Las mascarillas que protegen contra el contagio enmascaran también algunos gestos que apenas son visibles, aunque se intuyan. Felipe Iglesias se fijó en que algunas personas se dibujan una sonrisa en el protector, para que su presencia ante familiares o amigos en esta nueva realidad resulte menos chocante, y él hizo aflorar la suya, la de verdad, fotografiándose la boca e imprimiéndola a escala real. Con la sonrisa sobre la mascarilla fue a visitar este miércoles a su madre, Trifina Mira. No la veía desde el 10 de marzo y el reencuentro, aunque sea a dos metros de distancia con mascarillas, sin besos ni abrazos y durante un máximo de media hora, ha supuesto un progreso tras casi tres meses limitados al teléfono. "Fui nervioso, como si tuviera una primera cita con una chica importante. Para ella fue una alegría porque somos cuatro hermanos y antes de que pasara esto íbamos en distintos días a verla, cada semana".

La señora, de 83 años, reside en el geriátrico Santa María que gestiona la Fundación San Rosendo en Melón. El virus aquí pasó de largo. "El 10 de marzo fue el último día que estuve con ella, incluso salimos a Ribadavia y cuando llegamos nos comunicaron que les acababan de notificar el fin de las visitas. Yo le dije a mi madre: creo que tardaremos en volvernos a ver", relata Felipe.

Trifina tiene cuatros hijos y siete nietos y, superada cierta actitud cohibida del principio por la presencia del fotógrafo en la visita, la mujer preguntó por ellos. "Siempre me pregunta cuándo iríamos a verla y nosotros le respondíamos, cuando nos dejen". Durante el confinamiento había recibido vídeos y también videollamadas, aunque porque "siempre lloraba y se ponía muy nerviosa", con un episodio de subida de tensión incluido, a Felipe y sus hermanos -dos mujeres en Vigo, él y otro hombre en Ourense- les recomendaron que se limitaran a la comunicación convencional, que hicieron a diario.

Esta primera visita -las próximas semanas será el turno de sus otros tres hermanos- fue un poco "agobiante" para Felipe, porque además de la mascarilla llevaba una pantalla, que se empañaba. "Sudé mucho y era complicado hablar a más de dos metros, me pasé el tiempo gritando". Pero volvió la sonrisa, visible.