Llevan sudaderas de moda, adoran el fútbol, conocen bien los recovecos de internet y las redes sociales y disfrutan con sus amigos los fines de semana. Son chavales de su tiempo. Sin embargo, ya en su tierna preadolescencia tomaron una decisión vital que les separa de las inquietudes de la mayoría de los chicos de su edad: ingresar en un seminario. Una treintena de chicos desde 1º de la ESO a bachiller cursan sus estudios en el Seminario Menor San Pelayo de Tui. Quince de ellos duermen a diario en este hermoso monasterio que desde hace 140 años forma a los futuros sacerdotes de la diócesis y que, hace 20 años, era el hogar de más de cien niños. "Para ingresar no se exige a los chicos que tengan decidido ser sacerdotes; simplemente les pedimos que no descarten la posibilidad de una llamada al sacerdocio e intentamos crear un ambiente propicio para que puedan recibir esa llamada", explica Fernando Cerezo, el rector.

La idea del seminario de hace un siglo, donde predominaba la disciplina por encima de todo y los menores solo podían ver a sus familias una vez al mes no se corresponde con el momento actual. Los seminaristas del siglo XXI no van uniformados, regresan a sus casas todos los fines de semana y tienen la confianza suficiente con sus formadores para darles una palmada en la espalda y retarles a una revancha en el fútbol. Ese ambiente distendido no quita que la disciplina sea clave en su formación y que la actitud de estos adolescentes diste mucho de la que se puede encontrar en un instituto ordinario. En el seminario los chicos se levantan a las 7.30 horas y, hasta las 23.00 horas en que se apagan las luces, tienen programadas multitud de actividades escolares, formación doctrinal y espiritual, tiempo de estudio, de oración y, también, algunos ratos de ocio y deporte. No está prohibido el teléfono móvil "pero sí encauzamos su uso", apunta el rector.

"Cada seminario es muy distinto; desde el de Toledo que es uno de los más tradicionales, a los colegios-seminarios, en los que prima la actividad escolar y tienen más de cien alumnos", explica Cerezo. "El nuestro se encuentra en un término medio", apunta.

Galicia cuenta con seminarios menores en Ourense, Lugo, Santiago y Tui. "Actualmente casi todas las diócesis tienen seminario menor y han incluso reabierto los que habían cerrado porque se han convencido de que a estas edades es bueno encauzar la vocación sacerdotal; la vida en el seminario es dura pero también bonita y surgen grandes amistades", explica.

La mayoría de los chicos que cursan estudios en San Pelayo comparten haber estado vinculados desde muy niños a sus respectivas parroquias. "Un antiguo formador que estuvo en mi parroquia me animó a venir a unas convivencias y, después, a estudiar aquí, donde llevo un año", cuenta un sonriente José María Romero, un redondelano de 14 años. "Llevo desde los cinco años muy metido en la Iglesia; creo que podría ayudar a la gente perdida por ejemplo por las drogas", ofrece. "Aún no se si seré sacerdote, me quedan muchos años para decidirlo, pero es algo que podría ocurrir", comenta. Aunque asegura estar muy contento de su vida en el seminario, José confiesa que echa de menos "a mis amigos del barrio y salir en bici por las tardes".

Su compañero Alejandro Couñago, vecino también de la parroquia de Ventosela, lleva tres años en Tui. "Llegué también animado por un sacerdote de la parroquia, aunque mis padres no están muy de acuerdo con mi decisión", comenta el joven.

Y es que en este aspecto las cosas han cambiado mucho. "Antiguamente los padres casi obligaban a los hijos a estudiar en un seminario y ahora muchos se encuentran con la oposición de sus padres", lamenta el rector.