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Cambados estrena el arte "postcovid"

"Corentena" reúne en el pazo de Torrado obras de 24 artistas locales

Obras de Arenaz (izquierda y centro), y de Busto. // Iñaki Abella

Cambados es un municipio rico en artistas. Francisco Leiro y Manolo Paz son nombres planetarios, pero además de ellos hay una extensa nómina de creadores que llevan años perfilando un camino muy personal y alcanzando altísimas cotas técnicas y estéticas. Desde ayer y hasta el 5 de julio, el pazo de Torrado acoge una exposición en la que participan 24 de ellos.

"Corentena" es especial por varios motivos. Por un lado, porque es una panorámica de 360 grados al arte que se está haciendo en Cambados. Faltan unos pocos -se echa de menos a los dos gigantes, entre otros-, pero los que están componen igualmente una miscelánea riquísima de técnicas, materiales y propuestas estéticas. También es llamativo que esta pequeña sala de exposiciones abra una de las primeras muestras artísticas de toda Galicia tras la pandemia, adelantándose a instituciones con un presupuesto infinitamente mayor.

Pero el hecho de ser la primera no es solo una medalla para lucir en el pecho, sino que es relevante porque enseña lo que vendrá: flechas en el suelo marcando un circuito único para que los espectadores no se crucen entre sí; una entrada y una salida distintas; y la ya consabida obsesión por el aforo. Tanto es así que ayer ni siquiera hubo acto de inauguración, para evitar los grupos de gente. Y, finalmente, la exposición de Cambados es interesante por su propuesta, que ya se adivina en el propio título.

En realidad, los cuadros y esculturas realizados durante la cuarentena son los menos -por citar algunos, se encuentran las dos piezas de Fernando Arenaz, y un autorretrato de Lino Silva-, pero todos los demás remiten de una u otra forma a una etapa en la que todas las certezas pasadas llegaron a colapsar.

Entre marzo y abril, el consumo de literatura y cine de ciencia ficción se disparó en España, y las extrañas ciudades cubistas de Eduardo Baamonde podrían perfectamente ilustrar cualquier historia de ese género. Lo mismo podría decirse de los paisajes futuristas de Luis Pazos, de los personajes sin rostro de Carlos O. Oubiña, de la niña con la cabeza embutida en una bola de cristal de Annika Álvarez o de los escatológicos personajes con escafandra de Iria Ribadomar.

El confinamiento fue también un periodo de claroscuros, de emociones intensas, casi tan extremas como el caballo que vuela sobre el fuego de Adrián Baúlde, los sobrios bodegones de Miguel Martínez Suárez, "Chiño", o las aterradoras llamas que ascienden desde el suelo hasta la mesa de la Última Cena, que Lino Silva bautizó "Leonardo como pretexto". Finalmente, el encierro también dejó un poso de nostalgia por la libertad súbitamente perdida en la naturaleza. Brígida Leiro pintó a las mariscadoras en San Sadurniño y A Seca; Martina Miser fotografió una ventana vacía; Manolo Busto reinventó las flores; Mon Costa invita a recorrer mentalmente el barrio de Triana con su recreación de la casa Rovira; y Moncho Pazos hace disfrutar de una luminosa y despreocupada tarde de playa.

Tino Chaves, Xurxo Durán, Guillermo Charlín, Jesús Gómez, Juan Fernando de Laiglesia, Emérita Méndez, Xan Paz, Miguel Pérez Ramudo, Mariña Portas y Alberto Sineiro completan una exposición que es tan cambadesa en los orígenes como universal en su concepción.

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