1955, precedida ya de un reconocimiento por su precocidad que desde Lugo se había extendido por círculos urbanos de Galicia. Pionera en la visibilización de la mujer en una sociedad posbélica franquista que la relegaba, fue la primera mujer gallega que expuso sus fotografías (1948), la primera que abrió estudio propio (1955), la primera que dio con el pincel color al blanco y negro en tiempos en que no existía el color, aprovechándose de sus conocimientos de pintura. Ahora, jubilada y sustituida por su hija María, que según ella supera sus expectativas, goza con la pintura.

Pertenece a una dinastía de fotógrafos porque su padre lo era y lo había aprendido de su hermano mayor, minutero en la Alameda de Santiago; lo fue su madre, aunque como ayudante de su padre. Cuando se instaló en Vigo, su hermano Roberto la siguió y trabajó nueve años con ella, antes de orientarse a la fotografía publicitaria, igual que un hijo de éste. Y hasta su hermana Araceli, fue fotógrafa en Lugo y luego con ella en Vigo. "Mi éxito se basó -cuenta- en el trabajo en equipo con tres personas que empezaron conmigo: Marily, María Jesús y mi prima Ana, que sigue con mi hija. Fuimos un matriarcado fotográfico, un equipo de echarse a temblar. Y, por supuesto, sin mi marido, en la intendencia, hubiera sido imposible". Su archivo es la historia sentimental de Vigo. Muchos premios avalan su historial, desde la Medalla de Galicia a premios Kodak, mejor fotógrafo del año. Con Schommer, fue nombrada "Maestra Honoraria".

>> Una niña en la frontera. "Nunca lo he contado pero en mi memoria más antigua está la imagen de mi madre, Amadora, cogiéndome de la mano, las dos solas en un lugar extraño. Una cierta sensación de impotencia y desamparo en su rostro, quizás temor o incluso terror. Hasta que fui mayor no pude formarme una opinión respecto a esa imagen de mis 5 años, cuando me explicaron que ese día estaba con ella en el lado francés de la frontera con España. Era el año 1936, los españoles se desangraban en una guerra civil y a mi madre y a mí nos había cogido su estallido en Madrid, separados de mi padre que estaba en Lugo. No podíamos volver y pasamos unos meses en casa de mi tía hasta que papá consiguió que la mujer de un francés que tenía fábrica de quesos en Palas de Rey nos reclamara desde Marsella. Hasta la frontera nos llevó escondidas un camión pero allí le quitaron hasta la última peseta a mi madre y la dejaron al otro lado, sola conmigo, sin que funcionara el contacto que nos debía esperar. Un día ella me contó que se hubiera tirado de un puente que tenía delante si no me tuviera a mí de la mano. Nos salvó un taxista francés que pasaba por allí, al que le dimos tanta pena que nos cogió y nos llevó a casa de una hermana suya que hablaba español. Allí estuvimos acogidas hasta que conseguimos restablecer contacto con la mujer de Marsella, trasladarnos allá y volver en tren hasta nuestra casa de Galicia, en algún tramo escondida por mi madre. Mis recuerdos son borrosos y alguno no tiene explicación".

>> El Melide de mi infancia. "Nací en 1931 en Melide y entre esos primeros recuerdos está el estudio de fotografía que tenía mi padre allí, con un techo y lateral de cristal que permitía graduar la luz natural por medio de una cortina. A él, Aurelio, lo veo retratando y a mi madre ayudándolo. Si nos cogió la guerra en Madrid a mi madre y a mí fue porque mi padre quiso que ella fuera allá a aprender a retocar, sin poder imaginar que iba a estallar una guerra civil que nos separaría un tiempo. Volvimos por fin a Melide tras la odisea ya descrita, pasamos unos años más allí y, cuando yo tenía 9, en 1940, nos trasladamos a vivir a Lugo donde, además de las clases normales yo iba a otras de piano, pintura... Las de fotografía las tenía en casa todos los días, claro, aunque, al igual que había hecho con mi madre, mi padre me enviaría a Madrid avanzada la década de los 40 a recibir instrucción del mismo fotógrafo al que había ido mi madre, tiempo que aproveché pare recibir clases de dibujo. En esos años 40 de posguerra tan faltos de todo que incluso había dificultades para hallar papel y, fundamentalmente película, hice ya mi primera exposición. Fue en 1947 en el Círculo de las Artes de Lugo, tenía 15 años a punto de 16 y a tan tierna edad el tituló que puse a la muestra vaticinaba, de algún modo, el espíritu que había de caracterizarme: "Nuevos horizontes de la fotografía". Tuvo mucha repercusión en la sociedad lucense. En aquellos años en España había mujeres de fotógrafos que los ayudaban pero en plan batallón de sombras; se podían contar con los dedos de las manos las que trabajaban por cuenta propia. Que se sepa, la mía fue la primera muestra pública de una fotógrafa gallega. En 1950 ofrecería en Lugo también mi segunda exposición el mismo año que conocí a Pepe Álvarez, con quien me casé en 1952, poco después de exponer en Vigo mi tercera muestra, en el bajo de la céntrica y entonces ya cotizada pastelería El Molino, con tanta repercusión mediática que hasta vino el No-Do. Yo creo que Pepe apuró la boda ese año porque yo empezaba a salir demasiado en los periódicos y temía perderme. Aunque, más que eso, es que queríamos disfrutar juntos ese año, sin tener que volver a casa por la noche, las fiestas de San Miguel, en Monteroso, y san Froilán, en Lugo".

>> La llegada a Vigo. "A mí me ilusionó mucho Vigo. Visto desde aquel Lugo de los años 50, me parecía Holywood. Rodaba el dinero y se notaba que crecía a pasos agigantados. Mi marido dejó en otras manos la granja de vacuno que tenía en Lugo (y que ahora, al frente mi hija Marta como Granxa Maruxa, ha cumplido su sueño) y decidimos venir a vivir a esta ciudad en 1954, tras la gratificante experiencia de aquella exposición en El Molino. Yo después de ella venía a Vigo pero sólo a encargos concretos de conocidas familias que cobraba muy bien, y me volvía a mi ciudad. La verdad es que no tuve consciencia siquiera de la dificultad que en aquel tiempo suponía entrar como mujer en el mundo de los hombres porque yo lo tuve muy fácil, nací en ese mundo. Quizás por eso fui luego tan lanzada cuando decidí instalarme en Vigo, que no sé cómo me atreví estando tan asentados Pachecho y Balín y con lo extraño que podía resultar que una mujer entrara en territorio masculino. Al llegar tuve un plató en el hotel Alameda, por el que desfilaba la alta burguesía. Pero, fíjese, cuando monté mi propio estudio en Urzáiz y vieron que estaba al alcance de cualquiera que llamara a la puerta, dejó de interesarse por mí esa gente. Recuerdo que mi juventud desconcertaba a la clientela: en una ocasión abrí la puerta del estudio y una señora me preguntó ¿está tu mamá? Yo le dije, pues no, pero si quiere, le hago una foto".

>> Los retratos pintados. "En la época de los retratos en blanco y negro, supe aportar a partir de mi propia paleta, el condimento equilibrado y armónico del color. Lo que me hizo famosa fue pintar fotos, a mano, con colores transparentes. No había color pero cuando llegó, fue un desastre para todos. Al principio hacíamos unas fotos horribles, la luz era muy dura, muy plana, y la gente no se gustaba. Luego fueron mejorando las formas de iluminar y nos adaptamos, pero yo me distinguí inventando mi propio retoque. Y, eso también, yo aprendí a esperar a la luz. Su magia me tenía loca. El caso es que mi nombre se asentó entre los vigueses, que lo asociaban al retrato familiar en su más alto nivel expresivo. Llegó a ser costumbre en los años 60 (cuando la inexistencia de la televisión movía a la gente a pasear y encontrarse por la calle) visitar el escaparate sito en el bajo de mi estudio de Urzáiz para ver de quiénes eran los últimas retratos de la ciudad. Yo creo que fue mi sentido de la composición, mi utilización de la luz, y mi artística aplicación del color lo que determinó mi éxito largos años, manifestado también por los premios y distinciones que fui recibiendo a lo largo de mi vida".

>> Y llegó la foto digital. "A mí nunca me arredraron los cambios. Empecé con el blanco y negro 13x18 de placa de cristal y cuando me jubilé usaba un carísimo proyector de fondos que me permitió diferentes entornos sin salir del estudio. La llegada del color a la fotografía supuso un bache muy fuerte y percibí que no debía competir con la realidad, así que fui inventando mi propio método pictofotográfico. Luego vino la foto digital, a punto de retirarme y dejar el estudio en manos de mi hija María. La era digital -dice- me parece fantástica, me enamoré de ella por su inmediatez y en el estudio dimos el salto, lógicamente. Pero ahora es mi hija quien está al frente, si bien estoy haciendo un archivo digitalizado del trabajo que desarrollé durante cincuenta años. Yo, por fin, me dedico a mi otra gran pasión: la pintura. Aunque el retrato haya sido mi especialidad en materia fotográfica, sobre el lienzo prefiero huir de los rostros".

"Fraga venía con la bandera"

"Cuando el color solo existía en la vida real, los fotógrafos recibían encargos que hoy suenan exóticos. Tuve más de un cliente que necesitaban un ojo de cristal e iban a mi estudio para que les pintara un retrato copiando el color del ojo sano para enviar la foto a Madrid, donde se hacía esta ortopedia ocular".

"A lo largo de mi vida fui invitada a muchos congresos de fotógrafos no solo por España adelante sino a Estados Unidos, México, Venezuela, Colombia, Francia... Recuerdo un año en que, elegida por Kodak, representé a España con mis fotografías en un seminario de la URSS de Gorchavov sobre la fotografía social. O aquel otro en que se me nombró, con Alberto Schommer y otros tres hombres, Maestra Honoraria de Fotografía".

"De mi tiempo no hay conselleiro o presidente gallego que no haya pasado por mi estudio, pero también otros, de Beiras a Ruiz Mateos pasando por Paco Vázquez o alcaldes como Manolo Pérez. A Fraga, que me llegaba hasta con las banderas institucionales al estudio, le pedía que viniera a recoger las fotos personalmente, cosa que hacía".