Eva Braun, la amante deAdolf Hitler que se convertiría en su esposa horas antes de suicidarse ambos en el búnker de Berlín, es un misterio que la historiadora alemana Heike B. Görtemaker ha intentado resolver en "Eva Braun. Una vida con Hitler" (Debate), un desafío descomunal si tenemos en cuenta la falta casi absoluta de documentos sobre una relación extraña y llena de sombras. El resultado es un libro fascinante que ofrece un retrato revelador de la mujer que acompañó al sanguinario dictador hasta el último segundo.

Eva Braun, explica la autora, "la vieja amiga" y finalmente esposa de "el mal en persona", aparece como históricamente insignificante, "una sombra muy pálida del Führer", o incluso una "decepción de la historia", como escribiera Hugh Trevor Roper, un cero a la izquierda. El motivo de ese juicio es la creencia de que Eva Braun "no desempeñó ningún papel en las decisiones que provocaron los peores crímenes del siglo", y de que sólo fue parte de un seudoidilio privado que quizá incluso permitiera a Hitler "continuar con el horror de forma aún más consecuente".

Eva Braun y Adolf Hitler estuvieron unidos por una relación que duró más de catorce años, y que "no terminó hasta su suicidio conjunto. Además, esa relación constituyó para Hitler, aun a escondidas de la opinión pública alemana, uno de sus pocos vínculos personales con una mujer. Su aspecto físico –joven, rubia, deportista, atractiva, con alegría de vivir– no encajaba en absoluto con un Hitler que en fotos privadas muestra un aire envejecido y rígido y una cara de "psicópata". Eva Braun, dicen, amaba la moda, el cine y el jazz, leía obras de Oscar Wilde –autor prohibido en Alemania a partir de 1933– le gustaba viajar y practicaba deporte en exceso. Así pues, su vida apenas encajaba en el modelo de la mujer alemana propagado por la ideología nacionalsocialista, según el cual ésta tenía que ser en primer lugar madre y vigilar el hogar del hombre. Entonces, ¿qué unió a Eva Braun con Hitler?".

Todo parece indicar que era una joven "de talento ordinario, procedente de un hogar convencional pequeño burgués. No llamaba la atención ni por su origen ni por sus intereses. En todo caso, se ha considerado llamativa su falta de cualquier interés por los acontecimientos políticos de su época". Es precisamente "lo supuestamente ordinario y mediocre de su existencia lo que resta a reconstruir su historia, ya que su "normalidad" produce un efecto anacrónico en la atmósfera del "mal" que la rodeó, y eso permite ver ese mal desde una perspectiva nueva". Se habían conocido 16 años antes, en octubre de 1929, en el estudio del fotógrafo Heinrich Hoffmann, donde ella trabajaba. "Parece que ese día se quedó en el local después de la hora de cierre para ordenar papales cuando Hoffmann le presentó a un tal "herr Wolf" y le pidió que fuera a buscar cerveza y Leberkäse (un embutido bávaro) para los tres a un restaurante cercano. Durante la comida, el extraño la estuvo devorando continuamente con los ojos, y más tarde le ofreció "acompañarla a casa en su Mercedes", algo que ella rechazó. Al final, antes de abandonar el estudio, su jefe, Hoffmann, le preguntó: "¿No has adivinado quién era ese herr Wolf? ¿No miras nunca nuestras fotos?" Y como ella negó con la cabeza, Hoffmann respondió: "Era Hitler, nuestro Adolf Hitler". A partir de ese día, un Hitler "que ya tenía 40 años no visitaba el estudio sin hacer cumplidos y pequeños regalos a Braun de 17"..

No fue sociable y dicharachera como otras mujeres de los líderes que rodeaban a su amante, ni políticamente influyente, ni siquiera una fanática nazi. Fue una mujer normal y corriente que ofreció al monstruo lo que este más valoraba: la lealtad. Hasta la muerte.