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De vuelta y media

La Biblioteca que erigió Villamil

Cobijada en el Instituto con el Archivo Histórico tras la Guerra Civil, marcó una época para generaciones de pontevedreses en el fomento de la lectura

La Biblioteca que erigió Villamil

La Biblioteca Pública de esta ciudad se erigió sobre la incansable, callada y fructífera labor que desarrolló de forma admirable a lo largo de casi veinte años un solo hombre: don Enrique Fernández-Villamil Alegre.

Probablemente más meritorio fue el trabajo que acometió de forma paralela en el Archivo Histórico Provincial. Pero aquella incipiente biblioteca, que luego se hizo grande bajo las atenciones y los desvelos de aquel hombre siempre rodeado de libros, cumplió una función esencial en el despertar cultural de generaciones de pontevedreses entre las décadas de los años 40 y 60.

La Biblioteca Pública y el Archivo Histórico se instalaron a partir de 1940 en el ala izquierda de la planta baja del Instituto Nacional de Enseñanza Media, que entonces dirigía el catedrático Enrique Vidal Abascal. Allí dio el propio Fernández-Villamil clases de gramática y literatura. Hasta las dependencias del Instituto llegaron ambas instituciones desde la delegación de Hacienda.

Villamil, como era popularmente conocido, fue el primer director del Archivo Histórico, que recibió su primer protocolo el 4 de agosto de 1934. La Biblioteca Pública era bastante anterior, y cuando don Enrique se hizo cargo solo tenía 6.000 volúmenes. Tras su despedida en 1955 para ocupar un alto cargo en Madrid, superaba los 40.000 ejemplares, que se dice pronto.

La biblioteca propia que tenía el Instituto constituyó el fondo más rico de la Biblioteca Pública, una vez acomodada allí. Unos cuantos libros arrinconados en la delegación de Hacienda completaron esa dotación inicial, cuando su director como único personal comenzó su ingente trabajo de organización y catalogación.

La Biblioteca Pública dispuso en el Instituto de dos salas con nombres propios: la sala Camoens, de libros portugueses; y la sala Muruais, con la mítica colección de la Casa del Arco que tanto frecuentaron ilustres visitantes, desde Valle-Inclán hasta Said Armesto. Además, contaba con una sala de lectura de 40 plazas y un pequeño salón para investigadores. A su lado, el Archivo Histórico tenía una sala de trabajo y otra de catalogación.

A mediados de los años 40 se puso en marcha un servicio de préstamo de libros que funcionó de forma rudimentaria, dado que Villamil seguía atendiendo en solitario todas las actividades de ambos organismos. Un total de 122 personas estaban inscritas en dicho servicio, sin posibilidad de ampliación para atender una demanda cada vez más creciente por falta de personal.

La asignación presupuestaria oficial era tan paupérrima que el director no revelaba su importe nunca, y comentaba con resignación que la Biblioteca Pública sobrevivía "franciscanamente, con el auxilio de la providencia". El Ayuntamiento aportaba una subvención anual de 1.000 pesetas, y algún que otro año la Diputación dio 2.000 pesetas. En 1946 se acometió una mejora de todas sus dependencias que pagó el propio Instituto.

Especialmente atractivo era su depósito de revistas, dado que la Biblioteca Pública recibía periódicamente 114 revistas nacionales y 27 extranjeras, al tiempo que disponía de 600 colecciones en varias anualidades. Muy frecuentado por los más jóvenes era aquel popular armario en donde se guardaban los libros infantiles.

El techo de lectores de aquella década se alcanzó en 1941 con 7.189 personas. A partir de entonces, la media anual osciló entre los 5.500 y los 6.500 lectores, al tiempo que se multiplicaba la actividad del servicio de préstamo.

A mediados de 1955, Enrique Fernández-Villamil Alegre dijo adiós con mucho pesar, y se trasladó a Madrid para ocupar el cargo de director de la oficina técnica del Servicio Nacional de Lectura.

El 29 de junio de aquel año recibió un homenaje de despedida que consistió en una cena en el parque de verano del Liceo Casino. No faltó nadie. Su trabajo fue reconocido por toda la intelectualidad de esta ciudad, que consideró su marcha como una gran pérdida para su querida Pontevedra, donde había sido también el primer presidente del Cine-Club.

Para entonces el Ministerio de Educación Nacional ya había adquirido la casona de los Fonseca como futura sede de la Biblioteca Pública y el Archivo Histórico. Pero la Casa de Cultura que reunió a ambos organismos no abrió sus puertas hasta 1960.

La ocupación de la Casa del Barón

A mediados de 1946 Villamil aprovechó su condición de concejal para presentar una moción en el Ayuntamiento que contó con el entusiasta respaldo de la corporación municipal.

Don Enrique propuso que el Ayuntamiento vendiera al Estado la Casa del Barón, que entonces albergaba las Escuela Graduadas en condiciones deplorables, para ubicar allí la Biblioteca Pública y el Archivo Histórico. Los fondos de ambos organismos habían crecido de manera tan considerable que empezaban a desbordar las dependencias prestadas por el Instituto.

Con el dinero que se recibiera por esa venta, la moción planteaba también que el Ayuntamiento construyese un nuevo edificio para las Escuelas Graduadas.

La Dirección General de Archivos y Bibliotecas llegó a confirmar la elaboración de un proyecto de acondicionamiento del viejo caserón por parte del Ministerio de Educación para acoger tales dependencias. Pero la propuesta no cuajó y todavía pasaron diez años hasta la compra de la Casa de Cultura.

Historia sucinta de la capitalidad

"Pontevedra, historia sucinta del nacimiento de una capitalidad" constituye una inapreciable aportación a la historia de nuestra ciudad, hecha con rigor científico, después de una meritoria labor de investigación y acopio de datos, la mayoría de primera mano".

Así saludó Celso Emilio Ferreiro la presentación, a principios de 1947, de esta obra de Fernández Villamil que reunía los documentos encontrados sobre la capitalidad de Pontevedra durante su encomiable labor de muchos años hurgando y poniendo orden en los archivos provinciales.

Hasta entonces, esta apasionante historia no solo era desconocida, sino que estaba cubierta por un pesado manto a causa de las encarnizadas disputas que se habían producido entre Vigo y Pontevedra.

El libro se editó bajo el patrocinio del Ayuntamiento en la imprenta y librería de Paredes Valdés. Un precioso dibujo de Agustín Portela caracterizó su portada, y se vendió al precio de 15 pesetas.

El parentesco de Ravachol

La seriedad que caracterizó siempre el trabajo de Fernández Villamil no le impidió terciar, en un momento determinado, sobre la animada controversia que propició mil y una teorías sobre el origen del célebre loro Ravachol a lo largo del tiempo.

Ahondando en una relación de parentesco por proximidad, don Enrique expuso un buen día que Ravachol podría haber sido un pariente cercano de otro popular loro que era el rey de la magnífica residencia que doña Chanita, una señora muy conocida en la Pontevedra de su tiempo, tenía en la carretera de Marín.

Esa relación de parentesco también la hizo extensiva a otros dos estupendos ejemplares que hubo en la Casa del Arco, de los Muruais, y en la mansión de los Besada, en Poio.

Algún tiempo después, Filgueira Valverde se remontó más atrás y apuntó que Ravachol podría haber sido descendiente de un papagayo de América, que se salvó tras la derrota y el hundimiento de la flota franco-española en Rande.

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