La periodista Cristina Morató habló ayer en el Club Faro de las exploradoras olvidadas por la historia, la mayoría de ellas de la época victoriana, un periodo histórico –recordó– "marcado por el puritanismo y la moralidad". Además, aseguró que "todos los grandes exploradores de África, como Livingstone y Baker, viajaron con sus esposas". La autora de "Viajeras intrépidas y aventureras" subrayó que estas mujeres desempeñaron un papel activo en las exploraciones. "La imagen de la mujer del explorador que hace punto y prepara mermeladas no es real", señaló.

Fue otra mujer exploradora y aventurera, la alpinista viguesa Chus Lago –esta vez como responsable de Igualdade del Concello de Vigo–, la que se encargó de presentar a Cristina Morató, periodista, escritora y viajera. La concejala destacó la trayectoria de su amiga, quien, pese a haber visitado más de medio centenar de países como fotógrafa y periodista, hablaba en Vigo por primera vez.

La periodista catalana, que comenzó su carrera en la televisión, disertó –con el apoyo de imágenes de la época– sobre las exploradoras de África y de Oriente Medio. De las primeras destacó su valentía al lanzarse a descubrir "un territorio muy extenso y en parte por cartografiar" en pleno siglo XIX. "Solo por el hecho de viajar eran tachadas de inmorales, feas y poco femeninas", dijo la conferenciante, que aludió a un proverbio alemán de la época: "Peregrina partió, puta volvió". "Creían que entrar en contacto con salvajes podía corromper tu alma", explicó.

La mujer de Livingstone

Para demostrar el papel activo de las mujeres de los grandes exploradores, habló de Martin y Osa Johnson, un matrimonio de aventureros y documentalistas norteamericanos de la primera mitad del siglo XX. "Él filmaba y ella le cubría las espaldas con la escopeta –explicó–. En una ocasión, Osa mató un león que estaba a punto de abalanzarse sobre su marido". La imagen de ambos tras el león abatido ilustra la portada del libro "Las reinas de África", de Cristina Morató.

Otro personaje arrumbado por la historia es Mary Moffat, la mujer de David Livingstone, al que acompañó atravesando el desierto del Kalahari, demostrando una resistencia formidable. Según Cristina Morató, Mary Moffat acabó medio alcohólica y casi mendigando para poder sobrevivir en su tierra natal de Gran Bretaña, pese a ser la esposa del más célebre explorador de todos los tiempos.

Donde no tuvieron tantas dificultades las exploradoras fue en la inhóspita África. Estas pioneras, etnólogas y científicas, cazaban fieras para los museos de historia natural y convivían con tribus consideradas peligrosas. Sin embargo, "ni una sola exploradora tuvo problemas con un nativo –recalcó la conferenciante–, eran bien recibidas y respetadas".

Una de ellas fue la británica Mary Kingsley (1862-1900), que en 1892 se fue al corazón de África para seguir la trayectoria de su padre. Compró un billete para Gabón pero solo le dieron el de ida, porque iba "a la tumba del hombre blanco, de donde nadie ha regresado con vida". Dotada de un gran sentido del humor, no renunció a su recargada vestimenta victoriana, ya que –sostenía– "la ropa que sirve para Hyde Park sirve también para África".

Una de las anécdotas que Cristina Morató relató sobre Mary Kingsley fue su encuentro con la tribu caníbal de los Fang y su reacción al toparse con una de sus chozas. Todo un ejemplo de flema inglesa: "Vi cabezas humanas colgando y olor a carne quemada; por lo demás, todo normal".

Otra de las aventureras por las que la periodista barcelonesa confesó especial predilección fue la estadounidense May Sheldon (1847-1936), cuyo padre era amigo de Stanley, y que fue la primera mujer que consiguió liderar una expedición en África. Viajaba en un gran palanquín de mimbre llevado por cuatro porteadores nativos, y con el que salvaba tierras intransitables.

Llegó a tierra masái vestida como una princesa y con un sable a la cintura. Los porteadores lanzaban cohetes al aire para anunciar su llegada. Cuando, por un tropiezo de los nativos que la llevaban, cayó del palanquín a un río y quedó seriamente herida, los porteadores la transportaron cientos de kilómetros hasta un puerto, de donde volvió a su país. "Salvó la vida por su humanidad –dijo Cristina Morató–. Es la demostración de que conviene llevarte bien con tus subordinados".

"Afrontaban temperaturas extremas, pillaje y epidemias"

Cristina Morató dedicó la segunda parte de su alocución a "Las damas de Oriente", grandes viajeras por los países arabes a las que dedicó el libro del mismo nombre. Casi todas eran aristócratas británicas y mujeres muy adineradas, ya que se trataba de un viaje muy caro. "Afrontaban temperaturas extremas, pillaje y epidemias de peste y de cólera –explicó la periodista–. Además, tenían que pagar a los beduinos a cambio de protección". A cambio, disfrutaban de experiencias sorprendentes e impensables ahora, como tomar té y champán en la cúspide de la pirámide de Keops, fotografía que mostró la autora.

La primera de estas pioneras fue Lady Montagu, esposa del embajador británico en Estambul, a donde llegó en 1716. Mujer culta e ilustrada, "se caracterizó por vestirse a la turca y por explorar los espacios prohibidos a las mujeres cristianas, como un baño turco donde se reunieron decenas de mujeres desnudas". Cristina Morató reveló que encontró un ejemplar de las cartas de Lady Montagu, que supusieron un escándalo en la época, en la biblioteca de la Universidad de Navarra.

Habló también de Jane Digby, rica aristócrata inglesa, divorciada tres veces y madre de seis hijos, que llegó a Damasco en 1853. "Se aventuró durante nueve días de travesía en camello para llegar a las ruinas de Palmira", señaló Cristina Morató. "Se casó con un árabe y terminó viviendo seis meses del año en Damasco y los otros seis en el desierto, como una beduina más, en condiciones muy duras".

Terminó contando la fascinante vida de la vascofrancesa Marga d´Andurain (1893 - 1948), espía y aventurera que regentó el hotel Zenobia en Palmira (Siria), y cuyo hijo conoció la autora. Se casó con un camellero árabe analfabeto para lograr su sueño de llegar a La Meca.