El "Evangelio" de Saramago es una visión personal, y por tanto subjetiva y necesariamente imaginada, de la vida de Jesucristo; un relato paralelo al oficial, en muchos aspectos más verosímil, aunque nunca sabremos si más real.

Aquel enfrentamiento fue el escenario de fondo para la decisión de Saramago de abandonar Portugal y establecerse en Lanzarote. Fue un autoexilio más simbólico que real, porque en estos casi veinte años de distancia, el escritor viajó a su país innumerables veces, recibió homenajes, dio conferencias y presentó libros. Pero Saramago nunca olvidó, como tampoco lo hizo la Iglesia ante un libro calificado de maliciosamente banal e irreverente. La necrológica publicada horas después de su fallecimiento por el órgano periodístico del Vaticano, "L´Osservatore Romano", más que cruel –que también– es sintomática de unas heridas que aún permanecen sin cicatrizar. Saramago, comunista convencido, romántico apostador de las causas perdidas y solidario, puede que en ocasiones con un punto de artificiosidad, no purgó su "pecado" con la muerte.

Ese pecado es un libro que en la primera edición española, la de Alfaguara, data de 1998, tiene más de 500 páginas y un relato biográfico cronológico que se inicia con un Jesús no nacido y que termina en la cruz con una frase a sus verdugos: "Hombres, perdonadle, porque él no sabe lo que hizo", en alusión al Padre, al causante de su sufrimiento humano.

Portugal y España se diferencian en que una es República y otra Monarquía, pero se trata de dos estados laicos y de dos países donde tradicionalmente la cultura católica tuvo y tiene mucha fuerza. No en vano compartimos historia, además de península. Cuando Saramago, ya muy definido en su ideología y compromiso, publica "O Evangelho segundo Jesus Cristo", su título original, la Iglesia portuguesa cargó de tal forma que incluso fue acusado de "hereje". El Gobierno del PSD (centro-derecha) que ostentaba el poder en 1991 en Portugal estaba presidido por Aníbal Cavaco Silva, hoy presidente de la República desde 2006. Cavaco Silva, católico militante y practicante, llevaba en el poder desde 1985 y pilotaba un apasionante movimiento de modernización de las estructuras económicas y sociales portuguesas.

"El Evangelio según Jesucristo" tuvo un éxito inmediato allá donde fue publicado. Saramago, aún lejos del premio Nobel que lo catapultó en las listas de ventas y que no llegaría hasta 1998, se benefició de alguna manera de la polémica con la Iglesia, que pareció no entender que lo que tenía entre manos era una novela, un relato de ficción y una aproximación lírica a unos hechos de por sí históricamente inciertos (que no es lo mismo que no ciertos). Saramago lo repitió hasta la saciedad, pero no hay peor sordo que el que no quiere oír. La editorial lisboeta Caminho se frotó las manos, el escritor entró en una guerra dialéctica estéril y acabó amenazando con su marcha de Portugal. Casi nadie lo creyó; pero lo hizo.

Cavaco Silva no acudió al homenaje y posterior entierro de José Saramago. Es el jefe del Estado de la República Portuguesa, y está en su derecho; pero el escritor es el único premio Nobel con que cuenta el país vecino. Cuando se le preguntó a Cavaco por las causas de su ausencia, contestó: "No fui porque nunca tuve el privilegio de conocer o encontrarme con Saramago". Resulta inaudito que no se conocieran, pero las causas no se pueden encontrar en la caprichosa casualidad.

Ahora, "L´Osservatore Romano" cargó con despiadada crudeza contra el que fuera ateo convencido y crítico de la jerarquía eclesial. "Populista extremista", lo llamó, "anclado en una proterva confianza en el materialismo" y con intención "de hacer banal lo sagrado". La frase que situaba a Saramago "en la parte de la cizaña en el Evangelio" parece destinada a recordar el polémico libro, que no es ni mucho menos el mejor de Saramago, pero sí uno de los más valientes. "El Evangelio según Jesucristo" está lleno de intrahistoria ficticia, de añadidos a un relato, el que nos ha llegado a través de la Biblia, necesariamente incompleto en muchos de los episodios de Jesús. El libro es heterodoxo, pero es el primer capítulo el que sacó de quicio al Vaticano, la historia de una mañana en que José y María hacen el amor y conciben a Jesús. Son un puñado de páginas hermosas, aunque para muchos contradictorias y para algunos simplemente ofensivas. En uno de esos párrafos podemos leer:

"José entró en la casa, cerró la puerta tras él, y durante un minuto se quedó apoyado en la pared, aguardando a que los ojos se habituasen a la penumbra. A su lado, el candil brillaba mortecino, casi sin luz, inútil. María, acostada boca arriba, estaba despierta y atenta, miraba fijamente un punto ante ella y parecía esperar. Sin pronunciar palabra, José se acercó y apartó lentamente la sábana que la cubría. Ella desvió los ojos, alzó un poco la parte inferior de la túnica, pero sólo acabó de alzarla hacia arriba, a la altura del vientre, cuando él ya se inclinaba y procedía del mismo modo con su propia túnica, y María a su vez abría las piernas, o las había abierto durante el sueño y de este modo las mantuvo, por inusitada indolencia matinal o por presentimientos de mujer casada que conoce sus deberes. Dios, que está en todas partes, estaba allí, pero siendo lo que es, un puro espíritu, no podía ver cómo la piel de uno tocaba la piel del otro, cómo la carne de él penetró en la carne de ella, creadas una y otra para eso mismo, y probablemente no se encontraría allí cuando la simiente sagrada de José se derramó en el sagrado interior de María, sagrados ambos por ser la fuente y la copa de la vida. En verdad hay cosas que el mismo Dios no entiende, aunque las haya creado".

La filóloga y crítica literaria italiana Luciana Stegagno, especialista en literatura portuguesa y brasileña (y fallecida hace menos de dos años) daba en la diana cuando afirmó, en relación con el libro de Saramago: "Aquí no se niega lo divino, la religiosidad latente en el corazón de cada hombre. Lo que se hace es interrogarlo, cuestionarlo, acusarlo. Apasionadamente, religiosamente".