El impacto social que la pandemia ha causado en la vida de Aldara, una ourensana con síndrome de Down de 9 años, es idéntico al de cualquier otro niño o adolescente que han visto restringidos los contactos, las oportunidades de reuniones, los juegos compartidos de forma presencial, los besos y los abrazos estrechos previos al coronavirus. Pocos como ellos se han adaptado, de forma ejemplar, a los cambios abruptos que instauró esta crisis sanitaria global que dura ya un año.
“Antes se pasaba toda la semana completamente ocupada, con muchas actividades, como natación, baile, patinaje o bicicleta. De todo aquello pasamos a tener solo patinaje, y además lleva poco tiempo, porque ha estado cerrado. Lo peor de esta época ha sido no poder jugar y socializar con otros niños; ella tiene la necesidad de jugar con sus amigos y eso se ha notado a nivel psicomotor”, cuenta Sonia González, su madre, de 45 años.
A las restricciones y medidas sanitarias que impuso la prevención de contagios de coronavirus, Aldara se acostumbró con facilidad. “Está muy adaptada y lo de llevar mascarilla lo asimiló e integró en su rutina desde el principio. También se adaptó muy bien a la actividad telemática, pero lo que más ha acusado es no poder socializar. Sigue yendo a jugar pero si a lo mejor antes se quedaba a dormir con un amigo eso ahora no es igual. Siempre fue muy apegada a nosotros pero ahora es incluso más, porque echa en falta poder jugar de forma tranquila y hacer más actividades”, observa su progenitora.
El núcleo familiar lo completan el padre, Alberto González, de 45 años, y la otra hija, Nerea, la mayor, de 20. Mañana se conmemora el Día Mundial del Síndrome de Down y Sonia manifiesta que “ojalá el camino que nos queda por andar llegue a su final, y la inclusión total sea una realidad”.
En su opinión y basándose en su propia experiencia, “todavía falta integración y, a nivel escolar, aún queda mucho por evolucionar. Es necesario conocer y cambiar los roles, teniendo en cuenta además que cada caso es un mundo y cada niño con síndrome de Down tiene sus propias necesidades. Nosotros llevamos ya tres colegios. Tengo claro que las instalaciones no hacen a un colegio, sino el trato humano y estar predispuestos a querer enseñar”, indica esta madre.