Hay historias que darían para escribir una novela, pero que terminan quedándose en el ámbito familiar: en el cariño de las sobremesas, los abrazos de sofá y los besos en los momentos más cercanos.

La de la pontevedresa Ángeles Carballa Soto es una de ellas, una vida digna de ser escuchada y escrita, palabras de las que aprender mucho como persona. "Siempre quise escribir un libro, para que ninguna mujer abandone nunca a sus hijos", reconoce emocionada en una entrevista con FARO en la Praza da Granxa, en Campelo, donde vive actualmente.

Ángeles Carballa fue criada desde los tres años por una familiar de Francisco Franco, ingresó en la comunidad de las monjas clarisas de clausura, enfermó gravemente, se hizo enfermera y, finalmente, se casó y tuvo tres hijas. Podría parecer un resumen muy burdo, pero sintetiza a la perfección los acontecimientos más importantes de su vida.

La infancia

"El primer recuerdo que tengo es de cuando tenía tres años y me llevaron junto a aquella mujer, alta y con un bastón, de mirada fría", echa la vista atrás. Su madre, una jornalera que toda su vida trabajó muy duro, se vio obligada a entregarla y la pequeña empezó a vivir con Mercedes Bahamonde Beltrán, familiar del dictador y mujer soltera y extremadamente creyente.

Vivían en una casa en la Plaza de la Estrella, en pleno centro de Pontevedra, en el entorno de A Ferrería, y tenían como vecinos a la familia Barreiro, quienes en más de una ocasión salieron en su ayuda, ya que la vida al lado de Mercedes Bahamonde era durísima: la palizas a la pequeña eran conocidas en el barrio.

"Recuerdo que había en la casa una talla de Jesús de un metro setenta y ocho de alto y que yo, para que dejase de pegarme, me abrazaba a sus piernas. Entonces ella se quedaba parada y daba media vuelta. Era lo único que la frenaba", cuenta.

La clausura

Ese continuo contacto con la vida religiosa marcaría de por vida a la entonces niña, para quien convertirse en monja era un sueño. "Quería ir de misionera, pero me propusieron la vida de clausura. Con las clarisas de Pontevedra no había sitio, así que me fui a Benavente. Entré el 1 de mayo de 1954, cuando tenía 17 años, con el nombre de Sor Inés de Jesús", explica.

Como había tomado clases de música en casa de Mercedes Bahamonde, entró en el convento como organista. La vida entre sus paredes no era nada fácil tampoco, pero a ella no le importaba porque la fe que sentía era demasiado grande. "Solo allí dentro la presencia de Dios es tan grande, tan inmensa, que te parece que lo tocas con las manos", dice sincera. "En un convento de clausura todo era penitencia. Si querías hablar lo hacías por señas. Yo bordaba y tocaba el órgano".

La enfermedad

Y la clausura entre las clarisas era tan radical que no se permitía la entrada de los médicos ni enfermeras, de ahí que Ángeles Carballa comenzase a formarse a nivel sanitario.

"Veías morir a las monjas. Yo vi fallecer a 14. Era una pena muy grande. Yo misma enfermé de tuberculosis", manifiesta.

Y pasó el tiempo y la pontevedresa comenzó a manifestar una enfermedad cutánea muy grave, una especie de cáncer de piel raro. "Me trataron con infiltraciones de alcohol, radioterapia y bombas de cobalto. Me quedé en 37 kilos", resume.

Tras pasar un tiempo en el Hospital San Juan de Dios de Madrid, y cuando tenía 29 años, los médicos le aconsejaron que no volviese al convento, que volvería a empeorar y todo lo avanzado sería una marcha atrás poniendo en grave riesgo su salud y su vida. Ella planteó a su comunidad religiosa poder venir al convento de Santa Clara, actualmente cerrado por falta de monjas, pero la madre superiora entonces, Antonia, se negó en redondo. "El padre José María Serrano habló con ella y le dijo que era lo mejor para mí, que era muy joven. Él mandó todos los informes médicos al obispo, pero al final lo que llegó fue la dispensa de los votos. Lloré muchísimo", cuenta apenada y con lágrimas en los ojos.

La vida no religiosa

"La nueva vida se me hacía rara. Cuando me vestí por primera vez sin el hábito me sentía incómoda. Verme con faldas que solo me tapaban hasta la rodilla...", dice ahora divertida.

Un buen consejero, el padre mercedario Sergio, le dijo que no se apenase, "que estaba destinada a ser una buena madre y esposa". Así que en 1967 comenzó esta nueva etapa de su vida.

Se fue a vivir con sus padrinos, los Barones de Romay, en la Torre de Graña o Pazo del Casal, en Poio.

Estuvo allí un tiempo, donde su madre biológica trabajaba como jornalera, pero ella no se sentía cómoda con una vida tan lujosa, por lo que comenzó a buscarse la vida como enfermera.

"Hablé con Marucha Marescot y fui como enfermera del doctor Ramón Jiménez Mayor, con el que trabajé muy a gusto", reconoce.

A los dos años, en 1969, conoció a su marido, un trabajador del mar que se prendó de ella nada más verla. Congeniaron, se gustaron y se casaron, dando paso a una nueva etapa de la vida de Ángeles Carballa.

El matrimonio tuvo tres hijas y la otrora monja expresa que el haber sido madre es "la emoción más grande y única que puedes sentir en la vida". "Solo le pregunto a Dios si esa era su voluntad, porque si es así, yo la cumplí", dice.

Además, terminó cuidando de su madre, que pasó los últimos 14 años de su vida encamada.

El último trayecto

Las pruebas de la vida no se terminan nunca. Al menos eso es lo que piensa Ángeles Carballa, a tratamiento de un cáncer de mama.

Ahora, ya viuda, sus días transcurren disfrutando de sus hijas y sus nietos. Cada mañana, cuando pasa por la Praza da Granxa, en la que hay una escultura de piedra de la Virgen del Carmen, aprovecha para pedirle por todos aquellos que lo necesitan.

El cristianismo sigue siendo el eje alrededor del que gira su forma de pensar, por lo que también se muestra muy crítica con todos aquellos que se aprovechan de la religión para hacer daño. En este sentido, son especialmente duras sus palabras para la pederastia en el seno de la Iglesia.

Su mayor satisfacción será siempre su familia. "Cuando era niña y no tenía quien me diera cariño me preguntaba: ¿a qué sabrán los besos? No lo supe hasta que tuve hijas", concluye una mujer de gran fortaleza y corazón.