Todo el mundo sabe en Lalín qué es y dónde está la Maragota. El local situado en plena calle Colón tiene el encanto propio de los establecimientos de "toda la vida" al que se acude tanto para llevarse unos chuches o fruta como para realizar esa compra olvidada de última hora. María Jesús Soto y su marido regentan un negocio cuya clientela sigue pasando de padres a hijos generación tras generación.

-¿Es cierto que la casa donde se encuentra la frutería tiene, también, su historia particular?

-Yo empecé a trabajar en la Maragota el 16 de agosto de 1987, cuando aún no tenía 20 años. El negocio era de mis suegros. Antes, ahí estaba Casa Elvira, una fonda donde daban habitaciones. El edificio se conserva prácticamente igual menos el bajo. La casa está mal, la verdad, y necesita una buena reforma pero no tengo dinero. A mi las cosas me fueron surgiendo poco a poco. Provengo de una familia en la que somos seis hermanos, donde yo soy la mayor. Nuestros padres siempre nos inculcaron mucho el valor del trabajo. Mi padre trabajó de albañil, entre otras cosas, y mi madre hacía las cosas del campo, y nos inculcaron la idea de que tenías que saber hacer de todo. Los hijos siempre colaboramos con ellos. Me casé con 19 años, compramos el piso, seguimos trabajando en la frutería y la fonda se dejó.

-¿De dónde le viene ese nombre de pez a esta frutería?

-Nosotros llevamos 32 años en ella. La fundó mi suegra hace aproximadamente 56 años. Y lo del nombre es algo curioso porque depende a quién le preguntes te dirán una cosa u otra. Si le preguntas a Maraguay, viene de que su padre o abuelo vendían maragotas. A mi, Piedad siempre me contó que antiguamente que a la fonda venían los viajantes montados a caballo, y abajo había cuadras donde ahora está la frutería. Entonces, los pisos eran de madera, y en el primero una tabla se soltó y alguien cayó a la cuadra desde allí. Fue cuando el abuelo de mi marido dijo "ala vai todo nunha majotada" y, por lo visto, de ahí viene el nombre. De todas formas, nadie lo sabe con certeza.

-¿Fue un nombre aceptado?

-A los fundadores de todo, los bisabuelos de mi marido, Elvira y Manuel, les parecía mal que le llamaran Maragota, pero a mis suegros no tanto. Sin embargo, cuando me casé la gente me preguntaba que quién era mi marido y cuando les decía el de la frutería Castro nadie lo conocía, pero si les aclaraba que era el de la Maragota todo el mundo sabia de quién hablaba. Un día le pregunté a mi suegra si no le parecía mal que le añadiera Maragota al nombre de la frutería porque todo el mundo le llamaba así, y me contestó que si veía que vendía con ese nombre, adelante.

-¿Está contenta con el negocio?

-A mi me gusta mucho. Yo tengo una esclerosis múltiple y podía estar impedida por enfermedad, pero yo creo que si no estoy en la Maragota no me siento bien. Me encanta el trato con la gente. En las navidades pasadas entró en la tienda una chica a comprar unos gusanitos para su niña y me confesó que, aunque nunca había robado nada en su vida, sí se había llevado una gominola sin pagar del local. Estuvimos charlando juntas un buen rato porque hacía mucho que no la veía y al final me preguntó en broma que podía cobrarle la gominola que había robado.

-¿Los niños siguen siendo parte importante de la clientela?

-Los niños son los mejores clientes. A veces pienso que los niños que tenía cuando yo empecé en la Maragota son los padres que hoy vienen con sus hijos. Es algo de lo que antes no me daba cuenta, pero ahora sí que soy consciente. Cuando son pequeños compran gusanitos, después pasan a los caramelos y a las gominolas, y cuando son adolescentes te vienen a comprar bollería y chicles, y cuando se casan vienen con los críos.

-¿Cómo lleva abrir al público prácticamente todos los días?

-También lo llevo bastante bien. Y eso que tengo a mi marido ahora de baja. Lo que pasa es que me organizo muy bien. Todo depende del trabajo atrasado que tenga, pero lo de abrir todos los días no me supone ningún problema.