Los mayores juegan a las cartas en un fondo ruidoso. La partida no se detiene cuando los primeros acordes marcan el inicio del bolero. Cuando el padre comienza a cantar con su voz grave, pero dulce, varias miradas saltan del tapete en un vuelo rápido de reconocimiento. Cuando la hija hace su entrada, y repite el primer estribillo con su asombrosa tesitura, más ojos reaccionan, pero la escena de alrededor no varía, aunque la artista sublime el ambiente irradiando lirismo y belleza con sus cuerdas vocales.

Padre e hija ejecutan con maestría, a dúo, ‘Veinte años’, un bolero de María Teresa Vera. Un hombre de camisa blanca se ha girado para observar la actuación en el centro cívico de Palafrugell. Otro escucha en diagonal, mirando a hurtadillas. Otro señor más, de polo negro y aparentemente de más edad, sonríe acodado en el respaldo de su silla, ajeno ya a la partida. “Perdoneu”, dice ella, risueña, cuando la canción termina y, por fin, la mayoría se ha olvidado de las cartas y aplaude.

Esta actuación grabada conserva intacta la química entre padre e hija, entre Cástor Pérez y Silvia Pérez Cruz. Es una canción hermosa que nunca caduca: cada vez que suena, llena. Forma parte de una relación de melodías de la artista catalana que custodian el vínculo con sus padres. Pocas canciones tan poderosas como ‘Vestida de nit’, que dio nombre a su penúltimo álbum. “La cançó dels pares”, solía presentar en los conciertos, sobre esta habanera en catalán de su padre Cástor y su madre Gloria Cruz.

Con la fórmula en común también concibieron ‘Temps perdut’, que la hija añadió a su repertorio, enlazándola en directo con ‘Veinte años’.

El 1 de noviembre, Cástor Pérez Diz recibió un homenaje póstumo ante el Mediterráneo que baña y acuna el hermoso pueblo de Calella de Palafrugell, memoria de pescadores, destino de turistas que se enamoran, donde Joan Manuel Serrat creó su emblemática canción. Silvia se unió el lunes a un grupo de cantores de habanera para interpretar ‘Vestida de nit’ frente al mar que la canción describe de un modo poético.

Once años después de su muerte, a Cástor le han dedicado una placa en la plaza del Port Bo, por su labor como investigador, arreglista, compositor e intérprete de habaneras, cuya vinculación se remonta a los setenta. Cada verano, un festival en esta localidad de la Costa Brava, la Cantada d’Havaneres, pone en valor un género musical muy ligado con la emigración.

A más de mil kilómetros, lejos del Mediterráneo y del turismo, pero, para el caso, tan cerca y tan presente, se encuentra Correchouso, rodeada por montañas ondulantes, cubiertas de nieve en invierno. En esta aldea de Laza, de 17 vecinos, están las raíces de Silvia. De ella partieron los abuelos paternos, Cástor y Luisa, iniciando una ruta que su música perpetúa.

La aldea de Correchouso, en la montaña de Laza. // correchouso.com