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Constantino Cordal: "La gran ampliación de la UE abrió la caja de Pandora de la xenofobia"

Cambados acoge hoy la presentación del libro "Política e economía da Unión Europea"

Constantino Cordal. // Iñaki Abella

Constantino Cordal viajó varias veces por Europa con el Interrail -un proyecto que permite recorrer en tren varios países- y estaba estudiando en la Universidad belga de Lovaina cuando en los años 90 se debatía en el continente entre ampliar la Unión hacia el este o ahondar en la cohesión de los que ya eran socios en aquel momento. Es europeísta convencido, si bien se muestra crítico con la forma en la que se ha desarrollado el proceso de construcción europea. Él y otros dos profesores de la Universidade de Vigo, Xulio Pardellas de Blas y Celso Cancela Outeda presentan esta noche en Cambados el libro "Política e economía da Unión Europea", que edita la propia Universidad olívica. Es un manual sobre la historia y el funcionamiento de la administración comunitaria. La presentación es a las 20.00 horas en el salón de actos de Exposalnés.

-¿Es una utopía pensar en una Unión Europea de una única velocidad?

-A día de hoy parece una utopía. Sí que podemos decir que tras el ingreso de España y Portugal, a mediados de los años 80, uno de los retos de la integración europea era el de conseguir una cohesión que eliminase las graves divergencias entre el norte y el sur. Pero pasados 30 años, lo que se avanzó en los 80 y los 90 se ha perdido. Hemos dado un paso hacia atrás.

-¿Cómo afectará el "Brexit" de Gran Bretaña a la Unión Europea?

-Aún hay muchas incógnitas por resolver, y la primera de ellas es cuándo se producirá el Brexit. Hay que tener en cuenta que a día de hoy el Reino Unido aún no solicitó formalmente su salida de la Unión Europea. En clave política hay que tener en cuenta que el Reino Unido nunca fue uno de los grandes contribuyentes a la construcción europea. No estaba en Schengen, ni en la política monetaria, por citar dos ejemplos. De modo que en clave política creo que la principal consecuencia será que genera un precedente que hasta ahora no se había producido, de que un país salga de la Unión por su propia voluntad. Eso podría tener un efecto llamada para otros países que no se sientan cómodos en la Unión, o que usen la amenaza de marcharse si no les dan algo a cambio. A nivel económico sí que puede tener más efectos, sobre todo en lo referido a las exportaciones. De todos modos, eso va a depender mucho de como se negocie finalmente el proceso de salida. Estamos ante un escenario que aún puede durar unos dos años.

-¿Existe un sentimiento antieuropeísta fuerte en España?

-Creo que no. Sí es cierto que no estamos en los mejores momentos, porque la crisis ha destapado muchas debilidades en la unión monetaria y la falta de armonización en política fiscal. En el sur de Europa es cierto que hay mucha gente que considera que el proceso beneficia a los países ricos. Pero según los datos del Eurostat, aunque en España sí han bajado los niveles de identificación con la Unión, aún estamos en la media, no con los más críticos. Por otra parte, hay ciudadanos que perciben que estar en la Unión Europea es una garantía a mayores de sus derechos. Sentencias como la de las cláusulas suelo motiva que haya gente que confíe más en la justicia europea que en la propia española.

-Usted es nacionalista. ¿Qué hace más falta en estos momentos, una mayor autonomía para los territorios, o una mayor cohesión política, económica y legal?

-Ambas cosas son complementarias. La defensa de los intereses de un territorio y la reivindicación de sus sectores productivos son compatibles con la pertenencia a la Unión Europea. Eso es lo que están haciendo territorios como Escocia, Baviera, Flandes o Valonia, que sí saben jugar en la arena europea. Entienden que la Unión Europea abre a las regiones canales de participación que de otro modo difícilmente tendrían.

-¿Por qué entonces los sectores del mar y la ganadería gallegos se quejan tanto?

-Es cierto que los sectores productivos se vieron perjudicados porque fueron utilizados como moneda de cambio del Estado español, que atendió mejor las necesidades del Mediterráneo. En ese sentido, tenemos un problema de falta de poder político. Pero tampoco podemos olvidar que la Unión Europea nos ha permitido modernizar nuestras infraestructuras gracias a los fondos estructurales. Aunque quizás no hayamos utilizado bien ese dinero. Gastamos casi todo en carreteras e infraestructuras en vez de invertir más en tecnología, formación o apoyo a los sectores productivos.

-¿Es europeísta convencido?

-Digamos que soy un europeísta crítico. Yo sí creo en una Europa sin fronteras, en la que puedas viajar sin que te estén pidiendo el pasaporte constantemente. Pero hubo algunas cosas que se hicieron mal. En la década de los 90 se optó por una gran ampliación hacia los países del este. Se apostó por un proceso economicista, mercantilista, que es por el que apostaban las grandes multinacionales alemanas, francesas o británicas, interesadas en deslocalizar su producción. Y se llevó a cabo esa ampliación sin haber avanzado antes en la cohesión política, abriendo las puertas a países sin apenas experiencia democrática y en una situación económica muy inferior a la del resto, y con una unión monetaria hecha con prisas. Eso abrió la caja de Pandora de la xenofobia.

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