Un grupo de voluntarios comienza a preparar, pasadas las doce del mediodía, la comida para unas sesenta personas (varios menús diferentes para vegetarianos, veganos, omnívoros, celíacos y todo tipo de opciones); otro grupo trabaja en la construcción de una letrina en el interior de una tienda de campaña; algunos compañeros se afanan en preparar las propuestas que se debatirán en la asamblea de la tarde y otros entretienen a los más pequeños con talleres de globloflexia, juegos populares o cuenta cuentos. Los "indignados" acampados en la Alameda de Pontevedra demuestran en su día a día que otro mundo es posible, si hay voluntad de organizarse y colaborar.

Al margen de las propuestas ideológicas con las que quieren lograr una "Democracia Real Ya", en el campamento de la Alameda se demuestra que es posible una sociedad alternativa. "El orden es ejemplar, hasta ahora no hubo ni el menor conflicto", asegura Umberto García, que ayuda a sus compañeros de cocina a preparar "sopa pobre", arroz y otros platos para alimentar a quienes se ocupan de otras tareas del campamento.

"Cada día se incorpora alguien nuevo y con él cada día aprendemos algo más", apunta Ricardo Tato, que en ese momento se encarga de la biblioteca instalada en una de las tiendas de campaña. La libertad de expresión y la creación es un valor fundamental de esta sociedad alternativa de la Alameda y por eso agradecen la participación de cuantas más personas mejor. Todas aquellas que quieran colaborar con su trabajo, con una idea, con un paquete de rotuladores, o con una barra de pan. Todas las aportaciones son bienvenidas en este campamento.

En la semana que están a punto de cumplir en la acampada, tampoco les han faltado las críticas de quienes no comparten su forma de intentar una sociedad mejor. "Que bien se vive ahí, con luz y agua que pagamos todos, sin tener que trabajar", les gritó una mujer que pasaba a cierta distancia del campamento. Pírricas provocaciones en las que los "indignados" prefieren no entrar, porque su "lucha" es contra quienes manejan las riendas de la sociedad, no contra sus convecinos. Además, la mayor parte de ellos colabora con su causa, aseguran. Algunos llegan para aportar un paquete de arroz, unas botellas de agua, unas conservas. Les explican que no pueden quedarse en la acampada porque tienen obligaciones que atender en casa, pero que comparten su lucha y sus reivindicaciones. Algunos bares y cafeterías de los alrededores les permiten utilizar el aseo e incluso contribuyen con hielo y café.

El campamento cuenta ahora con unas treinta tiendas, que han empezado a organizarse en calles para albergar más carpas y más "indignados" que se quieran sumar a este movimiento.