El único piso en Galicia en el que conviven personas con y sin discapacidad intelectual o síndrome down sin la tutela de cuidadores y con el objetivo de aprender a vivir por sí mismas está en Vigo. Abrió hace cuatro años en una calle del núcleo urbano y desde entonces cinco discapacitadas –todas mujeres– han pasado por esa escuela de vida. Las últimas inquilinas, Romina Adega, de 26 años y María del Carmen Alonso, de 50; con discapacidad intelectual y que trabajan como ayudante de cocina y reponedora de supermercado, respectivamente, acceden a contar cómo se enfrentan al día a día.

Ir al supermercado, pagar recibos o discutir sobre un problema de convivencia son novedades para quien ha estado toda la vida tutelado y bajo el mimo protector de familiares o instituciones. Este programa de la asociación Down Vigo dirigido a personas con síndrome de down o discapacidad intelectual persigue, precisamente, que consigan la mayor autonomía posible: "Demostrar que si se les dan los apoyos y los recursos necesarios, serán capaces de conseguir lo que ellas quieran", en palabras de la directora de Down Vigo, Ana Tejada.

Tras superar varias fases, el proceso culmina con "Vida independiente, vivienda compartida", que consiste en la convivencia real en el piso entre personas con y sin discapacidad.

La vivienda dotada en Vigo es el único piso en Galicia que funciona bajo estas premisas, confirma la directora de la Federación Down-Galicia, María Ferreiro. Las inquilinas están con una voluntaria que comparte piso, explica Ana Tejada. "La familia tiene que dar su consentimiento; lo que ofrecemos nosotros no es una vivienda protegida; no tenemos allí a una persona 24 horas tutelando; la mediadora (así se llama a la voluntaria) no manda, dirige ni organiza, solo comparte el día a día". Los inquilinos reciben el apoyo y ayuda de la mediadora, pero como compañera de piso. Para cuestiones educativas están los profesores de la asociación. "Todo una superación; es como una escuela de vida con el objetivo de que aprendan a vivir de forma autónoma". Entre otras cosas, tienen que gestionar su sueldo, ya que abonan su parte proporcional del alquiler y hacerlo solas.

A diario Romina Adega coge un autobús frente al piso, al que entró en febrero, para ir al restaurante de Puxeiros en el que trabaja. Entra a las 9.00 y sale a las 18.00 por lo que no come en casa. Enumera las tareas que hace en su trabajo y alaba la satisfacción que le da ahora poder volver "cansada", pero a "su casa". "Puedes decidir por ti, no tienes que pedir permiso salvo para algunas cosas y avisar si llegas más tarde de las 20.30 horas". Las bondades de vivir sola son desconocidas para Romina, que llega de la disciplina de un internado de religiosas en donde compartía habitación con tres personas –alguna discapacitada física– y donde las cosas eran distintas. "Ahora tengo mi propia habitación y mis cosas; llevaba tres años deseando tener independencia", asegura. No obstante, en el convento consiguió el carné de manipuladora de alimentos a raíz del que encontró trabajo. "Digamos que ya no era su lugar", resume el responsable del área de Integración Social, Sergio Puga.

"Yo sé valerme por mí misma, pero mi tutela la lleva la Xunta", explica Romina. Las tres inquilinas del piso tienen copia de las llaves. La voluntaria de la asociación que sirve de mediadora, Paula Aldecoa, es la llega de última a causa del trabajo.

A la entrada, la vivienda se ve espaciosa, con tres habitaciones y una luminosa sala. Al acercarnos al baño llega un desagradable olor a cañerías. Romina pregunta a Mari Carmen y enseguida ésta desaparece tras la puerta.

"Además de la limpieza y la cocina, nos encargamos de las gestiones con el banco, aunque luego supervisa Paula, también las compras", aseguran.

Mari Carmen Alonso cocina "regular", según su propia evaluación. Dice que le gustaría mejorar, pero sus profesores le achacan cierta dejadez. Un tablón lleno de pegatinas en la cocina distribuye toda clase de tareas por colores desde que ella llegó en octubre. "Hasta ahora vivía con mi madre, pero es una persona mayor, de 84 años y a ella también le pareció bien mi independencia", asegura. "No nos gusta madrugar", coinciden.

Pero la convivencia no es toda un camino de rosas: "Ayer me enfadé con ella [por Romina]", confiesa. "Creí que se estaba riendo de mí, pero fue un malentendido y ya lo aclaramos", indica.

Aunque no hay un tiempo máximo fijo, la estancia en el piso solo es un periodo de aprendizaje. La vivienda ha acogido a mujeres que luego se han ido a vivir a un piso independiente, con sus parejas, o se han vuelto con los padres, pero "habiendo aprendido un montón de cosas", añade Sergio Puga.