"El año 1000 venir a Santiago era una aventura y lo normal era hacer testamento antes de partir, como hacían los que iban a las cruzadas". Decía eso ayer en el Club FARO la novelista Ángeles de Irisarri porque precisamente el Camino de Santiago "en el Año del Fin del Mundo" fue el objeto de su charla.

Una charla que le presentó la licenciada en Historia Lupe Posada y que no habló de grandes gestas sino de la intrahistoria del camino, de los detalles de la vida cotidiana, de esa experiencia común que vivían todos los peregrinos aunque unos la capearan por sus haberes mejor que otros.

La escritora, cuyo último libro es "La estrella peregrina" (editorial Suma), reflejó "la dificultad de la peregrinación, pues "el auge del camino sucede a finales del siglo XI cuando Alfonso VI lo adecenta". En este sentido, añadió que en el camino del año 1.000 no existían demasiadas poblaciones, un aspecto que ha tenido que trabajar documentalmente, pues aquello era "una especie de desierto" entre el Tajo y el Duero, "una tierra de nadie entre moros y cristianos, que reflejaban un mundo agitado hasta la Batalla de las Navas de Tolosa, como demuestra la figura de Almanzor, el anticristo".

Años convulsos

La escritora afirma que el Camino de Santiago de entonces no tiene nada que ver con el de ahora: "Tuve que estudiar qué ciudades existían entonces y hay que tener en cuenta que en esa época es de suponer que hay un descenso en la peregrinación, aunque no se interrumpiera, por miedo a los musulmanes. La condesa de mi novela que lo hace, por ejemplo, pasa por Burgos y una semana después está reconquistada por los musulmanes. Eran unos años muy convulsos".

Para De Irisarri, fue antes de nada "una vía que vertebró Europa, una senda de tránsito de movimientos artísticos, culturales y sociales entre Europa y España". Subraya que se trata de "un espacio de unión entre toda Europa. No es según ella algo que se inventase. "Europa empezó a formarse con los monasterios benedictinos, que llevaban el cristianismo, la esencia de Europa, pero el Camino ya existía porque la gente quería ver qué encontraba en el fin del mundo",

Con la reproducción del Camino de Santiago, la escritora, según expresó, refleja "la dificultad de la peregrinación, por eso "el auge del camino sucede a finales del siglo XI cuando Alfonso VI lo adecenta". Y es que, como sugirió la novelista, hay que imaginarse en ese tiempo un trayecto lleno de dificultades orográficas, en que no había puentes sino de tablas, en que había que vadear ríos, pasarlos en barcazas como en el caso del Garoña en Burdeos... Y los peajes, también: pasabas ante un castillo y se pagaban el "castillaje", por un puente el "pontazgo", por un monte, "el montazgo"...

"El Camino de Santiago –contó De Irisarri– es realmente cansado y la gente que viene aquí tiene verdadero mérito. Es cierto que antes venían a que se le perdonasen los pecados. La gente que venía sola se juntaba en un cruce de caminos para protegerse de los ladrones, que había muchos. Y de los posaderos, que eran ladrones hasta decir basta. Además, el año 1000, es la de las razias de Almanzor, que tres años antes destruye Santiago, catedral incluida, y monasterios del Camino.

¿Qué tipo de razones para la peregrinación? Pues, aparte de los que venían por sí mismos hacían el camino otros "alquilados" por particulares que no podían trasladarse, o por ejemplo en representación de un pueblo, previa colecta, para ganar indulgencias para todos o pedir la intercesión del santo por un problema concreto; lluvias, el fin de una peste... "Sepan que el año mil –explicó– se dio el milenarismo, se extendió la idea de que se acababa el mundo y de aquí que aumentara el número de los que acababan en Finisterre, el fin del mundo conocido, para pedir el perdón de sus pecados. Por la misma creencia de la profecía del Apocalipsis se veían a lo largo del trayecto procesiones de flagelantes, que se iban dando latigazos".

¿Y qué tipo de peregrinos? Pues unos, la mayoría, iban a pie pero los que tenían un caballo, a caballo, o en un carro si llevaban familia. Los había más ricos e iban con zamarras, tabardos, capas aguadoras para la lluvia... pero el peregrino normal se cubría con un sayal de lana burda, el bordón o bolso de piel, el sombrero de ala ancha y la calabaza para el agua. Unos llevaban dinero (bizantino o musulmán) aunque en ese tiempo corría muy poco y había más trueque.