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Isabel Valiente, madrileña, dejóayer el monasterio tras 8 días de retiro. En el claustro, junto a sor Rosario, la monja más joven, y sor Cruz, la abadesa del monasterio.Iñaki Osorio

En clausura, pero con trajín: “Vivir sin oír el timbre durante la pandemia fue gratificante”

Cuando el cielo se derrumbó sobre Pantón el sábado, por culpa de una tormenta, las monjas se aprestaron a retirar el agua que encharcaba el claustro del monasterio románico de Pantón; faltan manos pero sobran voluntad y capacidad de resistencia en una comunidad en declive numérico, pero esforzada.

El monasterio sumará un total de 16 camas con la próxima puesta en marcha de la nueva hospedería: “El recogimiento es la idea”

De las 22 religiosas que en los años ochenta había en Santa María de Ferreira, en la actualidad quedan cinco monjas, aunque la abadesa, sor Cruz, de 76 años, prefiere que se difunda la cifra repetida en los últimos tiempos, de 8. Tres de las mujeres son nonagenarias y buena parte del peso de las tareas de la comunidad, en un amplio monasterio que es Monumento Nacional desde 1975, recae en la superiora y en sor Rosario, la más joven, sexagenaria, la que despacha los dulces a los visitantes. “

El secreto para poder seguir es que haya vocaciones, pero también es un problema del Señor. Somos pocas pero hacemos lo que podemos, que no es más que vivir la espiritualidad con plenitud”

Sor Cruz

Resistir en el último monasterio habitado de la Ribeira SacraIñaki Osorio

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A Isabel Valiente la recoge el taxi a las once de la mañana del lunes. Las religiosas llevan ya seis horas despiertas. Esta madrileña ha pasado ocho días de retiro con la comunidad. “Vine para descansar y también para ayudar. Había estado en otros monasterios y en internet me enteré de que aquí eran muy pocas religiosas y necesitarían ayuda. He estado haciendo dulces con ellas en el obrador y, como van a abrir una nueva hospedería, también he colaborado limpiando, haciendo las camas o colocando cosas”, explicaba ayer.

Dos parejas de Carballo y A Coruña Áurea, Antonio, Liso y Fina, de visita ayer en el monasterio.

Con las estancias para los retiros –“para recobrar el pulso de sus vidas” en palabras de la abadesa–, la única comunidad monástica que sigue habitada en la Ribeira Sacra confía en poder lograr por esa vía un incentivo a la vocación, que se resiente. La próxima semana recibirán a un grupo de nueve personas de Bilbao. En unos días estrenarán el alojamiento reformado y amueblado en un espacio del monasterio. Cuenta con cinco habitaciones dobles que, junto a las dos individuales y a las dos dobles de la hospedería más antigua sumarán un total de 16 camas para los visitantes.

Los dulces del obrador de las monjas son su fuente de ingresos.

En el informe que supuso un revés para la candidatura de la Ribeira Sacra a Patrimonio de la Humanidad, los inspectores del Icomos –órgano evaluador de la Unesco– identificaron como obstáculos para esa excelencia la proliferación de embalses –desde el franquismo a la democracia–, las canteras a cielo abierto, los eólicos, la acusada despoblación de esta zona interior de Ourense y Lugo, así como la poca correspondencia entre el pasado monacal y el presente de este enclave ‘sagrado’.

Santa María de Ferreira, conocida en la zona como monasterio de las madres bernardas, es la única comunidad que resiste en activo.

El obrador en el que las religiosaselaboran sus dulces.

A pesar de los defectos, la impresión para visitante resulta cautivadora por esa comunión de paisaje, patrimonio románico y viñedos en laderas abruptas. “Es una zona fantástica y rica en todo, en cultura y naturaleza, y con una gente amabilísima”, destaca Lourdes Cuadra, de turismo con su pareja por Galicia. “Conocíamos parte del paisaje pero no el interior de Lugo y de Ourense, y nos ha sorprendido gratamente: los bosques, la vegetación, la abundancia... Nos vamos encantados”, decía la mujer, de Bilbao, antes de continuar la ruta por la comunidad desde la Ribeira Sacra, a la costa de Pontevedra.

El monasterio de Ferreira está a días de estrenar la nueva hospedería. El lunes llegará un grupo de 9.

Del monasterio de Ferreira de Pantón se llevaron galletas artesanas. Son la fuente de ingresos de estas religiosas del orden del císter. “Con la pandemia no ha habido muchos visitantes”, reconoce sor Rosario, natural de Córdoba, que lleva un registro de la procedencia de los visitantes. “Los dulces se compran mucho, gustan mucho”, asegura. “Es un medio de vida que necesitamos, porque nuestro mayor problema para subsistir es sostener el monasterio, porque es muy grande. Siempre hay algo que reparar y eso sale del trabajo. Tenemos pensiones pero si no trabajamos, ¿quién mantiene esto?”, señala Cruz.

Porque la Diócesis de Lugo no les da ninguna cantidad y la Xunta se encarga solo de inversiones “en el exterior”, según la abadesa. Cuesta mantener un edificio que narra el paso del tiempo a través de sus distintas fases constructivas: desde el origen monacal en el siglo X –benedictino entonces– hasta la adopción, en el XII, de la orden cisterciense, siglo del que se conserva la iglesia románica. El claustro es renacentista y en el complejo hubo reformas y ampliaciones entre los siglos XVI y XVIII. Tras un periodo de dos décadas sin estar habitado, por la desamortización de Mendizábal, Santa María de Ferreira es a día de hoy, aunque sea en número reducido, el único monasterio cisterciense femenino que hay en Galicia.

En 1948, Pío Baroja escribió su impresión sobre este monumento: “Paramos un momento en Pantón, y entramos en el patio de un convento. No hay nadie: reina el silencio y la soledad”. Era casi en tiempos de sor Fe, la mayor de la congregación, una nonagenaria que llegó a Santa María de Ferreira con 22 años. Hace ya 41 que la abadesa sor Cruz, monja desde los 23, originaria de León, se instaló en Pantón, procedente de la comunidad de San Miguel de las Dueñas, de El Bierzo.

“En el año 1980, cuando vine para aquí, éramos 22 monjas pero las mayores de ahora, las jóvenes de entonces, decían que llegaron a ser 35. La falta de vocación la notamos mucho. Vivimos con esperanza pero somos realistas, conscientes de la elevada media de edad. Estamos luchando por mantener esto con la casa de oración, algo propio nuestro y un modo de vida. Esto tiene solera y puede ser que aquí surja algo nuevo para que siga la comunidad”, explica la superiora, que mantiene la “esperanza” de que el último grupo monacal de la Ribeira Sacra resista.

Isabel Valiente, madrileña, dejóayer el monasterio tras 8 días de retiro. En el claustro, junto a sor Rosario, la monja másjoven, y sor Cruz, la abadesadel monasterio.

“Los ríos –el Sil, el Cabe, el Miño– pasan, pero la tierra permanece. Esta es parcela preciosa de la Ribera Sagrada”, escribió Álvaro Cunqueiro en ‘El pasajero en Galicia’. Esa tranquilidad que transmite el texto es uno de los valores que ofrece el monasterio de Pantón para los visitantes, y que las propias religiosas experimentaron de nuevo durante el confinamiento y las fases con menos movilidad de esta pandemia. “Hemos vivido unos años con obras, tratando de sacar adelante el trabajo y con inconvenientes, y todo eso nos traía, no estresadas, pero sí movidas. La parte económica cuenta y hemos tenido que buscar y potenciar el trabajo, para poder subsistir. Al parase, hemos podido poner al día zonas del monasterio, como una en la que hace años se vino abajo parte de la chimenea. En unas habitaciones todavía había cosas mojadas. Durante este tiempo se ha podido limpiar y poner orden. Por otra parte, vivir sin ruidos, sin timbre, ha sido una experiencia muy gratificante. Lo necesitaba; ha sido como un año sabático”, comparte sor Cruz.

Mientras lo cuenta, llaman un par de veces. Y la tendencia es que habrá más viajeros, sobre todo con la próxima puesta en marcha de la nueva hospedería. “Estamos pendientes de que los políticos lo den a conocer, porque el primer día del confinamiento era cuando iban a venir las autoridades, para explicarlo, pero justo se paralizó todo. Entonces estaba sin muebles, y lo hemos ido amueblando”, señala la abadesa. El lunes, el grupo de 9 visitantes llegado de Bilbao estrenará las instalaciones. “Es un coro que viene en un plan espiritual, porque el recogimiento es la idea. Quieren conocer esto y descansar pero, al mismo tiempo, tener un tiempo de reflexión, de tranquilidad y de oración con nosotras”, explica.

“Esta casa puede despertar vocaciones”, considera sor Cruz, que muestra las nuevas estancias con ilusión. “Nos animamos a ampliar por los testimonios bonitos de personas que nos decían que les hizo bien estar aquí, y que incluso quieren repetir, porque para algunas fue un antes y un después. Han venido de toda España, sobre todo Madrid, pero también de Andalucía, Barcelona y otras partes de Galicia. Este es un lugar de reflexión, de descanso y de retiro, incluso de aprender a orar, porque vamos a poner una escuela de oración, siempre hay que estar aprendiendo”, indica.

“Venía buscando paz y eso me ha aportado”

“La experiencia ha sido muy buena, volveré”, asegura Isabel Valiente. “Venía buscando paz y eso me ha aportado”. Además, la madrileña aprovechó para conocer los pueblos y paisajes de la Ribeira Sacra. “Muy buena impresión me llevo”. Quienes acuden al plan de retiro pueden involucrarse, como ha hecho Isabel, en las tareas cotidianas, como los rezos –aunque no en los siete de las religiosas, desde primera hora– y la elaboración de los dulces. “Son muy activas, pueden conmigo, y eso que están en un lugar enorme que es como dos monasterios en uno”, expresa la visitante.

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“Tenemos almendrados, golosas, coquitos, tejas y alegrías”, enumera sor Cruz sobre la repostería. “El producto más tradicional y antiguo son los almendrados, y la tarta creo que es del siglo XVI la fórmula que seguimos usando. Trabajamos en cadena”, empleando mantequilla, almendra y coco como ingredientes fundamentales. A diferencia de los monjes de Oseira (Cea, Ourense), que también son cistercienses, las religiosas de Pantón venden solo en el recibidor de la entrada principal, no por internet. “Como somos pocas, tampoco daríamos para más. Con vender aquí nos llega”, sostiene la hermana.

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