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“Los bondadosos y todos esos a quienes queremos mucho en las novelas son un estorbo”

“Tras una novela me quedo vacío, son varios años con el cerebro colonizado”, explica el autor de Patria, que presenta Los Vencejos

Fernando Aramburu, que ayer mantuvo en Pontevedra un encuentro con sus lectores.   | // GUSTAVO SANTOS

Fernando Aramburu, que ayer mantuvo en Pontevedra un encuentro con sus lectores. | // GUSTAVO SANTOS / Susana Regueira

Un divorciado de 55 años, profesor de Filosofía en un instituto madrileño, reconoce su decepción con su vida, reducida a trabajar, pasear al perro y tomar alguna cerveza con un amigo. Cree que ya ha vivido lo importante, y decide poner fecha para su suicidio. Es el punto de partida de Los Vencejos, la nueva novela de Fernando Aramburu, que ayer mantuvo un encuentro con sus lectores en la sede de Afundación.

–¿Cómo ha sido la experiencia de volver a la novela tras el éxito de Patria?

–Después de Patria publiqué tres libros, pero ninguno de ellos novela. Y con esta novela he estado ocupado largo tiempo, no hay más que ver las dimensiones que tiene (casi 700 páginas) y la he escrito con total libertad, es decir no condicionado por el hecho de haber tenido mucha suerte con la anterior novela. Ahora, también es verdad que se adentra en mundos humanos distintos y por tanto me he considerado un poco liberado de desarrollar una trama que me obligase a distanciarme de la anterior. No he pensado ni un minuto en Patria cuando escribía esta novela.

–Le he leído que el punto de partida fue una pregunta ¿qué pasaría si ahora supiese cuándo voy a morir?

–Es una pregunta que yo me he hecho muchas veces y sospecho que no soy el único. Y no hay respuesta posible. Entonces eché mano de la ficción, para ver qué podía dar al respecto, cómo se vive esto, todos nosotros, si naciéramos con un certificado que pusiera el tiempo que vamos a vivir y la hora de nuestra muerte. Pues probablemente seríamos muy distintos o en todo caso adoptaríamos una estrategia vital muy diferente de la que normalmente utilizamos.

Los Vencejos se adentra en mundos humanos distintos y por tanto me he considerado un poco liberado de desarrollar una trama que me obligase a distanciarme de la anterior. No he pensado ni un minuto en Patria cuando escribía esta novela

–Comparte poco con sus personajes, tengo entendido que cada vez menos

No estoy de acuerdo con que todas las novelas sean autobiográficas. Esto a veces se repite por ahí y no estoy en absoluto de acuerdo, creo que un escritor tiene que estar en condiciones de escribir también sobre destinos humanos que no son el suyo. Aparte de que cuando uno ya ha escrito una decena de novelas ya agotó todo su caudal autobiográfico, el mío ya lo gasté todo en la primera novela. Y me gusta mucho divertirme inventando personajes, inventando seres humanos mediante la palabra. Y, bueno, algunos me caen mejor, y no tanto por lo que hacen o lo que dicen, sino porque algunos son muy productivos, dan mucha novela, aunque sean malvados o perversos, son los que más me gustan aunque no los quiero en mi vida personal.

–Los malvados nos fascinan

–Es que una novela necesita conflicto, necesita acción, necesita movimiento y los santos y los bondadosos y todos estos a los que queremos mucho en la vida en las novelas son un estorbo.

Si naciéramos con un certificado que pusiera el tiempo que vamos a vivir y la hora de nuestra muerte probablemente seríamos muy distintos o en todo caso adoptaríamos una estrategia vital muy diferente

–Reside desde hace décadas en Alemania ¿qué le parece la actualidad española?

–La actualidad española, sobre todo para los que vivimos fuera de España, es normalita. España no me parece un país exótico ni mucho menos, es un país donde algunas cosas se hacen muy bien, otras no tanto, algo que naturalmente es consecuencia de su historia, claro está, y también del elemento humano que lo habita. Un país es la consecuencia de quienes lo habitan y España tiene virtudes y defectos.

–No es su primera visita a Galicia…

–Galicia es terreno favorable para mi, en cuanto veo el verdor siento una inmediata familiaridad. Y curiosamente es un sitio que aunque he visitado poco está habitado por bastantes amigos míos, a los que he conocido en la distancia, así que mi sensación al pisar suelo gallego es grata. Por otro lado, no me es ajena la literatura gallega, ahora mismo estoy leyendo el libro de poemas en gallego, en edición bilingüe, de Xavier Seoane. Donde nunca había estado es en Pontevedra.

Para mi escribir es en líneas generales un acto gozoso, aunque no es el gozo que sentiría comiendo en chuletón, sino que es un acto que de alguna manera me sitúa de un modo grato en la vida. Escribir equivale para mi a una reafirmación de la vida

–¿Ha tenido oportunidad de conocer la ciudad?

–Un poco, hemos ido a comer y he podido callejear, pero poco. Mi primera impresión es muy positiva porque, bueno, hay que tener en cuenta que hemos atravesado el centro y hay unas piedras nobles, antiguas, que tienen su cosilla.

–¿Lo peor de escribir son estas giras de presentación?

–No, para mi escribir es en líneas generales un acto gozoso, aunque no es el gozo que sentiría comiendo en chuletón, sino que es un acto que de alguna manera me sitúa de un modo grato en la vida. Escribir equivale para mi a una reafirmación de la vida, es una actividad que me procura cierta plenitud, y si añadimos además que soy autor de libros y que estos libros además efectivamente se publican y algunos merecen atención, pues qué más se puede pedir. Ahora, yo no soy un escritor sufridor como hay otros, y esto me parece legítimo porque cada cual es como es, pero también vierto mis dolores, mis penas, mis cositas dolorosas en las páginas.

Un escritor tiene que estar en condiciones de escribir también sobre destinos humanos que no son el suyo. Aparte de que cuando uno ya ha escrito una decena de novelas ya agotó todo su caudal autobiográfico, el mío ya lo gasté todo en la primera novela

–¿Ayuda a exorcizar el dolor?

–Un poco sí, en el sentido de que uno objetiva, es decir, convierte en texto y saca de sí algunas cosas que duelen. Pero también uno vierte en la página celebraciones, felicidades, y, en fin, uno intenta la literatura, que no es otra cosa que el arte hecho con palabras.

Ver mi novela en la pantalla es como cuando tiene un hijo que hace algo positivo... Uno dice, caramba con la criatura, que yo la vi nacer día a día, la guerra que me daba, que no se dejaba escribir; y míralo ahora en las pantallas, míralo que bonito

–¿Al acabar una novela como Los Vencejos necesita meses para recuperarse o ya piensa en nuevos trabajos?

–En mi caso me quedo vacío, son varios años con el cerebro colonizado por una novela, años en los que en la cabeza no me cabe otra cosa, los personajes, problemas técnicos, las incertidumbres… Uno vive pendiente de lo que puede aprovechar para su novela, tiene un horario, y cuando todo esto se acaba ¿qué hago? Se queda uno como paralizado o vacío. Y la única solución que yo le veo es empezar otro libro; y la cabeza ya está empezando a hervir de nuevo y, bueno, uno no quiere repetir lo que ya hizo, busca, tantea, uno está de nuevo en la posición inicial, del principiante, aunque haya escrito mucho.

–¿Qué siente cuando ve su trabajo llevado a la pantalla?

–Pues es como cuando tiene un hijo que al cabo de los años se convierte en médico o hace algo positivo para la sociedad. Uno dice, caramba con la criatura, que yo la vi nacer día a día, la guerra que me daba, que no se dejaba escribir; y míralo ahora en las pantallas, míralo que bonito.

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