Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La central de automóviles de línea

La carencia de una estación de autobuses prolongó medio siglo aquel trasiego de personas y mercancías entre San José y Pastor Díaz

El emplazamiento de la estación del tren en el entramado urbano resultó determinante para orientar el desarrollo de Pontevedra, sobre todo desde principios del siglo XX. Además de hoteles, pensiones, cafés y bares, la estación férrea atrajo las primeras empresas de automóviles de alquiler (al punto) o de transporte de viajeros y mercancías, a los municipios cercanos. Todas encontraron su primer acomodo en las calles adyacentes.

El Hotel Méndez Núñez acogió desde 1911 la administración y parada de la primera línea de transporte hasta el Gran Hotel de A Toxa. En aquel tiempo, San José aún no estaba urbanizada como tal plaza sino que formaba parte de la calle de la Oliva, cuya numeración superaba el paso a nivel del tren y entroncaba con la carretera de Marín. Este servicio pionero fue el germen de la central de transportes que surgió en la década siguiente.

Por su parte, Automóviles de Pontevedra fue la primera empresa importante de servicio de viajeros que conoció esta ciudad desde 1913, con un total de cuatro líneas diarias hasta Lalín, A Lama, O Grove y A Toxa. La administración y el garaje de sus coches se ubicaron en el número 6 de la calle Andrés Muruais.

Aquel mismo año también comenzó a operar La Unión en la calle González Besada, con un servicio a Lalín. Su orientación hacía Sanxenxo y O Grove llegó mucho después por cuenta del legendario tándem Lamelas-Sueiro. Desde la misma calle hizo lo propio La Emprendedora, con una línea a Santiago que duró poco tiempo, entre finales de 1918 y principios de 1919.

El cierre del Hotel Méndez Núñez dio paso a la central de automóviles de línea, que reunió en la plaza de San José a las empresas de transportes más destacadas. Junto al Castromil, las primeras que trasladaron sus administraciones allí fueron Raúl García, que contaba con una línea a Mondariz; Auto Deportivo, que tenía otra hasta Ourense con parada en O Carballiño, y El Veloz que iba a Vilanova y Vilagarcía. Además, aquel lugar se convirtió en punto de salida de todas excursiones para asistir a diversos eventos: de la fiesta del Corpus en Redondela, a la exhibición del aviador Piñeiro en Vigo, pasando por una corrida de toros en A Coruña.

La apertura del Petit Bar por Eduardo Matos en 1928, pared con pared con la central automovilística, resultó el aditamento ideal para viajeros y transeúntes. El trasiego del lugar fue enorme desde entonces.

A finales de aquella década, Evaristo Castromil ya lideraba el sector en Galicia con un total de siete líneas principales; entre ellas Pontevedra-Santiago con cinco servicios diarios, y Pontevedra-Vigo, con otros seis que enlazaban con el tren expreso a Madrid. Su gran negocio no solo se centraba en los pasajeros, sino también en la paquetería y mensajería. Además, sus vehículos Saurer, de fabricación alemana, combinaban rapidez y confort.

Algún tiempo más tarde se sumó Garrido con su línea a Cuntis, y Balea que hacía un recorrido hasta Villalonga con muchas paradas por el camino en Poio, Combarro, Samieira, Dorrón, Simes, Meaño, Gil y Dena.

La central compartida entre tantos vehículos, grandes y pequeños, terminó por provocar enseguida un embrollo tan acusado, que el Ayuntamiento trasladó en 1930 sus paradas a la parte trasera, en la calle Pastor Díaz. Al parecer, Castromil mostró después su poderío empresarial y arrancó una autorización exclusiva para estacionar sus autobuses en la plaza de San José.

Aquel mismo año surgió el primer proyecto de construcción de una estación de autobuses sobre el solar de la administración del tranvía a Marín en la misma plazoleta. Sin embargo, la propuesta de la empresa Auto Estación no acabó de convencer al Ayuntamiento y el asunto se desinfló pronto.

Después de la Guerra Civil, se sucedieron las iniciativas para dotar a esta ciudad de la estación de autobuses que empezaba a necesitar con urgencia. Al menos estuvo sobre la mesa una iniciativa solvente en cada década siguiente. El alcalde Calixto González-Posada dio por hecho su ejecución a mediados de los años 40 después de realizar incontables gestiones, pero el proyecto acabó fracasando por inanición.

Mientras el tiempo pasaba, la central de automóviles de línea veía como desbordaba su capacidad y generaba un pequeño caos diario. Allí andaba todo manga por hombro y la situación general sobrepasaba con mucho a su legendario administrador, Benito Braga Valle, un personaje muy conocido por su estrecha vinculación con el Pontevedra CF y con la Federación de Fútbol.

"Diariamente contemplamos, con pavor y asombro, esos racimos humanos que circulan por nuestras calles; esos ómnibus que llegan o salen de la ciudad, cargados de viajeros hasta extremos inconcebibles".

El semanario local Ciudad reflejaba de esta forma lo que veían y vivían a diario los pontevedreses en 1945. Ni seguridad, ni higiene, ni comodidad. El servicio era pésimo, pero no había otro; empezando por la vendedora de billetes, hermana de Benito Braga, que tenía muy malas pulgas. Y lo más sorprendente fue que tal desorden siguió en aumento sin parar.

Cualquiera que quisiera saber o conseguir algo en aquel territorio comanche, no tenía otro remedio que solicitar, de la mejor forma posible, los estimados servicios de María y Antonio, y después, del inefable Luís Gutiérrez, de grato recuerdo personal por todas sus atenciones con mis primeros envíos periodísticos hasta A Coruña. Ellos lo controlaban todo, todo.

Como aquel lugar no disponía de espacio suficiente para más líneas, las concesionarias tuvieron que buscar otros lugares alternativos para sus paradas: de Cobián Roffignac a Sagasta, pasando por Benito Corbal, o de González Besada a General Mola. Y las autoridades municipales hicieron la vista gorda, porque nadie lograba poner el cascabel al gato, pese a los sufrimientos de los viajeros y las quejas de los vecinos.

El Castromil se hizo dueño y señor de la calle Pastor Díaz en su tramo de salida hacia Riestra, que compartió con el Auto Industrial a Campolameiro, que la familia Cuiña había comprado a la familia Ferro. Finalmente el Castromil fue el último mohicano en abandonar aquel enclave tan inapropiado a principios de los años 80, pero que dio tanto juego.

Compartir el artículo

stats