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Limpiadoras y celadores, manos imprescindibles en primera línea: “Estamos agotados y cabreados”

La limpiadora Pilar González –58 años–, tras quitarse el EPI. // BRAIS LORENZO

Esa imagen de los profesionales enfundados en equipos de protección individual, movilizando a los pacientes en estado grave para darles la vuelta, por mejorar su capacidad respiratoria boca abajo, o para posibilitar el aseo por las mañanas, visibiliza la importancia del trabajo en equipo. En la lucha diaria contra el COVID en los hospitales, no hay un único colectivo implicado. La pandemia sería inabordable desde una sola categoría profesional. A la encomiable dedicación de los médicos, enfermeras o técnicas en cuidados auxiliares se suma la contribución imprescindible de trabajadores de la sanidad como las limpiadoras o los celadores. Sin ellos, el engranaje tampoco funcionaría. También ellos son primera línea desde hace casi un año.

Adrián García, ourensano de 38 años, es celador. El servicio en el que atesora más experiencia es en quirófanos, pero con la pandemia ha trabajado también en áreas COVID, tanto en planta como en UCI y Reanimación. “Nosotros también estamos en primera línea, tocamos a 5 o 6 pacientes por celador en críticos, y puedes estar 3 horas o más con el EPI, sudando como un pollo. Este es un trabajo en equipo”, asegura. “Esta situación sanitaria parece una montaña rusa, bajamos, subimos y volvemos a bajar; ojalá que no haya una cuarta ola pero me temo que sí. Creo que con la vacuna nos confiamos y nos relajamos. La situación es difícil porque salud y economía están en la balanza. Hay irresponsables que van a seguir siéndolo y por su culpa paga por ejemplo la hostelería. Hay gente que debería ser más empática y darse cuenta de las consecuencias para la salud y para los negocios de sus conductas”.

Adrián García pone en valor el papel de su profesión, “un oficio humanitario”, y recuerda que durante varios meses de esta pandemia “no estuvimos considerados como grupo de riesgo frente al COVID. Era sangrante, porque trabajamos en contacto directo con los pacientes y también somos los que bajamos a los fallecidos”.

Adrián García, de 38 años, es celador. // BRAIS LORENZO

"No sé si resistiría una cuarta ola"

La mayoría de profesionales de la limpieza son mujeres. En el hospital público de Ourense trabajan unas doscientas personas dedicadas a esta labor. Extreman las labores de desinfección de quirófanos, urgencias, habitaciones, UCI y Reanimación y las superficies de contacto. Pilar González, de 58 años, tiene más de dos décadas de experiencia. Desde el inicio de la pandemia, el pasado mes de marzo, hace la limpieza en las áreas de críticos. “Solo pido a la gente que, por favor, sea sensata. Esto no es una broma. Estamos agotados y no damos más. Como venga una cuarta ola tengo que plantearme qué hacer, porque no sé si resistiría. Y no es por el trabajo, sino que estamos psicológicamente quemados, enfadados, dolidos, irascibles. Hay un cabreo entre el personal por ver que trabajamos al mil por mil desde hace muchos meses, mientras mucha gente pasa de todo”, confiesa. “Y nosotros no hemos bajado la guardia”. En 24 horas en las áreas de críticos trabajan cerca de una veintena de limpiadoras, en turnos de siete horas, en los que pueden estar seis con el EPI. La marca de las mascarillas y el traje de protección es visible en la piel al finalizar la jornada, como ilustran las fotos de Brais Lorenzo.

Tras la explosión de contagios y de hospitalizaciones por las interacciones de Navidad y los contactos durante y después de esas fechas, la cifra de ingresos en el hospital público de la ciudad era ayer de 128 personas ingresadas en planta y otras 20 en cuidados intensivos, cerca del pico de la pandemia. “Esta tercera ola es peor que la primera, es brutal”, subraya Pilar con la experiencia de estos once meses de crisis sanitaria. “Desde septiembre no ha dejado de subir. Mi impresión es que hay más ingresos y más muertes, y que las estancias de los pacientes son más breves. Yo no veo la luz al final del túnel”, señala.

Así se desinfecta una cama en la zona de críticos. // BRAIS LORENZO

Pilar preside el comité de empresa y transmite una reclamación de su colectivo a la administración. Por escasez de material, desde el pasado viernes tienen que emplear cubos más pequeños para los desechos, lo que obliga a tener que recoger más recipientes de los boxes e incluso permanecer más tiempo. Todo el material desechable se quema después. “Con los grandes teníamos uno a un lado del paciente y otro al otro, pero con los pequeños necesitamos un mínimo de seis, porque se genera mucho residuo y a veces no cabe al material. En vez de retirar 2 quitamos 10 de cada box. Supone el doble o el triple de esfuerzo. Si en un determinado lugar no surten lo suficiente, que pidan a otra empresa”.

Recogen residuos, renuevan las bolsas de los cubos, friegan las manchas, limpian también las paredes y el techo, actúan en la cama –desde el colchón a las ruedas– con desinfectante, con una máquina pulverizadora. Cada box, una media hora. Repasan puertas, cristales, pomos. “Todo, todo, todo”, enfatiza. Las trabajadoras de limpieza en la sanidad reclaman que el COVID sea considerada una enfermedad profesional, dado el grado de exposición al que se enfrentan. “Vamos a luchar por que se nos reconozcan, y de hecho hay profesionales sanitarios, como anestesistas o enfermeras, que nos dicen que serían los primeros en apoyar. En la primera ola tuvimos 3 o 4 positivos pero en esta, más”, manifiesta Pilar. Con una máquina

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