Leopoldo Nóvoa no pasará inadvertido. El asombro que produce su obra, ese desconcierto al que sucede la reflexión… Esas pinturas son el río de nuestra consciencia. Y cabría preguntarse si no son, esos espacios, retratos de nuestra sociedad; retratos que se transforman en problemas y preguntan, en manifestaciones interrogantes, donde el concepto tiene apoyo y la imagen expresión. Son obras que evocan algo tan esencial que se ha vuelto obvio para todos, y que cuando se nos hacen presentes en su obra, nos parece que no merecen razonamiento, pero casi siempre la hondura está en lo obvio o en la incertidumbre, en "todo lo que se puede decir del silencio sin guardar silencio".

Sus cuadros nos hacen enmudecer. Esos lienzos cubiertos de incisiones y signos, caminan hacia lo extraño y turbador, no hay en ellos descanso posible, pues han asumido la condición del lenguaje de la angustia, de la "negra A y la blanca E" de Rimbaud. Ellos discurren en primera, segunda, tercera persona –como un idioma común que abarca todas las bocas– sobre sus relaciones, sobre lo abierto y lo cerrado, la continuidad y la interrupción de la vida y de la consciencia. Porque el existir es lo que existe en Leopoldo, y en su consciencia está la consciencia del ser, algo que no les ha sido dado a todos los hombres. Y en esa consciencia está presente –y accesible en su concepto y en su imagen– la muerte; y no porque Leopoldo recurra al consabido procedimiento de pintar las cosas por su contrario, pues lo opuesto de morir no es vivir, sino no morir, como lo opuesto de vivir es no vivir, y no hay contrasentido entre la vida y la muerte, pues ambas son las conclusiones de un mismo cosmos. Y es que el arte de Nóvoa es el arte de los límites del arte, y un arte en los límites es un arte en constante armonía sin dejar de estar al borde del precipicio, que tal vez sea el único lugar donde merezca la pena crear. Toda su obra está referida a nuestro destino, a nuestra disposición frente a la existencia y al mundo, pero al mundo más esencial y fundamental, por eso nunca hay, en la obra de Leopoldo, nada que recuerde a lo industrial, como una reacción a lo tecnológico. Así, la labor de Nóvoa es complicada: juega con la abundancia textural conformada por una gran diversidad de técnicas y materiales que el mismo elabora. Juega también con lo simbólico –que abunda en su obra– y la efectividad de un lenguaje, que es el suyo, austero y monocromo; con la trascendencia de la luz y las sombras… Con un universo entero en expansión cuya plasticidad y energía son infinitas. Y la obra que resulta de este jugar con la existencia constituye el Coda de este "Donquijotesco" Leopoldo Nóvoa, que nunca ha obligado, ni desorientado su tempera mentalidad paradógica. En su obra está condensada toda su expresión más lógica, más impetuosa y trágica, todos sus desasosiegos, sus creencias , sus innovaciones conceptuales, estéticas, humanistas y sociales. Nos pinta la vida, la muerte, la agonía, la lucha con el destino, "la nostalgia de eternidad y del ansia de pervivir", nos pinta a Dios y el vacío de Dios; la desesperanza y la crueldad de sumergirse en la destrucción del no ser.

Leopoldo Nóvoa. Su intensidad va hacia el origen, a lo esencial, a las estructuras más puras del razonamiento; y allí moldea el silencio, la luz, construye una unidad hecha con el más noble poder de los materiales humildes: el carbón, la ceniza reviven en Leopoldo, como él mismo revivió de su propio incendio, pues el estudio de Leopoldo fue un esqueleto negro bajo el fuego y la ceniza, una sombra para la que Leopoldo Nóvoa ya no tenía cuerpo con que moverla. Pero he aquí que se inventó un cuerpo nuevo y una sombra nueva hecha con aquel incendio y aquellas cenizas. Y lo que fue una pérdida resultó su otro nacimiento como creador. Literalmente, su obra surgió de la ceniza, como una "seducción de la decepción" y ahora, para seguir con su fiel mandato, su cuerpo será incinerado y sus cenizas se esparcirán en el mar de Raxó, donde transcurrió su infancia; y recuerdo ahora una fotografía en la que Leopoldo y sus hermanos jugaban sobre una barca en la playa de Raxó, una barca cuya estructura de líneas de madera, con su juego de luces y sombras, me recordó aquel esqueleto oscuro de vigas de ceniza por entre las que la luz pasaba con su cotidianeidad humana en ese estudio de la Rue de Faubourg en París. Será desde esa ciudad y hacia ese mar, cuando el fuego volverá por fin a sus aguas.

Nóvoa aceptó siempre su destino: seguir pintando, según la costumbre de toda su vida. Y "no ha sido nunca, ni será, porque es".

*Pintor y amigo de Leopoldo Nóva