Cuarenta y tres años después de que Manfred Clynes acuñase el término "ciborg" para referirse a una posibilidad evolutiva de los seres humanos en entornos extraterrestres, la fusión de cibernética y biología es ya una realidad cotidiana. El Museo de la Ciencia de Londres exhibe estos días todo un compendio de los avances biónicos, reunidos en un robot, "Rex", que aglutina algunos de los dispositivos que puede reemplazar partes del cuerpo humano. Ha costado unos 741.000 euros e incorpora los últimos avances en prótesis, un páncreas, riñón, bazo y tráquea artificiales y una suerte de sistema circulatorio.

Pero los ciborgs habitan entre nosotros. Lo es, en cierto modo, cualquier persona con un audífono o un marcapasos. Pero un ejemplo más llamativo es Bertolt Meyer, psicólogo social suizo que nació sin la mano derecha. En su lugar utiliza una prótesis biónica valorada en 35.000 euros que le permite realizar los movimientos habituales. Otro ejemplo, las retinas artificiales con las que cuenta "Rex" y que ya han sido implantadas en decenas de pacientes, permitiéndoles recobrar la vista. "Con Rex podemos saber lo cerca que las tecnologías protésicas están de reconstruir el cuerpo humano", señaló Richard Walker, uno de los expertos que participaron en la construcción del robot biónico más avanzado. Aquel "Hombre de los seis millones de dólares" mejorado tecnológicamente que protagonizaba en la década de los 70 del pasado siglo Lee Majors ya no es ciencia-ficción.

"Rex" no puede pensar ni ejecutar acciones de forma autónoma, con lo que está lejos de convertirse en un robot androide. Pero ha reabierto un debate que lleva décadas con posiciones encontradas: el del posthumanismo, la defensa de la aplicación de métodos tecnológicos para mejorar las limitaciones del ser humano. Las discrepancias se encuentran en los conceptos morales de fondo.

El politólogo Francis Fukuyama llegó a calificar el transhumanismo de"la idea más peligrosa del mundo". Por contra, Ronald Bailey, editor de la revista "Reason" y ferviente defensor de la biotecnología, considera que es un "movimiento que personifica las más audaces, valientes, imaginativas e idealistas aspiraciones de la humanidad". Pero los avances biónicos no suponen ningún cambio genético en el portador: son símplemente prótesis avanzadas u órganos artificiales que son inoperativos si no están vinculados a un ser humano.

¿Para cuándo un androide completo conectado a un cerebro humano? Los expertos ven aún lejano que pueda ser factible esa ensoñación. Sin embargo, existen dispositivos tecnológicos que transmiten directamente al sistema nervioso. Algunas de estas prótesis ya han sido utilizadas como reivindicación cultural. En 2004, el artista británico Neil Harbisson se implantó un ojo que permitía "escuchar" colores. Aquella acción acabó convirtiéndose en una reclamación, al negarse el gobierno británico a renovarle el pasaporte a causa de su añadido tecnológico. Harbisson pleiteó hasta lograr el reconocimiento de sus "derechos" como ciborg y es uno de los impulsores de la Cyborg Foundation.

"Rex", el robot biónico, constituye un escaparate de los últimos avances en ingeniería médica, pero está lejos de ser una conciencia autónoma. Sin embargo, ya existen dispositivos que funcionan con éxito: implantes cocleares, chips fotosensibles que permiten a ciegos percibir señales luminosas, piernas motorizadas para personas amputadas o manos biónicas que permiten una gran variedad de movimientos. En un futuro próximo, algunas de esas prótesis podrán ser directamente controladas por el cerebro y ciertos tejidos, como las arterias, podrán sustituirse por material sintético. El ciborg está a la vuelta de la esquina.