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Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

Antonio Arbelo Curbelo en mi biblioteca

Transcurrían las décadas de los años 20 y 30 del pasado siglo XX. En las Palmas de Gran Canaria, no existía Universidad, la cual no sería creada hasta el año 1989, después de muchas polémicas y manifestaciones públicas. Hasta ese año la única Universidad existente en las islas canarias era la de La Laguna, que no contaría con Facultad de Medicina hasta 1968. Los estudiantes canarios que en esa época seguían la carrera de Medicina tenían que desplazarse a las diferentes facultades de la Península, siendo una de las preferentes la de Santiago de Compostela. En la facultad compostelana coincidieron durante esos años, en diferentes cursos, un reducido pero muy unido y significado grupo de grancanarios. Entre otros estaban Antonio Arbelo Curbelo (Las Palmas, 1909 – Madrid, 2004) y mi padre, Federico Martinón León (Las Palmas, 1909 – Ourense, 1997), entrañables compañeros y amigos desde su juventud. Ambos escogerían la especialidad de Pediatría, a la que se dedicarían profesionalmente de forma preferente. En 1940 mi padre establecería su consulta en Ourense y Arbelo lo haría en Las Palmas, para años después trasladarse a Madrid, donde ejerció con notable éxito la medicina privada, al tiempo que, mediante oposición o concurso, logró las más altas responsabilidades. Así, entre otras, fue: Puericultor del Estado (1944), Asesor de Demografía de la Dirección General de Sanidad (1958), Profesor de Estadística y Demografía de la Escuela Nacional de Puericultura (1964) y jefe del Servicio de Neonatología de la Ciudad Sanitaria “La Paz” de Madrid (1966). Sus investigaciones, trabajos científicos y libros superaron los dos centenares, tanto en el campo clínico como en el demográfico sanitario. Mientras este escribidor comandó el Departamento de Pediatría, tuvo el empeño de que concurriesen los más preclaros maestros de la Pediatría con la finalidad, no solo de aprender sino también de vivir directamente, a través de sus explicaciones, la aventura intelectual de sus propias investigaciones. Un buen número de estas actividades las realizamos en colaboración con la Academia Médico-Quirúrgica de Ourense. En octubre de 1979, al conocer la presencia en Ourense de Arbelo, para formar parte de un tribunal médico, aproveché la oportunidad para invitarle a que pronunciase una conferencia en el seno de nuestra Corporación —en ese momento presidida por el doctor José Fernández Rodríguez—, a lo que accedió muy gustoso. Seleccionó como tema Planificación familiar, cuestión en esos años no exenta de controversia y debate, que él lidió con soltura y acierto. Al término de su disertación pudo reencontrarse y abrazarse con los viejos amigos de su etapa santiaguesa: Martinón León y el acreditado dermatólogo Álvaro Fonseca.

En 1982, la Organización Mundial de la Salud había programado el Día Mundial de la Salud, desarrollado bajo el lema: “Dar más vida a la vejez”, motivo que nos llevó a organizar un acto científico en la Academia Provincial –entonces ya presidida por mí—, en el que Arbelo, el día 14 de mayo, pronunció una conferencia sobre Envejecimiento. El maestro se desplazó desde Madrid en tren y por cuestiones horarias lo hizo directamente a Santiago, alojándose en la casa del también ourensano Ramón Villarino Ulloa (1907-1990), Catedrático de Farmacología. Ambos habían coincidido en Guinea Ecuatorial y elaborado el trabajo Contribución al estudio de la despoblación indígena en los territorios españoles del golfo de Guinea (1942). Desde Santiago lo trajo a Ourense, en automóvil, mi hermano José María Martinón Sánchez, que había realizado en 1974 una estancia de perfeccionamiento pediátrico con él, en su Servicio de Neonatología de “La Paz” y que, justamente ahora, realizaba en colaboración con Arbelo un estudio sobre la población de Galicia. El periodista de La Región, el amigo y recordado Servando Ellacuriaga Tesouro le realizó una extensa y lograda entrevista.

Aprovechando su estancia en Ourense, visitó nuestra casa de la calle Concejo, para saludar a mis padres, circunstancia que propició que estuviese en nuestra biblioteca, en la que mantuvimos una larga conversación, que ahora recreo, rescatándolo de los Campos Elíseos donde reside con los hombres virtuosos, a base de notas, recuerdos y la entrevista citada. Antonio Arbelo, era un hombre alto, erguido, atractivo, afable, distinguido y elocuente, y se mostró pletórico y comenzó a recordar sus tiempos de juventud, lo que me llevó a mostrarle los libros de su paisano Francisco Guerra Navarro (San Bartolomé de Tirajana, Gran Canaria, 1909 – Madrid, 1961), más conocido como Pancho Guerra, estudioso del alma popular de la canariedad, que reflejó en sus entremeses, cuentos y libros. Entre ellos está Memorias de Pepe Monagas, libro del que Carmen Laforet escribió: “Yo creo que no se ha hecho hasta ahora un libro mejor sobre las islas canarias […] Un libro tan difícil de hacer, al mismo tiempo que tan genialmente logrado”. Y de inmediato llevé su atención a un ejemplar dedicado de esta sonada obra, al tiempo que le decía:

—Mira, guardamos este volumen con su dedicatoria autógrafa a mi tío paterno, José Martinón León (Las Palmas, 1902 – Gáldar, 1974), quien más tarde se lo regaló a mi padre, sabedor de la amistad que le unía con Guerra.

—Sí— afirma con rotundidad Arbelo—. Pancho, tu padre y yo, nacimos en el mismo año y fuimos compañeros de estudios y camaradas de los primeros tiempos, como dice la dedicatoria de ese libro. Luego seguimos caminos distintos, tu padre se vino a Ourense y Pancho y yo fuimos a Madrid, pero esos amigos con los que compartimos los primeros anhelos no se olvidan ya nunca. A raíz de su muerte, constituimos en Madrid la “Peña Pancho Guerra”, bajo mi presidencia, que ordenó, reelaboró y publicó toda su obra. Era algo que le debíamos porque nadie como Pancho recogió mejor “el sentido comunicativo, cordial, amigable, hospitalario y proverbial entre canarios”. Además, llevó a la literatura ese lenguaje popular de los canariones, que sin ser dialecto, tiene mucho de castellano arcaico y puro y también de castellano semiamericanizado, por el tráfico marítimo y la colonización, con ese deje cansino, que arrastra el acento, come consonantes y deja las palabras sin acabar.

—Podríamos hablar largo y tendido de Pancho Guerra, del que he leído y gozado sus libros, pero quiero que veas que conservamos con celo ejemplares de tus propios libros, muchos de ellos con tu dedicatoria a mi padre o mí mismo.

—Pues me complace que os hayan servido en el ejercicio de vuestra labor profesional y reencontrarlos aquí es una muestra de vuestro interés hacía lo mío. Mis trabajos en Medicina tuvieron como especial dedicación: la demografía, la bioestadística, la pediatría preventiva anti-infecciosa y la neonatología. Si queremos mejorar la salud infantil tenemos que conocer su estado actual en cada lugar de España, reflejados en cifras, que nos permitan saber cuáles son las actuaciones y en que se van a emplear los recursos. No podemos limitarnos a brindar de forma permanente una asistencia de crisis. Además, los datos recogidos en mis estudios, no había otros en los períodos que yo analicé, servirán para ver cómo ha sido la evolución en nuestro país. “Cada vez más el futuro de la medicina descansará en la Pediatría preventiva, en su tendencia a abolir muchas enfermedades y a hacer, en lo posible, innecesaria la terapéutica de las edades ulteriores […] A la medicina clínica hay que mirarla como algo transcendental y determinada en alta proporción por las ausencias totales o parciales de a Medicina Preventiva”.

—En cualquier caso, no te limitaste a la Pediatría y la Puericultura en sentido restringido, sino que tus estudios se han extendido a todas las edades del hombre y a las diferentes poblaciones de España.

—Así es, creo mi último libro, Demografía sanitaria de la ancianidad (1982) es una buena muestra de ello y voy a dedicarte un ejemplar con mucho gusto. Precisamente mañana, la conferencia que daré en vuestra Academia será sobre Envejecimiento. Hace dos años que me he jubilado y para no caer en uno de los vacios que lleva la nueva situación en sí misma, “que es el no ser, que es la soledad”. Ancianidad, anciano, senectud, vejez, son sinónimos que se emplean para él último período de la existencia. Yo entiendo que ancianidad es un concepto fisiológico que abarca el último periodo de la existencia, a partir de los 70 años de edad y más; mientras que vejez es un concepto patológico. La ancianidad lleva implícito el envejecimiento que es fisiológico también; por el contrario, el viejo lleva en sí toda la pluripatología que le caracteriza. Y no solo eso, la ancianidad tiene una muerte fisiológica, “una muerte ideal, no siente el morir”; en contraposición, la vejez lleva a una muerte patológica, a la muerte agónica. Quizá todo ello se puede considerar una utopía. El anciano tiene que recibir una educación sanitaria propia y un conocimiento de lo que es la ancianidad, para que sepa vivirla como una etapa normal, en la que la patología sea nula o mínima.

La especie está determinada genéticamente para vivir muchos más años, pero son los factores adversos los que determinan que no se viva tanto tiempo. Factores de toda índole, no solamente enfermedades, sino factores de tipo social y de tipo psicológico que inciden condicionando la ancianidad. Como dice el pueblo, a lo mejor, de la noche a la mañana unas penas, unos disgustos extraordinarios, la ausencia de ensamblamiento con las otras generaciones o su exclusión, pueden llevarte implícitamente a la vejez y dejar de ser anciano.

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