Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

Juan de Novoa, defensor de A Ponte Maior

Federico Martinón Sánchez

Integrado dentro de mi serie de artículos sobre Gallegos entre la ficción y la historia, quiero traerles hoy a un ourensano singular, Juan de Novoa, desconocido por muchos de sus paisanos en la actualidad y del que no existen, o al menos no he sabido recoger, demasiados datos bibliográficos, los cuales son además contradictorios. No obstante, quiero dejar constancia de que con mayor o menor precisión se han referido a él, entre otros, los autores que por orden cronológico aquí cito: Luciano Cid Hermida (1891), César Vaamonde Lores (1909), Benito Fernández Alonso (1915), Ramón Otero Pedrayo (1973) y Juan Carlos Rivas Fernández-Xesta (2014), en los que basaré parcialmente esta narración. No oculto mi preferencia por el relato de Cid Hermida, expresión de su amor por Galicia y sus hombres, y de manera particular por este caudillo ourensano —estima que comparte este su escribidor de ustedes—. Vaya por delante que reconozco que la limitación de fuentes históricas, unida a mi escasa formación historiográfica, harán que esta relación esté más cerca de la ficción y la leyenda que de la historia.

Juan de Novoa, ouresano que nació y vivió durante el siglo XIV, fue, según Vaamonde Lores: “decimotercero Señor de la Casa (de Maceda), y de la fortaleza de Sandianes, Ciudad de Sorriz y Roncos, Melias y Castillo de Alba, sirvió al señor D. Pedro, en las guerras con su hermano el Señor D. Henrique…”. En el relato de Cid Hermida: “Era valeroso caudillo y pertenecía a la ilustre familia de los Conde de Maceda, habiéndose granjeado el respeto y el cariño de sus conciudadanos, por su noble linaje, su bravura y las bellas cualidades de su carácter, siendo compasivo y generoso con el débil, severo y digno con sus iguales, y entusiasta defensor de la justicia”.

A finales de 1383, los reyes legítimos de Portugal eran Beatriz de Portugal y su esposo Juan I de Castilla, proclamados en la mayoría de las ciudades y villas portuguesas. Sin embargo, no eran acatados por el Concejo de la ciudad de Lisboa, residencia de la Corte, que proclamó regente del reino a Juan de Avís —hijo bastardo del rey Pedro I de Portugal y de Teresa Lourenzo, hija del muy influyente gallego, residente en Lisboa, Lourenzo Martíns—, ejemplo que fue seguido por otras ciudades y villas portuguesas, como Oporto, la segunda ciudad del país. La región de Entre Doiro e Miño era fiel a Beatriz y, en primavera de 1384, fue ocupada por las tropas gallegas del arzobispo de Compostela, Juan García Manrique, con la ayuda de los gallegos seguidores de la dinastía Trastámara y las tropas portuguesas leales a los reyes de Castilla. Por el contrario, Oporto era defendida para el de Avís por Pedro Enríquez de Castro, el señor más poderoso de Galicia, casado con Isabel de Castro, hija del Condestable de Portugal, Álvaro Pérez de Castro. Mientras, Juan I de Castilla sitiaba a Lisboa, con el concurso de los barcos gallegos, circunstancia que aprovechó Enríquez de Castro para atacar Baiona, Muxía, A Coruña, Ferrol y Betanzos. Finalmente, la peste asoló al ejército castellano y Juan I levantó el sitio de Lisboa.

A finales de marzo de 1385, las Cortes de Coímbra eligieron a Juan de Avís rey de Portugal, quien fue proclamado oficialmente el 6 de abril, con el nombre de Juan I de Portugal. Por una parte, las plazas del norte de Portugal fueron recuperadas para el de Avís por el condestable Nuño Álvarez Pereira y con la ayuda de exiliados gallegos en Portugal. Por otro lado, Juan I de Castilla emprendió una nueva invasión de Portugal por la frontera salmantina, pero ya cerca de Aljubarrota, el 16 de agosto de 1385, el ejército castellano, que estaba apoyado por las tropas portuguesas y francesas leales, sufrió una tremenda derrota. Victorioso, Juan de Avís informó a Juan de Gante —Duque de Lancaster y cuarto hijo varón de Enrique III de Inglaterra— de su triunfo. Le hizo saber también que le reconocía como legítimo titular del reino de Castilla, al estar casado, en segundo matrimonio, con Constanza de Castilla, hija de Pedro I de Castilla —el legítimo soberano destronado y muerto por su hermano bastardo Enrique II de Trastámara (llamado “el Fratricida” o “el de las Mercedes”), que a su vez era el padre de Juan I—. El Parlamento inglés apoyó la pretensión y concedió al duque la ayuda económica necesaria para la campaña. El rey español Juan I le hizo frente y recurrió “a los nobles y pecheros de Castilla, Asturias y Galicia a la defensa del suelo patrio, haciendo sufrir a los coaligados importantes derrotas. Sin embargo, los ejércitos coaligados siguieron avanzando sobre las plazas fronterizas, obligando a los habitantes de la derecha del Miño a refugiarse en las plazas fuertes y castillos del país y dentro de Ourense, con la consiguiente aglomeración y dificultad de subsistencias. Tales circunstancias crearon una situación de terror y caos en la capital ourensana, superada gracias al caudillaje de Juan de Novoa, que con firmeza de carácter y dotes estratégicas, refugió a mujeres, niños y ancianos en sus iglesias y conventos, y organizó la defensa de la ciudad. Para conseguirlo acumuló la mayor parte de las fuerzas que pudo reunir sobre las prominencias de la orilla izquierda del Miño, en las proximidades de A Ponte Maior, desde las que se dominaba la margen opuesta, al tiempo que daban sensación de fuerza para la defensa del puente. Además, estableció como base de operaciones la torre o baluarte que entonces se elevaba en el centro del puente. Al mismo tiempo, buscando el aislamiento del enemigo a la otra orilla del rio, retiró las barcas de pasaje, que envió río abajo hasta Filgueira, con emisarios que llevaban órdenes de que los habitantes de los pueblos vecinos viniesen a Ourense con los ganados, vituallas y enseres, para así privar al adversario de los recursos indispensables.

Algunos campesinos rezagados pudieron avisar a Novoa de la aproximación del ejército enemigo, lo que le llevó a adelantarse con los suyos hasta el lugar que aproximadamente ocupaba la aldea de Las Caldas. Allí cayó sobre la avanzada de caballeros adversarios que, sorprendidos, retrocedieron hasta incorporarse al cuerpo del ejército inglés-lusitano. Como resultado de la contienda quedaron algunos prisioneros enemigos, que fueron encerrados en una de las iglesias de la ciudad, con la orden expresa de Novoa de que fuesen tratados de igual modo que los naturales del país refugiados en Ourense. A continuación, Novoa organizó la retirada de sus tropas al castillete de A Ponte Maior y a los parapetos levantados como refuerzo para su defensa y la de la ciudad. Las tropas anglo-lusitanas siguieron avanzando y, a primeros de septiembre de 1385, llegaron a Ourense e iniciaron el ataque, sin que inicialmente consiguiesen tomar posiciones en el puente. Esto les llevó a intentar el paso del río en grandes balsas que construyeron, con rapidez, para ese fin.

Llegados a este punto las disparidades bibliográficas son mayores. Si nos creemos el relato de Cid Hermida, Juan de Novoa no se arredró y colocó a sus más expertos ballesteros en la orilla izquierda del Miño. Después ordenó que infantes y peones llevasen grandes peñascos hasta la cima del arco central del puente. Cuando comenzaron las rudimentarias embarcaciones enemigas a atravesar el río, los defensores ourensanos dispararon sus ballestas sobre los desguarnecidos adversarios, causándole numerosas bajas. Al tiempo, los infantes, desde lo alto del puente, arrojaron los peñascos sobre las embarcaciones, desbaratándolas, y haciendo perecer ahogados a más de doscientos rivales. Estos hechos y circunstancias supusieron la derrota y retirada del ejército de coalición, con la consiguiente liberación de Ourense. Según la narración de Emilio González, cuya rigurosidad histórica es sin duda mayor: “Juan de Novoa, bien porque no dispusiera de fuerzas suficientes para hacerles frente o bien porque quisiera evitarle a Ourense ser saqueada, se retiró con sus tropas a Allariz”.

Fuera lo que fuese, con este sobresaliente hecho de armas desarrollado en Ourense, se extendió la gloria y renombre de Juan de Novoa, que pasó a la historia como el heroico defensor de A Ponte Maior.

En cualquier caso, para cumplir sus objetivos, el Duque de Lancáster —al que acompañaban su esposa e hija— desembarcó en el puerto de A Coruña, el 25 de julio de 1386, al frente de una flota anglo-portuguesa, con un ejército de 7000 hombres. Una vez en la ciudad, se instalaron más de un mes en la zona de la Pescadería, en un ambiente continuo de justas y fiestas. Desde allí continuaron su avance por Galicia hasta la ciudad de Santiago de Compostela, en cuya catedral, Juan de Gante y su esposa recibieron las llaves de la ciudad de manos del obispo, reconocidos como reyes de Castilla. Desde Compostela realizaron diversas incursiones secundarias y siguieron la expansión por Pontevedra, Vigo y Baiona. Luego se dirigieron a Ribadavia, cuya plaza, bien defendida por caballeros franceses, y con la participación muy decisiva de los judíos que formaban un núcleo importante en la villa, le costaría tomar más de un mes. A continuación, el de Lancáster, con el grueso de sus tropas, se fue sobre Ourense, donde estableció su corte, para estar más cerca de Portugal. Pero esta es una historia que este escribidor ya le contó a sus lectores y que pueden encontrar en la hemeroteca de este periódico (Juan de Lancáster, rey de Galicia con corte en Ourense. Faro de Vigo, 09.06.2019).

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