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PERSONAS, CASOS Y COSAS DE AYER Y DE HOY

Reflexiones sobre bondad y maldad

A los que me leáis, quiero recordaros, aunque sea reiterativo, que no soy un escritor. Así que no tratéis de encontrar perfecta corrección gramatical ni lingüística, sino simplemente la torpe expresión de alguna reflexión personal, compensada por alguna que otra recogida de distintos autores, en unos casos de forma literal y, en otras, más o menos modificadas. Terminado y publicado un artículo o un libro, empieza lo peor. No se sabe si será leído y, menos, si será aceptado. Así que, si estáis cansados de la lectura de estas reflexiones, cambiadlas por cualquier otra lectura, cambio con el que sin duda mejoraréis y mucho. Yo os recomendaría en este momento que leyeseis el libro de mi hija María Martinón: Homo imperfectus. ¿Por qué seguimos enfermando a pesar de la evolución? (Grupo Planeta, Ed. Destino, 2022), recomendación que creo me agradeceréis.

Hace bastante tiempo leí una reflexión cuya fuente he olvidado, aunque no su contenido aproximado. Decía más o menos que había demasiadas personas en el mundo en las que los sentimientos que ejercen hacia los demás son un 50 por ciento malicia y un 50 por ciento indiferencia; también había otras —yo diría que las más—, cuyos sentimientos hacia los demás son un 50 por ciento preocupación y un 50 por ciento amor. Es posible que sea así, pero me atrevería a decir que no es lo que más me preocupa, ni tan siguiera la perversidad de los malos, porque al fin y al cabo en este mundo hubo, hay y habrá malos y buenos. Lo que me obsesiona e inquieta es la indiferencia de los buenos. De todos modos, por favor, póngame en lista de los buenos, prefiero ser el más malo de los buenos que el más bueno de los malos. Sí, sí.

La búsqueda por los demás es una búsqueda bien intencionada; la búsqueda por uno mismo es solo huida. La primera, expresa generosidad; la segunda, egoísmo. Se afirma, no sin razón, que de vez en cuando hay que hacer un viaje espiritual en busca de la generosidad, que es expresión de bondad. Y eso sí, siempre de mano de la humildad. Cuestión distinta es que seamos o no capaces. Lo que resulta innegable es que vivir con ética puede no darnos satisfacción el momento, pero podemos estar seguros de que practicarla nos hará vivir más y mejor. Además, el hombre bueno y con sentimientos tiene siempre un rasgo de ternura, aunque a veces no sepa expresarla. En ocasiones alcanzamos grandes logros en la profesión, en la empresa o en lo que sea, pero a la vez nos quedamos entusiasmados con la contemplación de una obra de arte, de un paisaje o de una simple flor. Y es que en realidad no hay vida sin ternura. Y la cosa no queda ahí: las personas inteligentes, buenas y fuertes conservan la ingenuidad durante más tiempo; por el contrario los necios, malos y débiles la pierden muy pronto por el recelo que les da su propia incompetencia. ¿De qué vale y a quién vale tu inteligencia si no eres generoso ni tienes conciencia?

En el transcurso de los años y según alcanzamos la ancianidad dicen que todos los hombres se tornan buenos; sin embargo, el proceso suele ser bastante lento y a muchos el cambio les acaece después de su propia muerte, en boca de sus deudos.

La bondad exige una buena conciencia, que es aquella que está arrepentida de lo mal hecho y ahora ocupada de lo que tiene que hacer; desde luego lo que no es buena conciencia es la conciencia vacía del que nada ha hecho ni pretende hacer. Es muy bueno, es muy bueno. ¿Es muy bueno porque no mató a nadie? ¿Es muy bueno porque no suelta ninguna palabrota?... No no, el que es bueno lo es porque comete acciones buenas. No, no basta con no hacer el mal. Lo expresó de modo admirable el ucraniano Simon Wiesenthal (1908-2005): “Para que el mal prospere, solo requiere que los hombres buenos no hagan nada”. En palabras del británico Robert Baden-Powell (1857-1941), fundador del movimiento scout: “Es importante ser bueno, pero más importante es hacer el bien”. A lo que añadió: “Intentad dejar este mundo un poco mejor de como os lo encontrasteis”. En definitiva, que ser bueno exige hechos buenos. No basta con decir “obré de muy buena fe”, hay que demostrarlo mediante la acción. Si quieres que te quieran más, cambia tu manera de ser y, en lugar de vivir solo para ti mismo o para nadie, proyéctate hacia otros con ánimo de ayudarlos.

Si cada uno de nosotros hacemos un esfuerzo por ayudar a otro, el resultado final es que habrá más esfuerzos de ayuda que esfuerzos para lastimar. Cuando hay que ayudar a alguien, el que es bueno, cuando puede, lo hace y si no puede, sufre mucho por no hacerlo. Hay gente tan resolutiva, tan dispuesta a ayudarnos, en cualquier momento y para cualquier cosa, que puedes tener la seguridad de que “siempre te va a responder en el móvil”. Y si no lo hace, es porque está a tu lado. Para esos que dicen que son buenos pero no hacen nada por nadie, esta frase del polímata suizo Jacques Rousseau (1712-1778): “No hacer el bien es un mal muy grande.”

A todos nos ha pasado que en un momento determinado estamos llenos de preocupaciones y de dudas por un algo que nos paraliza y, al día siguiente, dudas de esas dudas. Lo que de ninguna manera puede ser es nos dejemos llevar por los fantasmas del miedo. Así lo refrendó el escritor y pintor inglés Benjamin Robert Haydon (1786-1846): “Cumple con tu deber, y no te apartes de él. Haz lo que tu conciencia te diga, y deja las consecuencias a Dios”. Palabras corroboradas por el gran escritor monovero Azorín (1873-1967): “No hay más realidad que la imagen ni más vida que la conciencia”.

Solo lo que le damos a otros y lo perdemos es lo que realmente adquirimos. ¿Cómo queremos que nos trate bien la gente si no queremos a nadie, si por mucho que disimulemos solo nos queremos a nosotros mismos? Hemos de desterrar el egoísmo por nuestro propio bien, no existen felicidad ni alegría sin ser compartidas. Pero eso sí, con una condición: el que es generoso de verdad lo hace de manera que el que recibe sus beneficios no se entera. Lo contrario equivale a decirle al que le hicimos el favor que se queda con una deuda a resarcir. Es probable que se viva mejor sin esperar nada; no obstante, por el contrario, que los demás puedan esperar algo siempre de ti. “Distancia, orgullo e indiferencia, son las tres cosas que te separan de cualquier persona” —ignoro el autor pero no quería prescindir de esta frase—. Dices que no te quieren. Yo te pregunto: ¿haces algo para merecerlo? Cuestión distinta es ignorar o parecer ignorar, lo que puede ser una respuesta inteligente, ante el que te ofende o no te corresponde. En cualquier caso, tengamos mucho cuidado; hay poco camino entre la indiferencia y el odio. Hay veces que hay que desistir de echar una mano a otro, porque en realidad solo se puede ayudar al que quiere ser ayudado.

Una forma de generosidad es escuchar. La periodista y novelista alicantina Matilde Asensi (n. 1962) escribió: “Los puentes entre las personas se tienden escuchando con generosidad y no fatigando los oídos ajenos”. Aunque no te importe ni lo merezca, si es posible, responde al que te habla con paciencia y tolerancia en lugar de indiferencia. Sin embargo, hemos de reconocer que oyendo hablar a algunas personas, de esas que se empeñan en hablar aunque no tengan nada que decir, uno no puede dejar de pensar que es una lástima que nacieran con lengua.

Uno querría que todo el tiempo le dijesen “qué bueno es usted”. Pero lo cierto es que hay muchos momentos en que uno hace cosas buenas y otros en que hace cosas malas y cada cual tenemos que oír lo que merecemos.

Cuando la maldad la ejercen sobre nosotros, en muchas ocasiones, nuestro dolor, nuestra amargura, procede más del que la provoca que de lo que nos hagan. Dicho de otra manera, es directamente proporcional a quien nos la ocasiona. Así es, nuestro sufrimiento es más intenso y desgarrador cuando nos la inflige una persona querida. Además, con un agravante: bastantes de esos hombres malos, ya sean asesinos, ya sean maltratadores, ya sean sádicos, ya sean pervertidos... es que son hombres con apariencia terrible y escalofriantemente normal.

Asimismo, los malos siempre son peligro, dado que como dijo François Fenelon (1651-1715): “Sabed que los que llamamos malvados no son hombres incapaces de hacer el bien; por el contrario, ellos hacen el bien o el mal indiferentemente, con tal que pueda servir a sus proyectos ambiciosos”. Sí, cada día encontrarás más personas que te echen contra ti su propia maldad, la que nace de sus insuficiencias y sus envidias. Y es verdad que hacen daño, pero es pasajero, has de esperar porque pasa y finalmente se vuelve contra ellos mismos.

Se han enumerado, con acierto, unas cuantas equívocas y peligrosas interpretaciones interesadas de nuestro pensamiento que se repiten: humildad por soberbia, memoria por sabiduría, reserva por falta de compromiso, charlatanería por conocimiento, voluntad de no herir por pasividad dolosa... Y tantas más que nos llevarían a repudiarnos si fuésemos sinceros.

Resulta muy triste que nuestra vida transcurra entre olvidos, impiedad, abandonos e ingratitudes; sin embargo, hay también recuerdos, ternura, entregas y agradecimientos, que es la parte de la vida que nos alegra, por la que hemos de resistirnos y vale la pena seguir.

Hemos de cumplir con nuestro deber y actuar de acuerdo con nuestra conciencia. Pero no basta, tenemos necesidad de creer en otros hombres y en su buena fe. Igualmente, hasta del mal se puede extraer el bien.

El que vive ajeno a todos y a todo no puede esperar nada de nadie y el único destino que tiene en el mundo es dejar una herencia, con todo lo que acumuló porque no dio, y asistir a su propio funeral.

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