El paso de Joseph Ratzinger por Galicia fue fugaz pero muy intenso. El 6 de noviembre de 2010, con motivo del Año Santo, el Papa peregrinó a Santiago en el marco de una visita a España de apenas dos días. Aún no había bajado del avión que le traía de Roma cuando pronunció unas duras palabras, un mensaje de contenido político dirigido al entonces Gobierno de Zapatero. En declaraciones a periodistas, Benedicto XVI se mostró preocupado por "un movimiento laicista, anticlericalista y agresivamente secular" que llegó a comparar con el clima previo a la Guerra Civil. Frente a "esta disputa entre fe y modernidad", abogó por "una nueva evangelización de los grandes países de Occidente, pero sobre todo de España".

Fue el primer e insólito acto de una jornada maratoniana que siguió con el recibimiento a pie de pista del Príncipe Felipe. El Pontífice pronunciaría allí su primera bendición en gallego: "Aos amadísimos fillos de Galicia, de Cataluña e dos demais pobos de España", declaró.

Mientras todas las campanas de Santiago repicaban, el Papa emprendió un recorrido de 12 kilómetros hacia la Catedral. La presencia de fieles no era muy numerosa pero sí entregada con cánticos y banderolas. Ratzinger pudo oír los sones de la Real Banda de Gaitas de Ourense.

Ya en la Catedral, Benedicto XVI bendijo a su séquito de 600 personas, la mayoría religiosos pero también niños en catequesis, enfermos e inválidos. Dos mujeres le regalaron -al igual que a Juan Pablo II en 1982-, la tradicional esclavina con la cruz y la vieira. Cruzó la Puerta Santa como un peregrino más. Visitó el sepulcro del Apóstol y se postró a los pies del mártir. A continuación subió a besar la imagen de Santiago. El Papa ayudó incluso a cargar de incienso el botafumeiro y estrechó la mano de cada uno de los "tiraboleiros".

Durante su recorrido por el templo, el Pontífice se frenó en seco bajo el Pórtico de la Gloria. Amante de la música, se deleitó con los acordes de las chirimías, instrumentos que solo se pueden escuchar en Santiago.

A la salida, Ratzinger cruzó la alfombra floral confeccionada por vecinos de Ponteareas y se retiró al Palacio Arzobispal. Allí comió empanada de bacalao con pasas y jarrete con patatas del país, acompañado de vino Ribeiro. De postre, filloas y leche frita. No hubo tiempo para café, porque 6.000 fieles esperaban su misa en el Obradoiro.

En su homilía volvió a hablar tímidamente en gallego. Su mensaje se dirigió a los jóvenes, a quienes pidió que renuncien a pensar egoístamente.