Las tiendas de las villas echan el pulso a la multinacional y al hipermercado, las cafeterías y las tabernas unen a vecinos y turistas, hilvanan el relato de diferentes generaciones. En un continuo de bailes y verbenas, las fiestas parroquiales salpican la geografía y revitalizan el territorio vacío. El verano es el espejismo demográfico y agosto, el mes que devuelve el esplendor a muchos concellos del rural vencidos por el imparable retroceso demográfico. En dos décadas, la provincia de Ourense -la más envejecida de España, con una edad media superior a los 50 años, y donde se registra la menor tasa de actividad- ha perdido casi la décima parte de su población, a un promedio anual de 1.624 habitantes entre 1998 y 2017. De 2016 a 2017 la sangría fue incluso mayor: 3.173 personas menos en el censo. El estío hace una feliz excepción. Gente a punto de jubilarse que regresa a las plazas y corredoiras de su infancia, jóvenes que descubren el lugar de la niñez de sus padres y abuelos, bebés que dan sus primeros pasos en la tierra de sus raíces. Un 5 % crece la población de la provincia de Ourense durante el verano.

El retorno de emigrantes del extranjero -hay 113.681 ourensanos en la diáspora, 33.888 nacidos aquí-, o de otras comunidades autónomas -son 362.743 los oriundos de la provincia que están en otros territorios de España, más de 47.000 en el resto de Galicia-, así como la llegada de turistas han revitalizado los pueblos y las villas en agosto. Algunos municipios que padecen el mal demográfico ganaron un tercio de vecinos.

Según el Instituto Galego de Estatística -los datos más recientes, de 2016-, la provincia tiene una población estacional de 328.524 personas durante el tercer trimestre frente a los 312.726 residentes habituales. El verano llena las calles de localidades pequeñas, como A Teixeira -de 398 a 519 vecinos, un 30,4 % más-, O Bolo -de 962 a 1.227, un 27,5 % más-, A Veiga -pasa de 946 a 1.238, un 30,9 % más -, Quintela de Leirado -de 706 a 887, un 25,6 %-, o San Xoán de Río -de 618 a 830, un 34,3 %-, pero también de municipios más poblados, como Maceda -pasa en verano de 2.985 a 3.359, un 12,5 % más-, San Cibrao das Viñas -de 5.177 a 6.585, un 27,2 %-, Baños de Molgas -1.643 a 1.972, un 20 %-, Carballeda de Valdeorras -de 1.631 a 2.109, un 29,3%-, o Allariz, que gana un 11%, pasando de menos de 6.000 residentes habituales a más de 6.600.

La villa del río Arnoia, una de las más hermosas de Galicia, tiene a más de un 11 % de sus oriundos viviendo en otras comunidad autónoma. La emigración local del siglo pasado, con un gran éxodo en los años sesenta, fijó una ruta preferente: el País Vasco. El vínculo pervive de generación en generación.

Olga Fernández, cuyos padres son de Allariz, regresa el domingo tras diez días de vacaciones. "Solemos venir todos los veranos si podemos, incluido a la Festa do Boi, aunque este año no fue posible", dice. La tierra de sus progenitores "es un pueblo muy bonito. Tenemos una casa con su terreno, cerca, que nos permite estar tranquilamente y en 10 minutos llegar al centro de Allariz para todo, sean unas compras o unos tragos", cuenta a la hora del vermú, que reúne a los primos. Una familia vascoalaricana de cuatro generaciones, con el corazón entre Ourense, Ermua (Bizkaia), Elgeta y Azpeitia (ambas de Gipuzkoa).

Goratze Ojanguren ha vuelto en este agosto al verano de su infancia. "Soy de Elgeta y mi abuelo es de Allariz. Llevaba 11 años sin venir. Aquí veraneaba todos los años. Está mucho más bonito y elegante. Hay muy buen ambiente, es un sitio muy recomendable". Vino con su pareja, Iñaki Ucin, y su hija de 2 años, la nueva generación. Hoy vuelven a Euskadi tras tres semanas empapándose de Galicia. "Era mi primera vez aquí", dice él. "Hemos recorrido en autocaravana todas las provincias y muy bien. Hay buena gente y buen comer. Parece que los del norte nos entendemos". Agosto termina y el espejismo -más ritmo y vitalidad en las villas y las aldeas- se va con él, casi de golpe. Pero regresará. "Nos ha gustado, volveremos", dice Goratze desde la tierra de su abuelo.