El pequeño Brais -4 años- reconoce la 'M' inicial e identifica que es miércoles al contar las letras. Rubén -8 años- lo ayuda. Todas las mañanas la clase hace una "asamblea" para dar los buenos días, pasar lista, recordar la fecha y dar comienzo al horario lectivo. La dinámica de grandes y mayores compartiendo aprendizaje, aportando cada uno a los demás pese a las diferentes edades, une al grupo. El colegio de Educación Infantil y Primaria de Punxín es una de las pocas escuelas unitarias que sobreviven en Ourense a la crisis demográfica y al mínimo estipulado por la Xunta de 6 estudiantes para no cerrar. Empezaron el curso con 9, de entre 3 y 9 años -6 de Infantil y 3 de Primaria-, y en enero se suma otro.

"Los mayores guían a los pequeños, los ayudan, los protegen, tienen tacto, los cuidan y son responsables. Este año hacen el papel de padrino o madrina de los pequeños y están encantados. Es una pequeña gran familia. Los padres y el entorno ayudan y el niño crece en un ambiente ideal y positivo para su proceso de aprendizaje", resume Marta Vaz, la profesora. La escuela mantiene la vida en el pueblo y tiene garantizada su continuidad a corto plazo. El curso que viene se marcharán los tres alumnos actuales de 4º de Primaria pero al alta de Infantil de enero se sumarán seguramente más tras el verano. "Ya han venido 4 o 5 padres a preguntar".

El 14, homenaje al filántropo

El colegio ha sobrevivido a la pérdida de la población en el rural y la baja natalidad. Y al paso del tiempo. En sus aulas aprendieron varias generaciones desde que, hace un siglo, Benigno Quiroga Fernández, emigrante a Chile, legó en su testamento que el 15% de sus bienes fueran destinados a crear un grupo escolar laico en Punxín, garantizando su actividad durante al menos dos décadas. Unas 35.000 pesetas se destinaron a la construcción del edificio. Tras su muerte en 1916, la viuda creó una fundación y materializó su deseo. En abril de 1919, hace un siglo, comenzaba el proceso que forjó la escuela de Punxín. La donación de este empresario filántropo permitió comprar el terreno, cerrar la finca, hacer la edificación, dotar de material al centro y asegurar los salarios y gastos del colegio durante más de 20 años. Las clases comenzaron el curso 1923-24.

"Mi abuela y mi madre estudiaron en este centro, yo hasta 5º de EGB. Mi hijo Guillermo estuvo hasta el año pasado y mi hija Elena hace ahora el último curso. Espero que mis nietos y mis bisnietos sigan estudiando aquí, porque sería un orgullo". Eulogio González -41 años- es la tercera de cuatro generaciones de su familia que han aprendido en las aulas de Punxín. "Aún se me pone la carne de gallina", dice mostrando el brazo. Él y otros exalumnos colaboran en el homenaje al emigrante benefactor, que tendrá lugar el sábado 14 de diciembre en la escuela, a partir de las 16.30 horas. La celebración tras casi un siglo de vida, a la que asistirá un familiar de Benigno Quiroga, reivindica las escuelas del rural -acudirán dos antiguas profesoras del centro- y se suma al festival de Navidad del curso. Un villancico unirá a los niños y a exalumnos, incluidos aquellos que son padres ahora.

En los comienzos, el edificio contaba con dos partes simétricas: escuela de niños y niñas por separado, con residencia para maestros. A la enseñanza de materias se sumaban clases de oficios. Las mujeres recibían formación sobre las tareas del hogar y los hombres, agrícolas. También se impartía mecanografía. En los años 80, a la generación de Eulogio aún le tocaba limpiar la pizarra o barrer el suelo.

La enseñanza evolucionó y los valores de igualdad también. En Punxín hay ahora ordenadores, zona de juegos, pizarra tradicional y digital, mesas para pequeños, mayores y para la profesora. Todo en un aula que fomenta la cohesión grupal. "Aprendo de los más pequeños". ¿Son como unos hermanos? "Algo así", dice Rubén. Compartir con ellos sus horas de aprendizaje es lo que más le gusta del colegio. Elena, que cumple 9 años este mes, elige el recreo. "No son tan de la Play como los críos de la ciudad, son más de juegos tradicionales. El otro día, en el patio, los mayores montaron un tren con una cuerda y pusieron a los pequeños dentro", cuenta Marta.

"Son niños más tranquilos, más humildes, colaboran unos con otros. Se ayudan muchísimo y los mayores cuidan de los pequeños, están siempre pendientes. Por su parte, los pequeños aprenden mucho de los mayores en clase. Mi experiencia me dice que avanzan muy bien aquí. Además están más protegidos y en su entorno, y eso es muy importante sobre todo en Infantil", destaca Marisol Lorenzo, profesora itinerante de Religión, con 19 años de experiencia profesional y 3 acudiendo a la escuela de Punxín. Por este colegio del rural, que ayer amanecía a 1 grado bajo cero, pasan también docentes de Inglés, Música y Educación Física. Noelia Rodríguez imparte Audición y Lenguaje en este centro así como en Punxín y San Amaro. "Yo doy clase individualmente pero los niños evolucionan más en pequeños grupos como este, en el rural. En las unidades pequeñas interaccionan más que en las grandes. Se genera mayor confianza y no hay tantas diferencias de comportamiento".

"Aplicamos una metodología innovadora sin olvidar lo tradicional, basada en la colaboración y el trabajo en equipo", subraya Marta, con 14 años como docente y en su segundo curso en Punxín como profesora principal. "Por regla general tendemos a trabajar en grupo, pero a veces se hace por separado al tener a tres niños de Primaria. A lo mejor estás trabajando con los mayores la lectura, el pequeño lo ve y lo intenta, los de Primaria se fijan en cómo lo hace la profe y quieren reproducirlo exactamente. Se avanza más de lo normal, es un bombazo de aprendizaje". La atención a los estudiantes es "individualizada, aquí estoy 5 horas con ellos. Los llegas a conocer y detectas qué les gusta y qué no, dónde aciertan y dónde fallan. Tienes mucha faena por las distintas edades y los distintos momentos evolutivos pero es muy gratificante. Hay que tener siempre muchos recursos, como fichas, actividades, juegos...", explica Marta Vaz.

Padres y docentes coinciden en las bondades de este modelo de educación, un pilar en el rural. "Estoy encantada, es como una gran familia, como si estuviera con los hermanos que no tiene", afirma Beatriz Vázquez, la madre de Brais, que cursa 2º de Infantil. Ella fue alumna un tiempo, al igual que su marido, en el colegio que ahora educa a su hijo. "Ha aprendido a compartir, a hablar muy bien e incluso a jugar, porque tenía miedo de los parques y lo asustaban los niños. Aquí empezó a abrirse y lo ayudaron".

Natalia Castro, pareja de Eulogio, es la madre de Elena. "Lo más positivo es la motivación, que se ayude a los pequeños y estos aprendan de los grandes. Es un vínculo como familiar, como si tuvieran hermanos. Yo soy de Ourense ciudad pero nos trasladamos aquí expresamente por este colegio".