La prostitución puede entenderse como violencia; así la ve la legislación sueca, que la prohibe y criminaliza al cliente. Una perspectiva diferente es la de la sindicalista y trabajadora del sexo Pye Jakobsson, que hoy participa en la jornada inaugural de la Semana Galega de Filosofía (SGF) para defender que su oficio es eso, un trabajo y como tal sujeto “a las mismas reglas que cualquier otro trabajo”. Su conferencia dará comienzo a las 20.00 horas en el centro social Caixanova, sede del congreso internacional, tras una intensa jornada en la que también tomarán parte la catedrática de Antropología Paz Moreno Feliu (disertará a partir de las 10.30 horas sobre “Economía y política: las historias ficticias del liberalismo”) y el economista Xavier Vence Deza, que intervendrá en la sesión de tarde para analizar la crisis del neoliberalismo en Galicia.

—¿Ser una trabajadora del sexo fue una decisión propia?

—Si, fue una decisión que no fue gran cosa, empecé como bailarina de streaptease y después continué con otros trabajos de sexo, pero no fue gran cosa para mi.

—¿No es un gesto que considere definitivo en su biografía?

—No, trabajé como bailarina de streaptease durante 3 años, me marché a vivir a Portugal y trabajaba como bailarina, como artista. Un día estaba sentada en una mesa con una amiga brasileña, estábamos con dos hombres que pagaron el champán y normalmente explicaba que no hago salidas, que no voy con clientes, sabía que el hombre que estaba sentado conmigo quería pagar para lo otro y sabía que mi amiga necesitaba el dinero. Empecé a pensar qué hacer, pensaba en mi amiga y en ser solidaria y fui a la oficina de la gerente, que también era trabajadora del sexo. Ella me miró y me digo: “Ya estás en la lluvia, mejor quédate mojada” (risas) y para mi, que tenía 21 años, ser trabajadora del sexo fue algo natural, no fue gran cosa.

—Se entiende habitualmente que la entrada en el mercado del sexo es traumática o, cuando menos, que no es una elección personal sino producto de la pobreza, la exclusión, la falta de opciones...

—Si, se piensa que entrar en este trabajo es algo dificilísimo, traumático y es cierto que lo es para algunas personas pero para otras no es verdad. Siempre hay esa idea de que tiene que ver con la falta de opciones, con una situación de vida muy difícil o con familias desestructuradas y sé que hay diferencias entre países, pero por ejemplo en Suecia tengo muchas amigas que son estudiantes y este es el único modo para que puedan conseguir realmente una economía un poco mejor. También hay que pensar que hablamos de mujeres que trabajan en casas, no en la calle porque trabajar en la calle siempre es mucho más peligroso y hay muchas chicas con problemas de drogas, inmigrantes sin papel etc, pero las que trabajan en apartamentos y casas normalmente trabajan tres o cuatro días a la semana, es un trabajo que para ellas les supone un suplemento económico, tal vez porque la precisan o porque lo que quieren es comprarse ropas, casas, detrás hay muchas razones.

—¿Y el modelo sueco de prostitución?

—Son decisiones políticas basadas en una idea, en vez de en la realidad, para nada hablaron con trabajadores del sexo y realmente decidieron que lo único que buscaban era ya no que se redujese el número de trabajadores del sexo sino simplemente mandar el mensaje de que Suecia no tolera la prostitución, cuando hay otras maneras de mandar ese mensaje. Y lo que se ha conseguido es criminalizar, que por ejemplo las condiciones de vida de las chicas de la calle sean cada vez peores: ellas ya tienen un trabajo peligroso, a veces el cliente es agresivo etc, y ellas tienen 25 segundos para hablar antes de entrar en el coche. Ahora ni eso pueden, tienen que entrar en el coche y, cuando ya se ha puesto en marcha, negociar, y esos 25 segundos son importantísimos para su seguridad. Y no sólo los clientes son criminalizados sino que la ley considera que es la prostitución no es una elección libre nunca y todas han de ser consideradas víctimas. Es decir, la ley dice que nosotros somos víctimas y eso lo que provoca es que el estigma social que ya hay en todo el mundo sea aún peor: ahora al estereotipo de que somos todas drogadictas, víctimas de abusos o con familias desestructuradas y ahora además se nos llama víctimas, siempre víctimas. Y el estigma social hace que las personas se sientan muy solas: conozco una chica que nadie, absolutamente nadie en su entorno y fuera de las organizaciones sociales sabe que se dedica a la prostitución.

—Si no es violencia sino trabajo ¿lo ideal es la reglamentación? ¿regularizar la prostitución?

—Muchas veces piensan que sólo porque estoy contra la criminalización, de lo que estoy a favor es de la legalización y para mí eso no es así: pienso que los trabajadores del sexo necesitamos las mismas leyes, reglamentos, etc. que tenga la sociedad para usted, lo mismo que tenga para usted que lo tenga para mí, somos igual seres humanos y tenemos derecho a ser protegidas del mismo modo que el resto de las mujeres. Hoy la mayoría de los países ya tienen leyes contra la violencia sexual, la esclavitud etc. Esas leyes ya existen y se pueden usar para protegernos, porque lo importante no es proteger un moralismo o cierta forma de feminismo sino que lo más importante, siempre, es proteger los derechos humanos, más importante que cualquier otro mensaje. Y es que cuando crea una ley para un grupo concreto de humanos lo que les dice es que ellos son completamente diferentes de otros trabajadores. Es decir, ni abolicionismo ni regularización, las mismas leyes que para cualquier otro trabajador. La industria sexual ha de moverse dentro de las mismas leyes que cualquier otra industria.