El escritor Javier Negrete, especialista en el mundo clásico, habló ayer en el Club Faro de Cayo Mario (157 a. C. - 86 a. C.), siete veces cónsul y llamado el "tercer fundador de Roma" por sus éxitos militares, y de la larga emigración de los cimbrios, tribu germánica procedente de la actual Dinamarca, a la que venció el citado político y militar romano en la Batalla de Vercelas (101 a. C.). Para este reconocido divulgador, dicho lance bélico "no es tan conocido como debería ser" por su importancia, ya que tras la victoria de Cayo Mario "Italia no volvería a sufrir una invasión hasta las migraciones germanas de finales del Imperio".

Negrete (Madrid, 1964), que imparte clases de griego en Plasencia, vino al Club Faro a glosar la época en la que "las legiones romanas derribaban el cielo", desde la conquista de Cartago a la muerte de César. Es el periodo que retrata en su último libro, "Roma invicta", continuación de "Roma victoriosa" (2011). Como recordó la presentadora del acto, la médico y diplomada en Historia Mª Teresa Cendón, se trata de la era más gloriosa del Imperio Romano, y en la que Hispania fue -así se llama un capítulo del libro-, "un Vietnam para Roma".

Dada la extensión del tema, inabarcable para una conferencia, Javier Negrete decidió centrarse en la historia de Cayo Mario, casado con Julia Maior, tía de Julio César, y cuyas victorias ante las tribus germánicas, que amenazaban a Italia, llevaron al pueblo a proclamarle "el tercer fundador de Roma", elevándolo a unas alturas donde solo estaban Rómulo y Camilo.

Negrete explicó que todo comenzó por un fenómeno natural, la conjunción de una marea viva con grandes tormentas en el año 120 a. C. La elevación del nivel del mar, similar a la Gran Tormenta del Norte de 1953 -que inundó partes de Holanda, Bélgica, Inglaterra y Escocia-, asoló la península de Jutlandia, la actual Dinamarca, provocando el éxodo de parte de sus habitantes, los cimbrios, hacia el sur.

En su épico viaje, los cimbrios atacaron territorio romano en tres ocasiones, infligiendo severas derrotas a los ejércitos del imperio. La última fue la batalla de Arausio (105 a. C.), en la actual Provenza francesa, que provocó un desastre comparable al de Cannas, contra Aníbal, la mayor derrota romana hasta entonces. "Por primera vez en mucho tiempo, los romanos peleaban por conservar su ciudad", destacó el conferenciante.

Las esperanzas de Roma se pusieron entonces en Mario, que entonces tenía unos considerables 52 años, y que realizó reformas importantes en los ejércitos: podrían ser reclutados los proletarios o capite censi. Hasta entonces solo eran elegibles los adsidui, que tenían un patrimonio de más de 1.500 ases. También implantó las águilas de Roma en los estandartes (hasta entonces había caballos, lobos, osos, jabalíes e incluso minotauros) y organizó las tropas en cohortes, unidades de seis centurias, entre 450 y 600 hombres.

Además de sus armas, los soldados tenían que transportar herramientas para excavar trincheras y levantar terraplenes, llevando a cargar hasta cuarenta kilos de peso. Pese a ello, las tropas avanzaban a una media de 5 kilómetros por hora, mientras que el ejército "pre-Mario" lo hacía a 2 kilómetros por hora.

El primer gran enfrentamiento de Cayo Mario con las tropas germánicas, en concreto con los teutones, fue en Aqua Sextiae (actual Aix-en-Provence, en Francia), en el 102 a. C. Mario dispuso a su ejército en la ladera de un monte y reservó a 3.000 hombres emboscados en los árboles. "Combatió a pie, lo que supuso una inyección de moral para sus soldados", destacó. Las llamadas mulas de Mario, legionarios duros y curtidos, masacraron a los teutones.

El desenlace del éxodo de los cimbrios, que había empezado casi veinte años antes, se produce en la Batalla de Vercelas (101 a. C.), después de que el general colega de Mario, Lucio Catulo, fracasase en su misión de evitar que los teutones llegaran al norte de Italia. El enfrentamiento terminó en masacre. "Muchos cimbrios se habían encadenado entre sí para no perder la posición, como los musulmanes en las Navas de Tolosa", apuntó Negrete.

Fue un gran triunfo para Roma, que acabó con la amenaza del norte que había tenido en vilo a la República durante años.