Su carrera eclesiástica, que iba encaminada hacia la parroquia del Carmen, en Ferrol, lo llevó a Santiago por casualidad en 1972. Poco imaginaba que con el tiempo se convertiría en la persona con más poder en la catedral de Santiago, un templo del que conoce todos los "entresijos" y que siempre enalteció al considerarlo "la principal marca turística de Santiago y de Galicia".

El capítulo que José María Díaz ha cerrado inesperadamente esta semana al presentar su renuncia como deán, se inició cuando el cardenal Quiroga Palacios, nombre inmortalizado en una calle de la capital gallega, le aconsejó opositar a Santiago y no a Mondoñedo. Y aunque en principio llegó a los dominios del Apóstol para "ordenar unos papeles", acabó convirtiéndose en el "gobernador" de la basílica.

En Santiago ha ejercido como máximo responsable de la administración del tercer santuario más importante de la cristiandad de modo oficial desde 2006 hasta ahora -con una renovación cuatro años después, como ocurre con los políticos, por votación del Cabildo, con lo que su mandato concluiría en 2014-, aunque ya un año antes se ocupaba de las mismas labores por los problemas de salud de su predecesor.

Pese a que Díaz vivió momentos estelares en la historia de la basílica como deán -sobre todo un Año Santo, el de 2010, que batió récords de visitantes y que contó con la visita del mismísimo Benedicto XVI-, el robo del Códice Calixtino ensombreció la celebración de otro hito esperado, el 800 aniversario de la consagración del templo.

El suceso del Códice también acabó con un expediente resumido en 36 años de "buen hacer y generosa dedicación" -en palabras del arzobispo de Santiago, Julián Barrio- como máximo custodio del manuscrito medieval. Durante todo ese tiempo, desde el Archivo catedralicio vio desfilar ante sí a tres arzobispos diferentes: Ángel Suquía, Antonio María Rouco Varela y, finalmente, el actual responsable de la archidiócesis.

Pese a toda esa experiencia, en una primera ola, la sustracción de la obra provocó su renuncia al cargo de archivero -que presentó tras el robo, aunque no fue aceptada hasta octubre-. La recuperación de la joya bibliográfica -un año después- no ha impedido que ruede también su cabeza como máximo responsable del Cabildo, por lo que ya no será el deán cuando se celebre el juicio -al caer- contra Manuel Fernández Castiñeiras por el robo del Códice.

Desde el Arzobispado afirman que seguirá en el puesto hasta que hallen un sustituto y que los motivos de su renuncia -que ya había presentado cuando el Códice desapareció, pero que no había sido aceptada- son "personales" y no tienen que ver con una supuesta exigencia por parte de la Conferencia Episcopal o de Rouco Varela -ahora cardenal de Madrid, pero máximo responsable durante una década, y por tanto buen conocedor, de la archidiócesis.

Pese a que declinó "conversar sobre el asunto", el deán, de 82 años, aseguró que se siente "en paz y tranquilo" tras unos meses en los que su salud se resintió -tuvo que ser ingresado en un hospital tras enterarse del robo- y en el que asumió el coprotagonismo de una historia que demuestra que la realidad supera a la ficción junto al electricista de la catedral, Manuel Fernández Castiñeiras.

La relación entre ambos salió a relucir varias veces durante la declaración que realizó el autor confeso del robo, pero incluso antes de la recuperación del manuscrito y de la detención de Fernández Castiñeiras, una de las posibles hipótesis que la policía barajaba era la existencia de rencillas internas en la seo y una posible venganza contra el deán como móvil. Al parecer, el electricista llegó a amenazar al deán, con el que mantenía una estrecha relación. Como él, conocía todos los entresijos del templo, en el que andaba como "por su casa" y en donde tenía llaves de todo.

La actitud del deán fue misteriosa desde el comienzo. Antes de denunciar el robo, él mismo buscó el libro, y cuando lo hizo público, dos días después, insinuó que sospechaba de alguien. Cuando la obra fue recuperada afirmó que tenían la "certeza" de quien lo había sustraído. Además, la seguridad del Archivo, su responsabilidad, fue cuestionada por expertos y por la policía, así como el hecho de que el electricista pudiera haber sustraído durante años dinero y objetos del templo sin que las autoridades eclesiásticas se percatasen.

Quiso el destino que el hombre "discreto", al que no le hacía gracia salir en los medios y que ahora se retira a un segundo plano, se convirtiera en el deán más famoso de España. Y con la celebración del juicio al electricista ladrón quizá lo sea aún más.